Corazón de Olivetti

Admirado Mariano Rajoy

Tiene usted razón, Mariano Rajoy es admirable: "Sería un gran error apostar por la nada, hacer experimentos. Gobernar es muy difícil, a lo mejor hay gente que piensa que es fácil. Yo me admiro", declaró esta semana como quien no quiere la cosa. Por muchísimo menos, a más de una ministra  del zapaterismo le azuzaron los mastines de la caverna. Pero él goza de la gracia divina y del jubileo de quien gana los debates por poderes, sin participar siquiera en ellos; el salvoconducto de quien se zafa del Parlamento y huye del cuerpo a cuerpo de las ideas porque como púgil intelectual es un ídolo con los pies de barro.

Resulta admirable que vaya a ganar las elecciones del 20 de diciembre, tras cuatro años de sangre, sudor y lágrimas que, a la postre, nos dejan con menos empleos que en 2011, si hacemos caso a la EPA y no a los argumentarios de Génova Gate. Que vayan a votarle los que no tienen beca ni futuro laboral, los que saben que la tesorería de la Seguridad Social es un cuartel robado, merece un sombrerazo. Y todo ello, con menos derechos, con menos libertades, con más mordaza, con más caspa y con la sensación de vivir en un país de serie B donde los ciudadanos han sido abducidos por ladrones de mentes, que aíslan la soberanía popular en un puñado de vainas. Ale hop, don Mariano, más difícil todavía, usted no tiene precio: quienes no llegan a fin de mes, se acercarán a las urnas del 20 de diciembre para celebrar que usted nos ha sacado de la crisis para meternos en la bancarrota.

Admirable que vayamos a votar masivamente a favor del presidente del plasma, el que escapaba por los garajes y se pasó una campaña electoral con argumentos de Tip y jerga de Mariano Ozores, imitando el discurso de Pepe Isbert en el histórico balcón de "Bienvenido Mr. Marshall". Admirable que acudamos el 20-D a las urnas para bendecir a la virgen del Rocío de Fátima Báñez, la mantilla católica, apostólica y romana de María Dolores de Cospedal, los sobres de Luis Bárcenas, la arrogancia autoritaria de José Ignacio Wert, la sanidad con visa de Ana Mato, la austeridad con los más débiles de Luis de Guindos, el Gibraltar español de García Margallo, José María Aznar disfrazado de José Manuel Soria, la misa de doce de Jorge Fernández Díaz, ministro de Interior por la gracia de Dios y de la concertina contra los inmigrantes.

Admirable que, según las sagradas escrituras de las encuestas, vayamos a regalarle otros cuatro años para que facilite el casting de españoles por el mundo, para que fabrique leyes con el propósito de no investigar a los corruptos y encarcelar sin más a los disidentes; para que privatice la justicia y nos convenza de que el despido libre es la mejor manera de crear empleo cuando, desde luego, es el mejor modo de crear nuevos despidos. Chapó a que nos hayamos olvidado, en estos comicios, del Caso Gurtel y del Caso Brugal, de Pokemon, de Punica, de Palma Arena, del Caso Bomsai, del Caso Andratx o del caso Bitel o que le estalle en las manos --y no ocurra nada-- el cobro de comisiones del embajador Gustavo de Aristegui y del diputado Pedro Gómez de la Serna. Ni que su nombre aparezca entre los trampantojos de Bárcenas –Luis, se fuerte—y no parezca que nadie, o casi nadie, vaya a reprochárselo. Admirable.

Admirable también que le aplaudamos hasta con las orejas cuando mueren dos policías en nuestra embajada en Kabul y usted dice, sin pestañear, que no fue un atentado contra nuestra embajada en Kabul. Como que la guerra de Irak no fue una guerra. Como que sus recortes fueron ajustes y el rescate del sistema financiero un préstamo de todos los españoles para su amigo Rodrigo Rato.

Admirable que usted mande al debate a cuatro a su delegada de clase, Soraya Sáenz de Santamaría. Admirable que la trola sea un mérito, que un trilero vaya a seguir ocupando la Moncloa y que fabriquen una realidad a su medida, entre sus declaraciones y la complicidad de quienes fabrican un estado de opinión para que la opinión con criterio deje de ser un estado vivo y se vea reducida al encefalograma plano de ese cuarenta y un por ciento de españoles que, según el CIS, van a votar pero no sólo no saben a quién votar sino que ni siquiera saben a quién no debieran hacerlo.

Admirable que haya logrado doblegar la democracia hasta el punto que no resulte escandaloso excluir de los debates a organizaciones que han contado con respaldo electoral como Izquierda Unida-Unidad Popular o como UPyD, mientras hablan con todos los honores y con la boquita prestada de las encuestas Podemos y Ciudadanos, sin un solo diputado hasta ahora en la Carrera de San Jerónimo. Admirable que sus voceros y los de Podemos lleguen a ponerse de acuerdo en darle leña a Pedro Sánchez, que es de goma, mientras intercambian elogios respecto a Pablo Iglesias y a la vicepresidenta; seria merecedor de un par de tesis de comunicación o de sociología el hecho de que el único candidato que dio a conocer su programa en el plató de Antena 3y La Sexta, haya sido puesto a los pies de los caballos no tanto por la opinión pública sino por la opinión publicada. Se les ha pasado tanto el arroz esta semana que yo, de ser usted, admirable Rajoy, temería una fuga de votos del PP hacia el partido de la coleta, entre los suscriptores de la prensa conservadora. Los mismos petronios jipipijos que hasta ahora venían poniendo a parir por chavistas y otros disparates a los compañeros de viaje de Iñigo Errejón y del rebelde Juan Carlos Monedero, en los últimos días parecieran estar dispuestos a incorporar, si hiciera falta, a los perroflautas a la sección de vientos de la orquesta sinfónica y coro de la Radio Televisión Española.

Admirable también que no nos hayamos preguntado por la Europa de la troika en estas elecciones, la que tanto nos quiere que nos hace llorar. Y que nadie tampoco se pregunte si, en realidad, estas van a ser las últimas elecciones libres antes de que entre en vigor la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI), conocida en lengua inglesa como Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP), entre Europa y Estados Unidos, que nos hará menos europeos, menos españoles y que tendría que empujarnos a todos a participar en las primarias estadounidenses.

En un país precario, admirable Rajoy, usted tendrá votos precarios, pero según todos los indicios serán suficientes para que sigamos admirando su cinismo, para que le siga echando la culpa a Zapatero de la muerte de Manolete, para que se disfrace de Guerrero del Antifaz contra el yihadismo o de Roberto Alcázar y Pedrín contra el soberanismo catalán. Admirable que no le retiren la tutela de su hijo por propinarle collejas en un programa de radio o que el feminismo patrio no se le eche encima, no sólo por haber cerrado sin pestañear la oficina de ONU Mujeres en España, sino por decirle a Bertin Osborne que quien entiende la vitrocerámica es su mujer. Claro que lo que no tan admirable como sorprendente, estriba en que Ciudadanos --su rival o su marca blanca-- incluya en su programa electoral la eliminación del agravante penal por cuestión de sexo en los casos de violencia de género cuando llevamos cincuenta muertas este año y los del Albert Rivera pueden quedar segundos en estas elecciones.

Usted en cualquier caso será admirable. Pero el pueblo español --que por supuesto sigue siendo sabio-- tendría sin duda que hacérselo mirar.

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