Tierra de nadie

Lo de Gallardón no es cosa de Podemos

Será por las oposiciones que dicen que son durísimas y provoca que los supervivientes lleguen desfondados a la playa, pero se ha institucionalizado la idea de que los registradores trabajan menos que el fotógrafo del BOE y que en su inveterada molicie siempre dejan que sea un propio el que les saque las castañas del fuego, se manche las manos y hasta se queme si fuera menester.

Fiel a la tradición del cuerpo, Rajoy tiene bien ganada fama de currar menos que el ángel de la guarda y de no tocar las castañas ni para llevárselas a la boca. Esta entrega casi sacerdotal a la vida contemplativa requiere de pasantes y oficiales, de vicepresidentas y ministros, de gente que friegue los platos de la cena y se haga responsable de los añicos de la porcelana cuando alguna pieza se estrelle contra el suelo. Con Gallardón, en definitiva, no se va un ministro sino un triste y torpe lavaplatos.

Se dirá que es propio de los presidentes o primeros ministros esta delegación de funciones, este ponerse a resguardo de las inclemencias de manera que ni la mayor de las tormentas tropicales le despeinen a uno el flequillo. Lo de los gobiernos vendría a ser casi de ingeniería naval, un barco capaz de navegar con una grieta en el casco porque sus departamentos son estancos, y si el de Justicia se inunda se deja que el ministro se ahogue o juegue con las sardinas si es un tipo con suficientes agallas.

Se supone además que hay un capitán que marca el rumbo aunque en el caso de Rajoy existe una duda razonable acerca de quién maneja la barca porque al timón suele verse últimamente a un tal Pedro Arriola con sus papeles. Es más que posible que la descentralización de funciones a la que Rajoy ha sometido a su Ejecutivo haya culminado en la cesión virtual de la presidencia a un señor que hace encuestas.

Arriola es el chamán de Mariano. Viene a ser como la bruja Adelina de Pujol pero con tarifas más altas. En realidad, es él quien gobierna. A nadie en la cúpula del PP le extrañó que asistiera al reciente cónclave secreto que los capitostes del partido celebraron en Sigüenza para analizar por qué el viento de la recuperación se resistía a hinchar las velas del bergantín conservador. La tribu escuchó al hechicero dictar allí sentencia contra la contrarreforma del aborto de Gallardón, que ya supo que su destino y el de su ley estaban en el fondo del mar matarile rile ron.

Dejar que sean los sondeos los que orienten la actuación del Ejecutivo tiene un ramalazo populista difícil de explicar en un partido con principios tan sólidos. Puede que a Rajoy la indolencia le venga ya de fábrica pero nadie le imaginaría prometiendo lo que no podía cumplir para llegar al poder y luego tratar de mantenerse en él a toda costa. El populismo repugna a este hombre de convicciones tan profundas, que siempre hace lo que tiene que hacer aunque sea por persona interpuesta.

No hay populismo en bajar los impuestos a unos meses de las elecciones aun sabiendo que la recuperación puede ser un espejismo; ni lo hay en pretender modificar la elección de alcaldes ahora que pinta en bastos para los suyos en las municipales. Los populistas son otros, que podrán atribuirse haber logrado la abdicación del Rey o la renuncia de Rubalcaba para que el personal se eche unas risas pero no la renuncia de Gallardón, que eso ha sido cosa en exclusiva del nigromante del presidente. Alabado sea.

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