Tierra de nadie

¡Sálvalos Aznar!

Por muchas vueltas que se dé al asunto, la zozobra del PP sólo tiene un responsable. Si el partido es hoy la cueva de Alí Babá es porque alguien no puso el suficiente empeño en pasar la aspiradora, y la basura ha desbordado las alfombras. Si la derecha se desangra en luchas por el poder es porque quien debía ejercer la autoridad se pasa el día escondido bajo las piedras esperando que pase el peligro, y no se conoce organización que resista el liderazgo de un avestruz, por muy previsible que ésta sea. El problema del PP se llama Rajoy, un hombre, por otra parte, muy válido como yerno o subsecretario, que para eso atesora méritos sobrados.

Consciente la tripulación de que el barco navega directo hacia las rocas, no es descartable que se alcen voces que exijan el regreso del gran timonel porque, sabiendo que curra poco, ya ni la derecha se encomienda al ángel de la guarda en caso de naufragio. La hipótesis no es tan descabellada como puede parecer. Es sabido que Aznar vela por todos nosotros y, especialmente, por su partido, cuyas esencias guarda en un tarro en FAES a salvo de las señoras de la limpieza. Su retorno, a imagen de aquel Fraga apartando a sopapos a Hernández Mancha, le permitiría corregir el error de haber señalado a Rajoy con su dedo y, de paso, salvar a España de la crisis, de la balcanización, de los emigrantes, del aborto y de los matrimonios homosexuales.

Como Lord Henry, el trasunto de Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray, el PP es capaz de soportar la fuerza bruta pero detesta la razón bruta: "Hay algo en su empleo que me resulta injusto. Es un golpe bajo", decía el cínico personaje de la novela. Y si algo representa Aznar es la fuerza, que se fue haciendo más bruta con el tiempo. ¿Quién mejor que él para pilotar el trasatlántico durante una larga travesía o para dar a su dedo mágico una oportunidad para redimirse?

Si algo ha consumido Rajoy son delfines. A Camps le han perdido los trajes y los amiguitos del alma; a Esperanza Aguirre, su liberalismo estalinista y los calcetines de Bombay; a Gallardón, la actitud de quien piensa que sólo los cobardes pueden dar la siguiente batalla. De los barones, queda Núñez Feijoo, si es que con un gallego no han tenido bastante. Erguido como un faro en medio de la tormenta, queda Aznar, la luz al final del túnel. Sólo a través de las lágrimas se puede ver a Dios.

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