Tierra de nadie

De mayor quiero ser Calatrava

Sería una osadía imperdonable criticar la obra de Santiago Calatrava. De hecho, si hay algo inobjetable de un arquitecto que ha puesto su firma en todo el mundo a más de 40 puentes, una docena de estaciones de ferrocarril, complejos olímpicos, óperas, rascacielos y otros edificios emblemáticos son sus creaciones. Habrá quien le considere el genio de las estructuras desnudas y quien crea que es un petardo extravagante, quien en Valencia esté enamorado de su Ciudad de las Artes y quien en Bilbao se acuerde de su familia por diseñar una pasarela con el suelo de cristal en el que resulta difícil no partirse la crisma cuando llueve. El arte, como los colores, tiene sus gustos.

Tampoco admite discusión que el valenciano tiene tanta querencia a algunas administraciones del PP como al hormigón blanco que tan bien identifica sus construcciones. Podría ser por una cuestión estética, pero es raro tanto consenso entre los populares a la hora de apreciar su plasticidad, su mediterraneidad o esa habilidad suya para transformar la osamenta de una cachalote en un palacio de congresos. Así que es más que probable que exista además una afinidad ideológica, de la que no existen referencias sino intuiciones. ¿Habría sido Calatrava profeta en su tierra si hubiera manifestado socialista?

Reconocido su talento, no es menor su habilidad para los negocios. Calatrava cobra tanto si sus torres torcidas se yerguen mirando al cielo como si no pasan de boceto. Y lo hace aunque no haya contrato de por medio, como el millón y medio que recibió por esa Ópera de Palma que se quedó en contrachapado.

Cuando el contrato existe se sale de la tabla, dada su costumbre de embolsarse un porcentaje fijo del costo total de la obra. Quizás por ello sus realizaciones aspiran a ser grandiosas, ya se trate de la Gran Central Station de Nueva York o del Centro de Convenciones de Castellón, presupuestado en 60 millones de euros y proyectado para que costara 100. Calatrava es un hacha para los números; de ahí que pague sus impuestos en Zurich. Uno de mayor querría ser como él, aunque sólo fuera para vender maquetas.

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