Fuego amigo

Creo que vienen cuatro años maravillosos

Estoy por apostar que ni Rajoy ni Zapatero tenían tantas ganas como yo de que pasase de largo el día del segundo debate. Creo que ambos en el fondo abrigaban el mismo pensamiento: ¿qué pintamos aquí? Si a estas alturas, después de no haber hecho otra cosa durante cuatro años que un interminable debate electoral, todavía queda alguien que no sepa a cuál de los dos votar, es que padece un desarreglo mental grave.

¿De qué naturaleza prodigiosa tendría que ser un nuevo mensaje para que cualquiera de ellos nos hiciese cambiar en el último momento el sentido del voto? De todo lo dicho en el debate, habría que tener una memoria elefantiásica para recordar las promesas derramadas durante hora y media por ambos contendientes.

Mariano Rajoy ha vuelto a la vieja letanía (hipotecas, paro, orden, control de la inmigración, separatismo, delincuencia con el añadido de las bandas organizadas, negociación con ETA...). No ha faltado nada del muestrario, nada nuevo bajo el sol del Apocalipsis que nos auguran y que tercamente la realidad les niega. Es tan exagerado en su discusión, sus acusaciones son de tal desmesura que se descalifican a sí mismas porque en verdad parece que está hablando de otro país distinto al que conocemos.

De nuevo, inmediatamente después de ese guión escrito que ya nos sabemos de memoria ("hace falta un gobierno que se ocupe de los problemas reales de los españoles") volvió al pecado original que quizá le hizo perder ambos debates, según las primeras encuestas de urgencia: el desprecio, la inelegancia, la chulería, esa falta de educación que destila ante quien representa a millones de españoles, actitud que tanto irrita al espectador. En el colmo del delirio, llegó a acusar a Zapatero de haber dado el visto bueno a nuestra intervención en la guerra de Irak.

La impresión que me queda, después de las promesas desgranadas por ambos, es que, gane quien gane, España va a ser maravillosa los próximos cuatro años. Es más, creo, sobre todo, que Rajoy lo hizo tan bien que se merece otros cuatro años de jefe de la oposición.
-----------------------------------------------------------------------------

Meditación para hoy:

A las pocas horas de que el Tribunal Constitucional anulara la condena de más de tres años de prisión que el Tribunal Supremo había impuesto a los "Albertos" por estafa y falsedad en documento mercantil, a las pocas horas, digo, y quizá para celebrarlo, uno de los primos (y no me refiero a los estafados) invitaba a su majestad el rey a una cacería.

En tiempos del jefe del Estado que le nombró, las cacerías eran lugares de trabajo, de tráfico de influencias, de germen de grandes negocios posteriores, de donde siempre salían perdiendo los venados, los urogallos, las perdices, las codornices y los conejos, tras un día de batalla de mentirijillas, con uniformes de soldado diseñados por Loewe. A veces, con suelta incluida de material cinegético para que el ejército de cazadores pueda contar con suficientes piezas a donde dirigir el punto de mira de sus escopetas de feria, animales cuya carne aborrecen la mayoría de las veces.

Pero algo debe de tener la posesión de un rifle o una escopeta que desde el gatillo trasvasa una rara sensación de poder al cerebro que inmediatamente te impulsa a votar a George W. Bush o a alguno de sus admiradores a este lado del Atlántico.

Casualmente, una semana antes de las elecciones, decenas de miles de cazadores se manifestaban por las calles de Madrid para protestar por la que se conoce como Ley del Plomo, ley que, entre otras cosas, pretende liberar a nuestros humedales de la acumulación de miles de toneladas de un metal altamente contaminante para el medio ambiente, sobre todo para la avifauna.

Según los ecologistas, el 95% del territorio nacional puede ser escenario de caza -donde la gente pacífica recolecta setas o caza animales de manera incruenta con el objetivo de su cámara fotográfica- , y de media mueren al año dos cazadores y 50 millones de animales más: los primeros, víctimas de un despiste o una imprudencia, y los segundos, como pago a una actividad que la civilización, lejos de prohibir como una reliquia salvaje de nuestro pasado en las cavernas, ha perfeccionado con mayor potencia de fuego.

Aunque el otro día, me temo, sólo iban a la caza del voto.

Más Noticias