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La batalla de Madrid

A José Luis Rodríguez Zapatero ni siquiera se le mueve la ceja cuando le preguntan quién será el candidato del PSOE para la Comunidad de Madrid en las elecciones de mayo de 2011. Impelidos a interpretar su silencio, los concernidos han concluido que la decisión está abierta y esta incertidumbre ha alentado el órdago lanzado esta semana por el secretario regional, Tomás Gómez, contra el vicesecretario general del partido, José Blanco.

Tras la apariencia de una bronca personal se esconde una de las preocupaciones políticas que encoge al PSOE cuando se pone ante el almanaque. A un año para las elecciones autonómicas, no ha logrado consolidar liderazgos alternativos en ninguno de los territorios donde está en la oposición. La situación resulta especialmente inquietante para los socialistas en Madrid y Valencia, tanto por la entidad de ambas comunidades como por su incapacidad para aprovechar condiciones objetivamente favorables para el cambio político. En ningún otro lugar lleva el PP tanto tiempo en el poder y, a la vez, presenta una posición tan debilitada por la acumulación de indicios de corrupción.

El agrietamiento de la imagen de Esperanza Aguirre por la ramificación madrileña de la trama Gürtel –que amenaza con sacar a pasear el fantasma de Tamayo y cia– y la irrupción en la escena madrileña de Rosa Díez como alternativa de política insurgente, abren una posibilidad fundada de conquistar el Álamo de la derecha, hasta hace poco inexistente.

Nunca antes como con Zapatero logró el PSOE tal concentración de poder autonómico, en gran medida achicando el espacio de los nacionalistas en los territorios donde estos tienen gran implantación, pero alcanzada la cima sólo queda el descenso. Con la posibilidad cierta de perder Catalunya y amenazado el feudo de Castilla-La Mancha, sólo la conquista de Madrid podría compensar el recuento de pérdidas. 

La maniobra de Gómez

Pero no se trata sólo del poder autonómico. Si en 2008 fue Catalunya la que dio la victoria a Zapatero, ahora se trataría de ganar Madrid –donde nunca lo ha hecho el presidente del Gobierno– para volver a ganar España en 2012. Esta es la auténtica trascendencia de lo que se esconde tras el estallido de desafecto entre Gómez y Blanco.

Su enfrentamiento se remonta prácticamente al momento de la elección del alcalde de Parla como recambio de Rafael Simancas al frente de los socialistas madrileños, en 2007. Fue una decisión unipersonal de Zapatero, que tuvo como principal aval el dato de que Gómez era, en aquel momento, el alcalde de toda España elegido con más apoyo popular. Blanco, que tenía su propio candidato, nunca creyó que esa fuera condición suficiente para dirigir una federación históricamente marcada por la inestabilidad y las banderías. Y Gómez, convencido de que le bastaba con el apoyo de Zapatero, rechazó la oferta del entonces secretario de organización del PSOE para apuntalar su equipo con personas de su confianza. Desde entonces la distancia entre ambos no ha dejado de aumentar.

Que el choque haya saltado ahora a la opinión pública no ha sido casual, sino premeditado. Nadie que quiera contar algo sin que trascienda lo hace ante 40 personas y, por si cabía alguna duda, ni Gómez ni Blanco hicieron nada por impedir que se divulgara. De todo lo dicho por el secretario general del PSOE madrileño, lo sustancial no fue que acusara al vicesecretario general de ponerle zancadillas y favorecer la reelección de Aguirre con su gestión como ministro de Fomento, sino su proclama de que no renunciara a ser el candidato socialista aunque Zapatero le ofrezca la luna.

Gómez ha actuado a conciencia de que era de eso de lo que se estaba hablando en los círculos de poder del PSOE: "Cuando llegue el momento, se le ofrece un cargo y asunto arreglado". Desde finales de febrero se venía oyendo a más socialistas y con más intensidad hablar de la necesidad de buscar una alternativa "de peso" a Esperanza Aguirre. Y esa alternativa se llama Trinidad Jiménez. Su nombre lo lanzó Blanco cuando, a los pocos meses de su nombramiento como ministra de Sanidad, ya se había encaramado a los primeros puestos del ranking de miembros del Gobierno mejor valorados. La que fuera en 2003 candidata a la Alcaldía de Madrid, aceptará el desafío –como siempre– si Zapatero se lo pide, pero el presidente sólo lo hará si se acredita suficientemente que puede destronar a Aguirre.

"El liderazgo se gana"

Con esta pizarra al descubierto, el mensaje de Gómez es que, si se consuma el movimiento, morirá matando. Por eso necesitaba identificar públicamente a un enemigo. Desde su elección ha cometido un sinfín de errores, pero su maniobra ha activado los resortes emocionales de la militancia y los cuadros dirigentes de una federación cansada de los experimentos con candidatos de quita y pon, que desaparecen de la escena en cuanto se descuelga del cartel de las elecciones. Por eso, que el suyo sea un órdago perdedor está por ver.

Quienes defienden su candidatura no sólo apelan al respeto hacia el líder elegido por la militancia que aún no ha tenido ocasión de pasar por las urnas, sino que subrayan que está archidemostrado que los candidatos de relumbrón no funcionan. Pero quienes reclaman un peso pesado alegan que para ganar "hay que transmitir con la personalidad del candidato la sensación de que se quiere ganar y eso el electorado lo huele".

A finales del año pasado, Zapatero le hizo a Gómez una advertencia revestida de consejo, o viceversa: "El liderazgo se gana". Y Gómez ha decidido, como Hernán Cortés, quemar sus naves para demostrar que su ambición presidencial es indeclinable.

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