Tierra de nadie

A Sanz Roldán, la patria agradecida

Los ingresos mínimos vitales siguen llegando con precisión suiza a los destinatarios más necesitados. Si hace unas semanas se daba aquí cuenta del fichaje de los exministros Blanco y Montilla por parte de Enagás a razón de 160.000 euros de vellón al año, hoy tenemos el placer de informar del aterrizaje del exdirector del CNI Félix Sanz Roldán en Iberdrola como international advisor, que es la traducción al inglés más técnico de enchufe de alto voltaje. Cuando el Gobierno se empeña en algo, por ejemplo en acabar con las puertas giratorias, no hay gozne, bisagra o perno que se le resista.

Después de una vida entregada a la milicia y a la compleja red de tuberías y desagües del Estado y con tantas condecoraciones que precisarían de once o doce pechos como el suyo para lucirlas todas a la vez, muchos a los 75 años pensarían en la jubilación, pero este no es el caso del general, que desde que dejó el CNI hace unos meses no ha perdido el tiempo yendo a ver obras o dándole a su cuerpo la alegría macarena de algún viaje del Imserso. Castilla-La Mancha, por eso de que es Cuenca, le premió con la presidencia del Consejo Social de su universidad mientras García-Page le convertía en miembro del Consejo Social para la Transición frente al Covid-19, pero el territorio se le quedaba pequeño a una persona de sus características.

Habrá quien se pregunte cómo es posible que quien fuera durante una década jefe del espionaje patrio puede recibir el visto bueno de la Oficina de Conflicto de Intereses para poner sus conocimientos ‘geopolíticos’ al servicio de este imperio del amperio. La respuesta no puede ser más simple: si un expresidente del Gobierno ha podido ser consejero de una gasista y otro asesor de todas las multinacionales que se le han puesto a tiro, ¿por qué un tipo con tantos secretos de Estado como ellos en su cabeza no iba a poder ponerse a sueldo de una compañía eléctrica?

Cuando uno ha servido lealmente a la patria y ha erizado con sus revelaciones el vello de gobernantes de distinto signo, ya fuera susurrando a una oreja socialista o a la de Soraya Sáenz de Santamaría, cuando se tienen las manos llenas de sabañones por haber intentado lavar con agua fría los trapos sucios de su emérita campechanía y la lencería de lujo de sus amigas cariñosas, cuando se ha dado todo para que España siga siendo una y no veintiuna, siempre se obtiene la recompensa de un Estado agradecido que sabe disculpar fallos de inteligencia en forma de atentado yihadista o de miles de urnas made in China.

Que sea el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, quien haya tenido el privilegio de facilitar a Sanz Roldán un suministro básico de categoría no deja de ser una ironía del destino. Investigada por contratar a Villarejo para 17 trabajitos finos y florentinos de espionaje, la compañía se permite poner en nómina al ‘troll’ del excomisario -tal era el mote con el que le bautizó porque es bajito y tiene muy mala leche- y cerrar así el círculo vicioso. Soy un truhán, soy un señor, que diría Julio Iglesias.

No es Sanz Roldán de los que se venden por un plato de lentejas, aunque sean con chorizo. Muy leal, ejemplar, astuto, diestro en las relaciones sociales y de derechas, dicho sea en palabras de quien le recomendó para la dirección del CNI, ese perejil de tantas salsas llamado José Bono, al espía que nos amó como país tampoco le amarga un dulce. Hablar con la boca llena sería, además, de muy mala educación en caballeros tan distinguidos.

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