Entre leones

El factor humano

El factor humano
El actor José Sacristán, durante el ensayo de la obra de teatro 'Señora de rojo sobre fondo gris'. En Tomares (Sevilla, Andalucía, España), a 05 de noviembre de 2020.- María José López / Europa Press

Pepe Sacristán declaró no hace mucho en una entrevista de papel una parrafada que intento cumplir como si fuera el primer mandamiento de un manual de supervivencia ciudadana. Respondió sin respirar: "Vamos a morir todos, además rodeados de hijos de puta, ladrones y necios. Entonces, sabiendo que la guerra está perdida, salgo cada día a librar la batalla del respeto, la dignidad y la justicia con dos cojones y toda la alegría del mundo. Esa idea de andar por la vida así no me la va a quitar nadie".

Sacristán es para mí desde siempre una especie de apóstol de la decencia. Como actor está entre los más grandes de nuestra historia, como ciudadano representa esos valores republicanos que el franquismo sociológico ha embarrado para evitar la vergüenza de las fosas comunes y las cunetas del tiro en la nuca. Guerracivilistas, disparan los muy cabrones si defiendes la memoria histórica.

Buen camarada cuando tocó, un demócrata ejemplar cuando fue necesario. Progresista y hombre de mucho sentido común. Como digo, con el ideario apocalíptico de Sacristán en forma de armadura, me tiro a la calle todos los días, con dos cojones también. Intento ser amable, respetuoso y no me falta ningún aliño para ofrecer una sonrisa a cambio de otra, unos buenos días a cambio de otro, un 'que tenga usted buen día' a cambio de otro... La mayoría de la gente responde positivamente; algo sorprendida al principio, pero reacciona agradecida y con una bocanada de cositas buenas.

Pero de vez en cuando te toca un gachó o una gachona que, por lo que sea, le molesta que la gente reboce alegría y buen rollito. Son esos que te atienden maltratándote, despachándote literalmente. Si cogen carrerilla y pones cara de buena persona, te humillan, se mean encima de ti y te dicen que está lloviendo.

Esta semana me topé con uno de estos individuos malencarados en una tienda de Movistar, la que fuera la casa común en materia de colocación del PSOE y PP. La lista es de coleccionista de horrores democráticos y de señoras y señoritos con más cara que espalda. Pues bien, el empleado lineal se empeñó en hacerme creer que yo no había modificado un contrato semanas atrás en esa misma oficina. Siempre iba a la misma. Me tuve que marchar a otro chiringuito telefónico cercano y allí una señorita, con otra cara, con otro tacto, me atendió de maravilla. Entre otras cosas, me reconoció que efectivamente la gestión la había hecho en la oficina de marras. Al primero le dejé una hoja de reclamaciones, y a la chica una felicitación efusiva, que completaré el próximo miércoles en la encuesta telefónica.

El factor humano. El mundo depende del factor humano.

Depende quien te toque, así te irá. Si, por ejemplo, al otro lado de una ventanilla o del despacho te toca un funcionario público como Dios manda, te ayudará a solucionar tu problema. Cumplirá con su obligación y se ganará decentemente el jornal. Estará al servicio de la humanidad y no en contra.

Pero si la fortuna no te sonríe y te toca un ser humano chungo, te perjudicará hasta empujarte a ese callejón sin salida del contencioso-administrativo. Suelen ser probos funcionarios en los confesionarios o en las barras de las tascas, pero vulgares meapilas condenados al Infierno si hay Dios o cirróticos de tanto abusar del agua de los floreros en los whiskys and the rocks. Puro corporativismo para ocultar responsabilidades, negligencias e incompetencias. Y la complicidad de sus jefes, que, incapaces de enmendarles la plana, se convierten en cartón del dos. En fin, con su pan se lo coman.

Esto del factor humano marca todo tipo de relaciones, también las que hay entre amigos. En mi tierra, Andalucía, somos muy dados a incluir a conocidos dentro de selecto grupo de los 'amigos'. En realidad, se trata de amigachos que, cuando te vienen mal dadas, se te descuelgan miserablemente, sin dejar rastros de afectos ni de complicidades.

A estos hay que despacharlos con un chiste muy antiguo y manifiestamente mejorable: "Jaimito jugando a la pelota en un campo de fútbol y el bizco Pardal toreando al lado en una plaza. Se embarca la pelota en la plaza y Jaimito le pide al bizco Pardal que se la devuelva, y éste le dice que nanay de la China. Jaimito, indignado, le espeta: 'Bizco, cuando se te embarque el toro te vas a enterar'". Pues eso.

Pero hay otros, unos pocos que comparten contigo la vida -la otra noche un gran amigo, pese a que no siempre estemos de acuerdo (de eso trata también la verdadera amistad), me mandó una foto conmovedora con su familia-, que te acompañan en lo bueno y en lo malo.

Mi padre, que En Paz Descanse, decía que un amigo es quien te va a ver al hospital y, sobre todo, quien está a tu lado en la derrota. Yo me parezco a mi padre y nunca he dejado de perderme una batalla perdida de un amigo, nunca me he quitado de en medio cuando le han venido mal dadas. Juan José Téllez, mi hermano y maestro, me enseñó que nuestro periodismo, propenso a contar historia de los más caninos, era una "derrota tras derrota hasta la masacre final". En ese caldo de cultivo cortito de cartera y repleto de ilusiones, patentado en vida por Miguel Alberto Díaz, otro de mis incondicionales, se hallan mis amigos de verdad, los vivos y los muertos: sindicalistas de más de 100 kilos, concejales jubilados, políticos en la reserva activa, izquierdistas y comunistas, socialistas,  algún pepero, ecologistas desmelenados, gente sencilla, jubilados prematuros de Telefónica, los hijos de Andrés Montero e Inés Morales, compañeros del Metal, mis cocos, una encina, un supernavarrico, un yanito sin peluca eternamente joven... Si fuera Serrat, les cantaría A mis amigos a capela. Pero tengo poca voz y muy desagradable. "Qué rica es la sombra que hay a vuestro lado", les cantaría Ruibal en mi nombre.

A Paquito Peña, un extremo excepcional, lo he recuperado como amigo después de perdonarle el millón de cachitas y recortes que me hizo en los años mozos del CD Guadiaro. Porque a lo amigos, para poder recuperarlos, hay que saber perdonarlos.

Como Pedro Sánchez, que ha perdonado a dos auténticos traidores a su persona, Óscar López y Antonio Hernando, no porque sean sus amigos y compadres, sino porque son la leche en polvo en el arte del birlibirloque. Ejemplar, enternecedor, quirúrgico, muy profesional. Llegará a ser un gran torero como Velázquez y Gregory Peck.

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