La soledad del corredor de fondo

La fascinación del caos (y la nostalgia del orden)

Pixabay.
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La vida, como apuntó el viejo Heráclito, nace del conflicto, y el primer conflicto de todos es el de orden contra caos. En la magna paradoja cósmica, uno necesita del otro para existir. Desde la Grecia clásica, la ciencia en las sociedades occidentales se ha venido orientando al descubrimiento de elementos estables, ya sea el agua, como proponía Tales, el fuego, ya sean moléculas o los átomos de Demócrito.

Nos hemos dedicado a buscar esquemas generales, globales, a los que pudieran aplicarse definiciones axiomáticas inmutables, y lo único que se ha logrado en todos los campos ha sido encontrar tiempo, acontecimientos y fenómenos en evolución. La lucha contra la entropía, la generación de un orden a expensas del entorno, es la pescadilla que se muerde la cola, que lleva a todos los seres vivos a convertir su existencia en la búsqueda de la energía esparcida en un universo en evolución.

Sin ir más lejos, la crisis desatada por el coronavirus nos ha mostrado cómo en un mismo tiempo coexisten tiempos distintos, evidenciados por lenguajes y valores diferentes, cuando no divergentes. Según la Teoría de las catástrofes, una crisis como la del Covid-19, que es un caso particular y enorme de crisis, representa un proceso de reajuste para un sistema que ha salido del equilibrio o que tiene necesidad de crecer para luego volver a él. Para este enfoque, las catástrofes no sólo son negativas (siendo el fondo del mensaje de René Thom, referente de dicha Teoría, quien defiende la aparición de orden en medio del caos), sino que resultan necesarias, a veces imprescindibles, para generar un orden nuevo que antes no existía.

Buscábamos constancia y no la hallamos. También buscábamos simetría, pero nos olvidamos que una característica natural de la evolución es que tiende a destruirla. Los conceptos de ley y de orden no se pueden ya considerar inamovibles y, como sugiere el Premio Nobel de Química (1967), Ilya Prigogine, hay que investigar el mecanismo generador de leyes, de orden, a partir del desorden, del caos. De momento, nos resulta mucho más fácil el estudio del caos, y en esto nuestro tiempo ofrece un grotesco material empírico.

La Teoría del Caos, según la definición de R. V. Jensen en su libro Classical Chaos (1987), se ocupa del comportamiento irregular e imprevisible de sistemas dinámicos deterministas no lineales, donde la dinámica está libre al fin de las cadenas de orden y predecibilidad.

Sin embargo, se sigue funcionando con los principios físicos aristotélicos que defienden que el mundo está intrínsecamente ordenado, que no hay problemas de organización, ya que una inteligencia, llamémosla suprema (el patrón, el mercado, la UE, el Gobierno o todos a la vez) vela por su orden. Para esta "fuerza suprema", la disidencia contra esta supuesta certeza ha generado, dicen, el nuevo orden (caótico)de las cosas, que ha arrasado no sólo con ciertas costumbres y creencias o valores, sino que se ha extrapolado al arte, al urbanismo, la imagen, la moral, el comportamiento social o la información.

Sabemos que las sociedades que han sufrido a dicha "fuerza suprema" en estos años de crisis, la eternidad pretendida, está abocada a un encanto efímero. Escritores, tertulianos o los periodistas de todo, cantan las excelencias de lo urbano y rinden sus discursos y disertaciones a un decadente y hastiado posmodernismo. El intelectual y el político ya no se mantienen absortos en su ilustre cueva crítica: prefiere rendirse a una rápida virtualidad televisiva y las redes sociales.

Por tanto, jamás sabremos cómo es verdaderamente la realidad, aunque ya seamos capaces de tener crisis de magnitudes históricas en imágenes al por mayor. Quizá todo esto sea simplemente una estrategia que ayuda a crearnos una mayor ilusión de control. Se habla de sistemas organizados en niveles jerárquicos, de casualidad circular entre niveles, de autorreferencia de bucles recursivos, de autocontrol. En fin, de autoorganización o de programas que se programan a sí mismos, aunque aún no se sabe cómo.

Por ello, cuando se dice que del caos nace orden se está tratando uno de los aspectos fundamentales, quizá el más crucial. Pero, sea como fuere, éste no surge al azar, del deseo de dios (o de Vox) o de las caceroladas contra el rey. Ni de las reuniones hechas deprisa cuando el peligro es inminente y el gas se expansiona en el vacío. Ni tampoco de las quejas seudomorales por el tambalear de las estructuras, por la relatividad de las cosas. Cuando la suerte está echada, está echada y llega el momento de los grandes debates y de las grandes decisiones. Regresa la política en mayúscula.

Nada será igual después de esta crisis y no está claro por el momento qué orden emergerá de la catástrofe aún presente. Sin embargo, de esta fascinación del caos emerge su contrario, la nostalgia del orden, al que una ola reaccionaria, nerviosa y decidida, avanza con una idea sencilla: ceder en derechos para ganar seguridad. La izquierda, incómoda con el caos, distante al reclamo de seguridad, mira con nostalgia al viejo orden que desaparece.

Dedicado al filósofo Francisco José Martínez y a la científica Alicia Durán, personas que me transmitieron la pasión por la filosofía de la ciencia.

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