¿Tambores de una III Guerra Mundial?

Varios manifestantes durante una protesta pro Palestina en Bruselas, a 22/10/2023. Nicolas Maeterlinck / Belga / dpa / Europa Press.
Varios manifestantes durante una protesta pro Palestina en Bruselas, a 22/10/2023. Nicolas Maeterlinck / Belga / dpa / Europa Press.22/10/2023 ONLY FOR USE IN SPAIN

Demasiadas guerras, demasiadas víctimas

La guerra entre Ucrania y Rusia, la guerra entre Israel y Hamás (que afecta a toda Palestina y ya también a Libia y Siria), la guerra entre Armenia y Azerbaijan por Nagorno-Karajab (con el exilio armenio), la guerra en Etiopía (donde pueden haber muerto hasta 600.000 civiles), conflictos armados en India, en Myanmar, en Congo y Grandes Lagos, en Burkina Faso, Mali, Níger, en Sudan, Yemen, Nigeria, Somalia, Kenya, una guerra larvada y permanente en Haití.

Hay también conflictos entre fronteras que dejan en un juego de niños lo que fue la frontera entre el Berlín oriental y el Berlín occidental. Por ejemplo, la 'guerra' contra los cárteles de la droga en Ecuador, Colombia y México (con amenazas de congresistas estadounidenses de mandar al ejército a México para golpear a las bandas criminales), recuerda el latente conflicto entre la derecha norteamericana y el gobierno progresista de López Obrador. Ya le robaron una parte de su territorio. También quieren su soberanía.

A esto hay que sumarle las declaraciones de Joe Biden —al que, como buen presidente del Partido Demócrata, se le acumulan las guerras—, así como las afirmaciones de congresistas y senadores advirtiendo de que EEUU puede soportar otra guerra en Oriente Medio.

Son todas señales de una inestabilidad global que presagia negras tormentas. Con un horizonte al que apuntan todos los documentos estratégicos militares de los EEUU: el horizonte de un conflicto armado contra China, cebado por la visita a Taiwan en agosto de 2022 de Nancy Pelossi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU.


El regreso de la guerra al suelo europeo después de cincuenta años es estremecedor, aún más cuando en la Unión Europea ampliada están los países de Visegrado —Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia— que han demostrado un escaso apego por los derechos humanos.

Las urgencias de Alemania en 2004 para incorporar a estos países, ha seguido demostrando que la vertiginosidad de la reunificación alemana en 1990 -que condujo al bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia- fue un tremendo error (algo que ya vislumbraba en mi tesis doctoral hace más de dos décadas).

Lo que está pasando en Palestina, delante de una paralizada comunidad internacional, no tiene palabras.


Hablar de una tercera guerra mundial no deja de ser un recurso retórico. Pero también lo fue llamarlas así a la primera y a la segunda, quedando abierto si la condición de mundial la marca quiénes sean los contendientes —las potencias centrales— o la brutalidad del conflicto medida en muertos y afectados.

No deja de ser cierto que los 10 millones de muertos y 20 millones de heridos en la Primera Guerra Mundial y los 40-50 millones de cadáveres en la segunda (más 100 millones de heridos y 50 millones de desplazados) tienen entidad suficiente como para calibrar como mundial su alcance, aun no siendo cierto, pero nos llevan a olvidar conflictos que, circunscritos a un país o a una zona, expresan incluso mayor brutalidad relativa.

En 1964-65, el gobierno conservador de Suharto, con apoyo norteamericano, asesinó a un millón de supuestos comunistas indonesios. Ese genocidio no se considera parte de ninguna guerra, de la misma manera que los asesinados y desaparecidos en las dictaduras latinoamericanas (muchos de ellos en una coordinación internacional en la llamada "operación Cóndor") bien podría sumar otros centenares de miles de víctimas.


Una hipótesis sobre la guerra mundial: la debilidad de los EEUU

La pregunta para poder hablar de una tercera guerra mundial pasa por responder si todos los conflictos en curso forman parte de una misma causa. Porque si fuera así, tendría sentido unificarlas y, lo que es más relevante, tratarlas de manera sintomática.

Una hipótesis a valorar dice que la tercera guerra mundial es un efecto de la debilidad como hegemón mundial de los EEUU. La potencia que ganó la Guerra Fría está acosada por problemas internos —pobreza, fentanilo, polarización política, crecimiento de la extrema derecha, pérdida de poder económico, declive industrial, envejecimiento de la población, violencia, envilecimiento mediático— y, con desesperación, pretende defender militarmente la primacía que, en términos objetivos, ha perdido.

No deja de ser esclarecedor que, mirando por ejemplo a las derechas europeas, norteamericanas y latinoamericanas, su evaluación de las guerras en curso, donde funciona una línea de tensión Occidente-el resto es similar. ¿No será entonces señal de que hay o bien un interés material o un sesgo ideológico, directo o indirecto, en todas estas guerras? Cuando desde la socialdemocracia se dice que el mundo Occidental es un jardín y el resto selva se está compartiendo un análisis.

No deja igualmente de llamar la atención que las derechas europeas, que históricamente han sido antijudías —la expresión antisemita es errónea, porque los palestinos también son pueblos semitas— demuestren ahora un apoyo cerrado al gobierno ultra de Israel. Es evidente que las derechas mundiales están alineadas con los intereses geopolíticos de los EEUU, y que esta alineación geopolítica pesa más que su coherencia ideológica.

El medio siglo de neoliberalismo ha debilitado los lazos comunes, ha desterrado la fraternidad a la compasión cristiana —a veces, ni siquiera, cuando se ve la primacía económica de amplios sectores evangelistas—, ha hecho neoliberal a la socialdemocracia, ha ganado la Guerra Fría, ha demonizado a la izquierda y ha desmantelado los estados sociales.

Demuestra que la "muerte de Dios" de la que hablaba Nietzsche en el siglo XIX, donde realmente ha operado ha sido en el mundo de la economía. El homo œconomicus neoliberal sería visto con horror por el Adam Smith autor de la Teoría de los sentimientos morales (1759), y ningún economista liberal del siglo XVIII vería al FMI, al Banco Mundial o a las agencias de calificación como otra cosa que instituciones psicópatas.

Derechas claramente antijudías, como la española, la húngara, la polaca, la alemana e, incluso, la norteamericana, coinciden en compartir los enemigos, que se señalan y se hacen propios más en cuestiones de interés que de valores o de identidades. Ahí radica el peligro de una tercera guerra mundial. Que no tendrá necesariamente los mismos contorno que en 1918 o en 1939, pero su alcance será similar.

La incomprensible cercanía geopolítica de la socialdemocracia y la derecha

Las derechas europeas y latinoamericanas han unido su suerte a los intereses geopolíticos norteamericanos, en donde, sorprendentemente, hacen causa común con la socialdemocracia.

Apenas hay diferencias entre las posturas de la Internacional Socialista y de la derecha liberal-conservadora respecto de la guerra en Palestina —la culpa es de Hamás—, la guerra en Ucrania —la culpa es de Putin, aunque ayer fuera su aliado—; los conflictos en América Latina —culpa siempre de los bolivarianos, los izquierdistas o los indigenistas—; en el mundo árabe —culpa de los integristas, aunque no lo sean, como ocurre con la población de Palestina, con el agravante de que fue Netanyahu el que cebó a Hamás para debilitar a la Organización para la Liberación de Palestina— o en África —culpa de los salvajes influidos por Rusia y por China—.

Cuando el PP de Feijóo y Díaz Ayuso, o el VOX de Abascal y Buxadé (como metáfora de todas las derechas) no dudan un ápice en apoyar a Bolsonaro tras el encarcelamiento ilegal de Lula; cuando toman parte sin fisuras con Israel negando el genocidio palestino o, incluso, culpando sin pudor a Hamás de la voladura del hospital Bautista —igual que ayer negaron las matanzas cotidianas en la zona—.

Cuando apoyan a los gobiernos africanos corruptos o golpistas y secundan el aniquilamiento de las organizaciones de izquierda, cuando engloban como terroristas a todos los que se oponen al genocidio israelí o a la influencia norteamericana en Oriente Medio (compran las listas de organizaciones terroristas que crea la geopolítica norteamericana).

Cuando asumen como Presidente interino a un ladrón como Guaidó —que se autoproclama en una plaza—, cuando aceptan que la OTAN se extienda hacia el Este buscando provocar, cuando presionan para que China no pueda desarrollar en Europa el 5G o la ruta de la seda.

Cuando afirman, mintiendo, que Rusia bombardeó un mercado —fue Ucrania—, o que voló el gaseoducto Nordstream 2 —fueron intereses antirrusos—; cuando tergiversan la historia para justificar cualquier barbaridad en el presente, esas fuerzas políticas están preparando la tercera guerra mundial.

No es gratuito que los medios de comunicación hayan asumido una situación propia de guerra y, en consecuencia, constantemente mientan. Sorprende que los medios solo dicen la verdad durante varios minutos, cuando informan con la celeridad a la que le obliga la época para no perder espacio, pero luego, con la misma celeridad, cambian los titulares y se alinean con la versión oficial que les dictan sus jefes.

Los medios están ya en lógica de guerra mundial. Y lo mismo ocurre con la derecha iliberal, que no respeta los principios de la democracia parlamentaria. Es curioso que la derecha que estaba próxima a Hitler, Mussolini o Franco en su mirada histórica (o más tarde al colonialismo o al apartheid en Sudáfrica), hoy sigan defendiendo principios parecidos, pero en nombre de la democracia. La confusión es un rasgo de la época.

En este sentido, tenemos a la derecha que niega la legitimidad de las elecciones —le pasa a Trump, a la derecha mexicana, al Partido Popular y, por supuesto, a VOX—; la derecha que amenaza a diputados de la izquierda —Sandra Valencia Ramos, diputada extremeña del PP, diciendo a Irene de Miguel, diputada de Podemos: "ten cuidado, protege a tu hijo", que recuerda tanto a las advertencias de los fascistas a Giacomo Matteotti—.

La que berrea mientras otros diputados hablan, o que abandona constantemente el Parlamento cuando no le gusta algo; la que usa el aparato del Estado y a jueces reaccionarios para perseguir a los adversarios políticos; la que celebra los vetos norteamericanos en Naciones Unidas en favor de Israel.

La que insulta al Papa Francisco porque no coincide con sus posiciones autoritarias, homófobas, mentirosas y depredadoras con el medio ambiente; la que presiona a los medios para que mientan y polaricen.

Estar alertas no es hacer catastrofismo

No se trata de hacer catastrofismo ni de predecir, como iluminados profetas del apocalipsis, la debacle planetaria, sino de hacer ver que hay una frivolidad política, ajena a los principios básicos de la democracia, que está debilitando las barreras institucionales frente a la guerra.

Primero vino el neoliberalismo, a individualizarnos y romper las defensas antiaéreas de la democracia, del bien común y de la opinión pública. Luego, con la crisis de 2008, vino la radicalización del debate, otra vuelta de tuerca en los argumentos individualistas en nombre de una libertad autoritaria, para extender un odio nihilista patriotero que justifica el destierro de la empatía y el odio como principal ingrediente de la política.

Por último, sólo quedan los ejércitos y las cárceles. En España, hace cinco años que el Consejo General del Poder Judicial está fuera de la Constitución. ¿Qué vendría si ganara el PP con VOX? Como para que algunos sigan tensando la cuerda.