Fuego amigo

La onda expansiva de ETA llega al Congreso

El atentado de ETA ha trastocado, como siempre, el normal curso de los días, sobre todo la agenda política de quienes hemos elegido democráticamente para representarnos. Y, como siempre también, la bomba además de llevarse por delante la vida de las personas, pone a prueba la estabilidad de ciertas convicciones políticas.

ETA y María San Gil eligieron la misma mañana para hablar. ETA lo hizo primero, y cuando todos esperábamos que la presidenta del PP vasco dedicaría la rueda de prensa anunciada para abanderar sus ataques a la banda terrorista, apenas dedicó un minuto al asunto, para pasar a continuación a lo que verdaderamente le importa: hablar de su situación dentro del partido, el sempiterno "cómo va lo mío".

Por ella supimos que su retirada de la ponencia política famosa era no más que una pantomima, una disculpa para escenificar su oposición a Mariano Rajoy. La ponencia finalmente aprobada, lejos de contener una supuesta cercanía a los nacionalistas, en realidad acusaba al PNV de encontrarse a gusto con la banda terrorista. Puro estilo San Gil, Aznar, Acebes, Mayor Oreja, Esperanza Aguirre. Francotiradores todos que no se resignan a que el general de la tropa haya mandado firmar el armisticio. Así, al coro se sumaba también un representante del PP cántabro que insinuaba (todavía con la partitura de la temporada pasada, ¿o quizá no?) que tal vez uno de los terroristas del atentado de ayer podría ser alguno de los que negoció con ZP en Suiza.

Luego por la tarde, la sesión de control al gobierno también trastocó su orden del día para dar paso a las declaraciones de condena. Se suponía que la unanimidad alcanzada por la mañana entre los portavoces parlamentarios tendría continuación dentro del hemiciclo. Aparentemente fue así, pero rascando un poco la superficie es fácil ver que los rencores continúan debajo intactos.

Rajoy sacó el deseado pacto con Zapatero para que en la lucha antiterrorista "los españoles nos vean juntos a usted y a mí". Pero de los demás no dijo nada. Su eterno desprecio a las minorías, esa egolatría política que jamás les abandona.

Durán y Lleida se revolvió recordándole que "nadie en esta Cámara tiene autoridad moral" para excluir a los demás en esa lucha contra el terror.

Finalmente, Josu Erkoreka, portavoz del PNV, retomaba el asunto de la ponencia de los populares para dolerse de que les "indigna que alguien pueda pensar" que los nacionalistas democráticos tengan algo que ver con la banda terrorista.

Los discursitos apenas duraron unos minutos. Pero jamás en tan poco tiempo se encadenaron tantos reproches sutiles, con el cadáver del guardia civil asesinado todavía caliente, y con los asesinos de ETA, txiquito en mano, disfrutando por la tele de nuestro dolor y de nuestra incapacidad inveterada para ponernos de acuerdo en lo esencial.

La onda expansiva de ETA siempre alcanza al Estado democrático de un modo u otro, ponga donde ponga las bombas.

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