Corazón de Olivetti

De la chaqueta de pana a la coleta

Pablo Iglesias era un retrato decimonónico y barbado en el teatro Jean Villar de Suresnes, en la periferia de París, aquel 10 de octubre de 1974. Cuarenta años más tarde, Pablo Iglesias es un joven comunicador que ha dado el campanazo electoral en los últimos comicios europeos y los poderes tradicionales no están dispuestos a perdonárselo.

Desde el 25 de mayo, el linchamiento mediático de Pablo Iglesias ha constituido la reacción de lo que la plataforma "Podemos" delata como "la casta", ese poder democrático pero anquilosado que ha movido los hilos de la política de este país durante la transición. En estos días, se le ha llamado, por ejemplo, telepredicador, chavista proetarra, friki, lepeniano, se le ha instado a usar más el lavabo y se ha criticado que se vista en Alcampo. Y todo por un quítame allá 1,2 millones de votos.

Ignoro si estamos ante un tiempo nuevo, pero ya no estamos ante un tiempo viejo. Cuando arremeten contra Iglesias, contra su compañera, contra los perroflautas de su candidatura, no se dan cuenta de que les hacen crecer: sus electores no leen las sesudas columnas de la prensa tradicional sino que son los maestros del trending-topic, los surfistas del facebook y de otras redes sociales, los modernos telegrafistas del twitter.

Todo cambio social, cultural o político ha ido asociado a la estética. De ahí que sorprenda que los detractores de esta nueva formación, se refieran a su líder como "el coletas". Aviso a navegantes: abundaron los chistes sobre las chaquetas de pana que Felipe González y Alfonso Guerra lucían después de haber sido encumbrados a la cúspide del PSOE en aquel histórico congreso de los banlieues parisinos.

La historia no se repite pero tiene ecos insólitos. Los controvertidos resultados de las últimas elecciones europeas dibuja la irrupción en la política institucional de un segmento social que estaba ausente del ejercicio de la política oficial: algo así como cuando el terno impecable de los procuradores en Cortes del franquismo se vio contestado por el jersey de cuello vuelto del sindicalista Marcelino Camacho. Los cambios históricos siempre han ido asociados a las transformaciones en las modas: el pelo largo de los rockeros presagió muchas otras mudanzas en las costumbres de los 50 y de los 60, como las camisas lisas –blancas o negras—de Camarón o de Paco de Lucía, jubilaron a las chorreras de los trajes flamencos, poco antes de que ellos dieran a conocer también su revolución musical. Empezamos a estar de nuevo lejos de aquella sorprendente cena de dos damas de la alta burguesía catalana, que nos narró el maestro Manuel Vázquez Montalbán hace un mundo. Según su relato, una de ellas informó a la otra de que Nicolás Sartorius había sido detenido por comunista:"¿Por comunista? ¿Nicolasito Sartorius, el hijo de los marqueses? Está visto que a España la llevamos entre cuatro o cinco familias".

Ya no es cierto. No sólo parece haberse quebrado el bipartidismo sino que esa familiaridad de la transición ha terminado con la misma urgencia como los cuñados mal avenidos se dicen adiós tras la cena de Nochevieja. A los partidos tradicionales le queda mucho chapuz por delante: por ejemplo, adecuar su mensaje y su discurso a un tiempo nuevo que requiere otra retórica distinta, pero sobre todo contenidos más sensatos. A este propósito, por cierto, no conviene que pase desapercibido el flamante libro "La edad del hielo", del lucido Diego López Garrido, sobre el papel de Europa y de Estados Unidos en el rescate del estado del bienestar.

Si los socialistas se encuentran en una formidable encrucijada, Izquierda Unida tampoco anda fina a pesar de haber triplicado el número de votos en los comicios europeos. Por no hablar del PP y de UPyD, que empiezan a hacer aguas a babor y a estribor. El trabajo más complejo le concierne a "Podemos", porque quizá hayan iniciado la casa por el tejado. Esto es, un buen resultado electoral les ha procurado más adeptos en la última semana que varios meses de trabajo para intentar decantar un programa a partir de las opiniones --gusten o no gusten-- de sus militantes, simpatizantes y allegados. Afrontar un claro peligro, el de la soberbia. Pero estos visitantes no nacieron ayer: proceden de numerosas trincheras de la utopía, incluyendo el 15-M, Democracia Real o Izquierda Anticapitalista. Y aunque su manifiesto no esté exento del pecado de la demagogia, al menos ha logrado insuflar un aire nuevo al patio político y, presumiblemente, en urnas futuras rindan cierto servicio a la hora de combatir la abstención.

Lo que más les hará crecer, sin embargo, no es el proceso de adecuar su tesis a la praxis, sino las descalificaciones personales que están recibiendo sus cabezas visibles. Al coleta, por ejemplo, le han dicho de todo. El de la pana, por ejemplo, le ha llamado bolivariano. ¿Cree realmente Felipe González que al electorado de Podemos le preocupa que el amigo de Carlos Slim compare a Pablo Iglesias con Hugo Chávez?

Quizá Isidoro se esté mirando al espejo y recuerde lo ocurrido en octubre de hace cuatro décadas cuando fue elegido secretario general del PSOE. En aquel congreso de Suresnes, el PSOE apenas contaba con 3.786 afiliados, 1.038 de los cuales vivía en el exilio. La resolución política emanada de aquel Congreso socialista insistía en el principio de autodeterminación para las nacionalidades españolas que habrían de conformar una República Federal. Aquellos jóvenes de la trenka insistían en apostar por la transformación social de país, y seguía teniendo como objetivo del partido "el paso de una sociedad capitalista a una sociedad socialista", si bien se apuntaba como paso intermedio el de la conquista de la democracia. ¿Era bolivariano Felipe González en aquel entonces? Sus compañeros del exilio londinense hablaban entonces de la necesidad de "construir un Partido Obrero Revolucionario" que implantase en España un sistema socialista mediante la Revolución social Incluso se pronunciaban en contra de la incorporación de nuestro país a la CEE mientras persistiera la dictadura franquista. Y lo proclamaban con el mismo desparpajo con que ahora "Podemos" cuestiona el euro y especula con el impago de la deuda.

Dos años después, durante el mismo mes de la Ley de Reforma Política de Adolfo Suárez, el PSOE celebró, en diciembre de 1976, el vigésimo séptimo congreso del partid bajo el lema "Socialismo es Libertad", entre cuyas conclusiones se propone para el país la implantación de un sistema de "socialismo autogestionario", que se alcanzaría tras superar tres etapas: la transición a una democracia formal; la segunda, en la que se pasaría a una sociedad dominada por trabajadores en libertad, y una tercera que culminaría con la desaparición de las clases sociales y con una sociedad autogestionada.
Si eso no es bolivarismo o marxismo, que vengan don Simón y don Carlos y que lo vean.

No se sabe a ciencia cierta si fue la chaqueta de pana o dicha artillería ideológica la que llevó al PSOE a La Moncloa. Pero sabemos que perdió el Gobierno cuando abandonó ambas premisas. Así que habremos de estar atentos, en los días presentes, a cuánto tiempo le dura la coleta a Pablo Iglesias; que pese a quien pese ya no es un cuadro en un teatro de hace cuatro décadas sino un motín en los platós televisivos, en el boca a boca callejero y en la torre de Babel del ciberespacio. Seguramente representa a la España joven, la de la rabia y de la idea de la que hablaba Antonio Machado. Hay otra, sin embargo, que no pertenece a su club de fans pero tampoco a su pelotón de ejecución.

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