Luna Miguel

Orgullo

ORGULLO

Aprovecho la mañana libre para ir a Dachau. Apenas he dormido después de la fiesta, pero es mi último día en Alemania y no quiero dejar de ver el campo de concentración, a pocos kilómetros de Múnich. No sé si es buena idea visitar tal museo de horrores con este resacón. Tomo el tren. Llego al lugar. Me impresiona la longitud de la tierra. El color marrón del crematorio. Las fotos, placas y objetos personales de miles de personas asesinadas. Hay un grupo de adolescentes alemanes, quizá de un campamento o escuela de verano, que lloran al ver todo esto. Me estremece. Pienso entonces en mis amigos de Madrid, en los que hicieron excursiones con sus colegios al Valle de los Caídos. ‘Mirad, niños, cuán grandioso fue...’. Contrasto impresiones y actitudes. Comparo lágrimas y orgullo. No comprendo.

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