Fuego amigo

Los últimos serán los primeros

 

El domingo pasado, el Ayuntamiento de mi pueblo nos convocó a los vecinos a un acontecimiento que en gallego llamamos "andaina", una caminata por senderos y trochas, una forma de convivencia vecinal, mezcla de lucha contra el colesterol y contra la soledad a partes iguales, con bocadillos y empanadas como premio final colectivo.

 

Lo que más me llamó la atención es el sistema de premios individuales: se premiaba al primero que llegara a la meta, y al último. En una sociedad competitiva como la nuestra, lo de premiar al primero lo entendí sin necesidad de manual de instrucciones. Luego me explicaron que también se premiaba al último en llegar porque se suponía que era el caminante que con más detenimiento y calma había contemplado la naturaleza y disfrutado del paisaje. En cierto modo los organizadores hacían honor a esos viajeros generalmente más interesados en el viaje mismo que en el lugar elegido como meta. Los caminos que llevan a Roma son más bellos que la propia ciudad eterna.

 

Me pareció una alegoría inquietante del viaje que nos espera hasta el 20N. Dos partidos pugnando por llegar los primeros a la meta, procurando ponerse la zancadilla, buscando atajos, acusándose el uno al otro de dopaje ante los árbitros, con la mirada puesta en la meta de Moncloa, sudorosos y olvidados del paisaje y del paisanaje que atraviesan atropelladamente sin mirar. Y en la misma "andaina", los caminantes de pequeños partidos que se conforman con la observación y el cuidado de la naturaleza y el bienestar colectivo, pero que apenas recibirán un premio de consolación.

 

Recemos, al menos, para que no se queden en el camino.

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Meditación para hoy:

 

Lo del premio al último me lleva a otra meditación trascendental: en un concurso de tontos, ¿quién resulta ser más tonto, el que gana o el que queda de último?

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