Fotomatón

Grissoms y McNultys

El rapero Pablo Hasel, durante su juicio en la Audiencia Nacional. EFE/ Fernando Alvarado
El rapero Pablo Hasel, durante su juicio en la Audiencia Nacional. EFE/ Fernando Alvarado

Hace ya unos cuantos años que dos grandes series policiacas comenzaron exactamente el mismo día. Una era simple, banal, casi propagandística y plana. Sus capítulos eran autoconclusivos y sus personajes destacaban precisamente por ser incapaces de destacar. La otra en cambio marcó un antes y un después en muchos aspectos, como por ejemplo en su radiografía de una institución policial corrupta hasta la médula, con un guión complejo y unas tramas que duraban una temporada. Lo nunca visto antes, vaya.

La primera es CSI Las Vegas. La otra, The Wire. Pero de esto hablaremos más tarde.

Éste jueves el rapero Pablo Hasel fue llevado ante la Audiencia Nacional para ser juzgado por ejecutar dos peligrosos elementos de subversión y violencia susceptibles de delito: tuits y canciones. ¿Recuerdas aquel tuit que dejó a esa familia con dos hijos en la calle? ¿Y aquella canción que comenzó una guerra en Irak con cientos de miles de muertos por unas armas que ni existían? Hay que andarse con ojo joder, ya lo creo. De hecho, no ha sido el único. Ésta misma semana el rapero mallorquín Valtonyc pisaba las mismas oficinas de la barbarie judicial por motivos similares.

Hay muchas cosas a destacar en todos estos nuevos procesos judiciales abiertos contra cualquier artista/tuitero/lo que sea mínimamente contestatario, y casi todas han sido mencionadas ya. Es relativamente sencillo hacer comprender (incluso a una persona enquistada en posiciones reaccionarias) que meter en la cárcel a gente por escribir chistes o hacer canciones es una barbaridad que atenta contra los principios fundamentales, pura represión de un régimen opresivo que teme su descomposición. Vamos, lo que los medios llevan vomitando una década sobre Venezuela.

Pero hay algo que no se ha destacado, que se ha dejado a un lado en todo esto, y es la ineptitud judicial y policial. Más allá de que no me sienta más seguro por ver en la cárcel a raperos y humoristas, cabe destacar lo ridículo que resulta todo el esto a nivel judicial.

Los raperos de La Insurgencia, imputados también por delitos de todo tipo, no contaban con millones de escuchas en YouTube. Difícilmente llegaban a las 10.000 reproducciones. Lo mismo ocurre con Pablo Hasel, que desde hace ya tiempo produce canciones desde el corazón para una audiencia baja. Basta echar un vistazo a las visitas de su canal.

Es por tanto evidente que nuestras instituciones judiciales, guiados por un espíritu post-franquista donde coartar la libertad de expresión está por encima de la estrategia, han optado por hacer una innegable propaganda a artistas a los cuales muchos no conocerían sin el asedio legal al que han sido hostigados. Nadie en el cuerpo dijo "oiga Fiscal, creo que denunciar a estas personas es darles un altavoz de cara a los medios, porque todos sabemos que no mucha gente lo escucha". Qué va. Arrasa con esos putos rojos, fiscal.

Sin saberlo, nuestros queridos policías, fiscales y jueces confirman con sus actitudes represivas cada verso, cada párrafo que estos artistas escriben. Las denuncias cobran sentido, las protestas de unos pocos de pronto se convierten en proclamas fáciles de entender. Chavales que jamás hubieran escuchado a Pablo Hasel de pronto ven sus declaraciones sobre la monarquía en televisión y no pueden más que asentir y pensar que coño, el tipo tiene razón. La represión casi gratuita e innecesaria vence a la estrategia más simple, y los sin voz de pronto cuentan con mensajes virales y comprensión por parte de una sociedad que dista de ser marxista-leninista.

Llegados a este punto cabe preguntarse: ¿qué les lleva a realizar sin tapujos unos procedimientos innegablemente intolerables? ¿cómo pueden cedernos el altavoz de forma tan banal? Y sobre todo, ¿cómo sois tan IMBÉCILES de darnos la razón EN TODO?

Vuelvo al tema inicial de las series. Durante años nos han querido convencer de que nos protege Grissom: tipos empíricamente preparados que destilan destreza y un irreductible sentido de proteger al indefenso y perseguir al criminal. La comisaría del Alcorcón no dista mucho de las oficinas de CSI Las Vegas, señor ciudadano. Al fin y al cabo, son lo mismo: policías. ¿No?

Pues no. Resulta que nuestros protectores no son señores rectos, sino los mismos que nos muestra The Wire. Son cerdos corruptos con la mira puesta en contentar a sus respectivos jefes. Títeres al servicio de quienes les pagan para mantener a raya a quien toque. Inútiles que solo cumplen órdenes incluso si haciéndolo hacen un flaco favor a su supuesta empresa. De ahí que a cada paso que dan su integridad como institución democrática se desmorona y sus entresijos cada vez sean más visibles hasta para el más ciego.

Lo único que pido a estas alturas es un McNulty que os deje claro que sois todos gilipollas con poder.

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