Las carga el diablo

La carta de Bezos a los trabajadores del "Washington Post"

A mí la carta de Bezos a los trabajadores del Washington Post me mosquea mucho.

Yo no sé si el dueño de Amazon tiene la intención, o no, de entrar como un elefante en una cacharrería en la redacción de uno de los periódicos de referencia más emblemáticos del mundo, pero chirría la prisa que se ha dado, tras adquirirlo por 250 millones de dólares, en escribirle a los trabajadores asegurando que pueden dormir tranquilos. O sea, que no pueden dormir tranquilos.

No está entre las cualidades más destacadas de Bezos preocuparse demasiado por sus trabajadores, por lo menos por su calidad de vida. En una de las primeras naves de Amazon los empleados llegaban a soportar temperaturas de cuarenta grados. Prefería pagar los gastos derivados de atender las lipotimias que invertir en aire acondicionado.

Asegura Bezos en su carta que quiere el Washington Post para "experimentar y para inventar". Es decir, para jugar. Un juguetito para el nene, que total le ha costado lo que gana en un mes. Con la fortuna que acumula ya, podría comprarse cada día si quisiera, de aquí a final de año, un rotativo de ese nivel. Los dos mil trabajadores y los casi quinientos mil lectores del diario saben que está en juego lo que para unos ha sido su medio de vida y para otros su fuente de información.

Desde hace bastantes años ya, como el resto de los rotativos influyentes, el Washington Post desarrolló en internet su versión digital, adaptó el modelo informativo y publicitario a los retos que plantea la red y, también como los profesionales de la información de todo el mundo, sus periodistas y directivos experimentaron, buscaron caminos nuevos e intentaron encontrar respuesta a las preguntas que iba planteando el desarrollo de las nuevas tecnologías: cómo renovarse, cómo reciclarse, cómo reinventarse, qué cosas cambiar en el ejercicio diario del periodismo, cómo y dónde contar las historias... Para que ahora venga el listo de Bezos con su carta a descubrir la pólvora.

El componente añadido de influencia política y social de los medios de comunicación es quizás un fuerte atractivo para estos nuevos ricos que se encuentran con "incunables" a precio de saldo por culpa de la implacable crueldad del mercado. A día de hoy los medios de comunicación tradicionales que todavía no han desaparecido... están en manos de un banco o han caído en las garras de tiburones financieros, especuladores de todo pelaje y condición o "jóvenes" triunfadores con cash como Bezos que, con la caída en picado de los precios de los periódicos, se preguntan por qué no divertirse un rato con un juguetito nuevo. Ojalá me equivoque.

Apenas quedan ya en los medios empresarios con vocación de comunicar. El dueño "profesional" de un periódico era alguien cuya preocupación por los beneficios era inferior a la que tenía por el prestigio del medio del que era propietario. Tenían muy claro que la condición indispensable era nombrar directores con mando en plaza que dispusieran del presupuesto con criterios periodísticos. Sabían que esa es la única inversión rentable a largo plazo si de lo que estamos hablando es de informar, de comunicar, de contar historias. Pero los presupuestos hace mucho que pasaron a manos de los gerentes, con la coartada de que así lo exigían los nuevos tiempos.

Y no es verdad, a la ruina de muchos medios ha contribuido en buena medida que sean los gerentes quienes dictaminen si un viaje se hace o no, si hay coche para una cobertura o si se puede pagar una noche de hotel para que un redactor se quede en un determinado lugar hasta que verifique, compruebe y contraste lo que tiene entre manos, tal y como dictaminan las reglas del oficio periodístico.

Dejar los periódicos en manos de los gerentes significó ir perdiendo el respeto a los lectores, olvidar que el verdadero patrimonio de un medio es y será siempre lo potentes que sean las historias que cuente, la capacidad que tengan de conectar con el interés del lector.

Una empresa periodística, y esto más vale que lo tenga claro el nuevo propietario del Washington Post si realmente apuesta por la supervivencia del medio, solo se mantiene si no olvida que lo único que la hace fuerte es la información y solo la información. La fuerza de un medio es la fuerza de las historias que cuenta, y la fuerza de las historias que cuenta es la energía y el tiempo que un periodista pueda dedicarle a esa historia.

Esto nunca desaparecerá, pero tiene que ser verdad que un comprador como Bezos no va a meter sus narices en el trabajo interno del periódico más allá de lo estrictamente imprescindible. En su carta a los trabajadores los tranquiliza diciendo que él va a continuar en el otro Washington, en Seattle, a cinco horas de avión.

Si su intención realmente fuera hacerlo así, no hubiera tenido necesidad de decirlo.

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