Tierra de nadie

Abogado de diablos

Sobre la sentencia de la tarjetópolis y la condena a los 64 de Bankia que deja a Rodrigo Rato a las puertas del talego hay una gozosa unanimidad en que el Supremo ha hecho justicia y que el pueblo, esquilmado por cuatreros de todo signo y pelaje, desde empresarios a políticos, desde banqueros a sindicalistas, recibe por fin cumplida satisfacción al comprobar que tenía razón y que, como en el tango, vivíamos revolcados en un merengue en el que los inmorales nos habían igualado. Cualquiera es un señor y cualquiera es un ladrón, especialmente esto último.

No va uno a discutir que en Cajamadrid y en Bankia después funcionó un sistema de tarjetas de créditos opacas al fisco ideado por sus máximos responsables en épocas anteriores a los de la sentencia, por cierto, y del que se beneficiaron muchos de sus exdirectivos. Y sí, fue un escándalo comprobar algunos de los gastos en lencería, clubes nocturnos, vino, mariscadas o viajes. De lo que hay alguna duda, quizás por llevar la contraria a ese jurado que en masa ya bajó el dedo, es de que muchos de sus beneficiarios fueran excepcionalmente golfos, tipos extraños en una sociedad de personas justas, malvados a los que cualquier persona de bien reconocería por la calle.

Lleva razón el tribunal en que se hace difícil entender en frío que individuos supuestamente formados dieran por buenas unas percepciones por las que no se les exigía justificación alguna y que, aun en el caso de entender éstas como retribuciones, a nadie le sorprendiera que no tuvieran que retratarse ante Hacienda para dar cuenta de lo recibido sin más control que los límites de gasto establecidos por la entidad.

No es muy popular decir esto pero es bastante probable que en una situación idéntica el común de los mortales, llegados a unos puestos ‘políticos’ como parte de un enjuague de intereses del que participaban partidos y organizaciones patronales y sindicales, en algunos casos como recompensa a viejos servicios, no actuara de la misma forma. Imagínese usted sentado en la comisión de control de un banco no con el aval de sus conocimientos sino de su filiación, reciba de manos de sus responsables una tarjeta con un límite de gastos anual como complemento de las dietas, escuche al señor de los plásticos explicarle que la entidad se ocupa del resto o infiera que eso es así, y conteste a la pregunta: ¿usaría la visa o la devolvería airado como excepcionalmente hizo un par de sus destinatarios?

En algún momento, todos podríamos ser el hombre que no vio a nadie de la fábula china, aquel que, seducido por el dinero, se vistió con elegancia, acudió a la plaza y llegado al puesto de un comerciante, tomó una pieza de oro y echó a correr hasta que fue detenido. El guardia le preguntó entonces la razón por la que consumó el robo en presencia de tanta gente: "Cuando tomé el oro –dijo- no vi a nadie; sólo vi el oro".

No es nuestro caso. Somos honrados hasta los tuétanos y detestamos a estos aprovechados que, en total y en casi diez años, habrían recibido algo así como 12,5 millones de euros, una cantidad importante pero algo alejada de los más de 22.000 millones que han costado a los contribuyentes el rescate de Bankia. Por este agujero quizás responda Rato ya desde la cárcel porque Blesa se perfumó de pólvora y se quitó de en medio, mientras sus padrinos, los que cooperaron necesariamente con la quiebra al nombrar a sus amigotes, seguirán denunciando el golpismo catalán o cobrando aranceles en el registro. A éstos no los pillaremos pero a los de las 'black' nos los llevamos por delante.

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