Cabeza de ratón

No hay mal que por cien no venga

No hay mal que por cien no venga. Abochornados todavía por el fiasco de la candidatura madrileña nuestros representantes electos recibieron una ducha fría, los cielos se abrieron, descargaron  su inclemente furia sobre la cúpula del Congreso y derramaron a chorros goterones manchados de yeso. En la tribuna de invitados, turistas japoneses eufóricos reían y sacaban fotos para humillar aún más a nuestros próceres. Dios, que de existir sería de derechas, concentró sus manguerazos sobre los bancos de la izquierda pero hasta Fernández el ministro converso que se encontró con el Espíritu Santo junto a una tragaperras de Las Vegas sabía que la tormenta que se cernía sobre sus ungidas cabezas era un aviso más de la colérica deidad. Después de mí, el diluvio, que pase, murmuró para sí Mariano el irresoluto y por una puerta trasera del hemiciclo despareció discretamente el responsable de la última rehabilitación de las cubiertas del histórico inmueble para buscar la factura de Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. No la encontró, a lo mejor se trataba de un pago en B, C, o X, tendría que rebuscar en el disco duro si es que aún lo conservaban en Génova 13 porque últimamente les ha entrado en la sede del PP la manía de destruirlo todo, agendas, documentos y archivos que pudieran incriminarles en algo, los discos duros los carga el diablo y habrá que pedirle un exorcismo a Rouco Varela.

Pero en los momentos de tribulación  suele surgir un líder carismático, un hombre de acero, un superhéroe oculto bajo la chaqueta gris ratón inofensivo. Contra todo pronóstico, el hombre se llama Cristóbal Montoro, incólume, impasible el ademán bajo los rayos y los truenos que nos asedian. Su discurso vibrante, optimista, entusiasta, contrasta con la grisura del ambiente, con el llanto y el crujir de dientes de sus compañeros. Hemos tocado fondo y solo nos queda esperar el efecto rebote, pero Europa y el Mundo empiezan a reconocer nuestro éxito, les estamos dando lecciones y nos admiran, todavía no confían en nosotros pero nos admiran. Admiran a nuestros modélicos gobernantes y  sobre todo se sorprenden de que, con la que nos está cayendo encima no se haya producido aún una revolución social. Ni indignación, ni resignación, alucinado como un profeta tras la ingestión de hongos alucinógenos,  el Super Ratón Montoro está aquí para traernos  la buena nueva de un paraíso próximo y sobre todo póstumo. No veremos la recuperación ni nosotros ni nuestros hijos pero  algún día llegará y la memoria del precursor, del héroe del Bautista será honrada por las generaciones venideras.

En el último banco del hemiciclo un diputado anónimo, que ha aprendido a dormir con los ojos abiertos, sueña bajo el aguacero con la construcción de un Arca de Noé que salve al menos a dos parlamentarios de cada formación para preservar esta rara especie. Las goteras del Congreso son el bautismo de Montoro, o tal vez las aguas revueltas que está removiendo Esperanza Aguirre. El sueño se interrumpe cuando los leones que guardan las puertas de Las Cortes, fundidos con el bronce de los cañones arrebatados al enemigo, entran en el hemiciclo y la emprenden a zarpazos y dentelladas con los inocentes mártires como si en vez de estar en el Parlamento estuvieran en las arenas del Circo. El diputado durmiente se despierta con sudores fríos cuando una fiera está a punto de hacerse con su pierna, pero se vuelve a dormir minutos después cuando se reanuda la sesión. La pesadilla ha sido fruto de una posible indigestión, nada que no se pueda solucionar con un digestivo gin tonic en el hospitalario bar del Congreso

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