Multiplícate por cero

Despedir sin mancharse las manos

Tras devorar grandes monstruos financieros, el virus llegó al sector inmobiliario y constructor, después alcanzó al automóvil, luego a las industrias auxiliares de ambos y ahora está en el comercio minorista. La crisis económica, la contracción de la demanda, está provocando el cierre de multitud de pequeñas tiendas y reduciendo el empleo en las grandes superficies. Se compra mucho menos, se ahorra un poco más.

Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, de enero, han revelado un comportamiento muy diferente en la respuesta a la crisis entre las pymes y las grandes empresas. Mientras las tiendas a pie de calle han sufrido una caída del 9% en sus ventas, el empleo en ellas sólo ha bajado un 1,6%. En las pequeñas cadenas, la facturación disminuyó un 10% y el empleo, la mitad (5,6%). Por el contrario, las grandes cadenas y las grandes superficies registraron ligeros aumentos en sus ventas (del 2,7% y 0,3%, respectivamente) pero despidieron proporcionalmente muchos más trabajadores que el pequeño comercio: el empleo disminuyó el 1,7% en grandes cadenas y el 5,6% en grandes superficies.

Hay que analizar varios factores que influyen en estas conductas. Los datos del INE incluyen tanto el empleo asalariado como el no asalariado y en las pequeñas tiendas predomina el empleo autónomo: el que tiene su propia tienda aguanta todo lo que puede y no se despide a sí mismo, sólo cuando ya no ve solución tiene que echar el cierre. Por su parte, las grandes empresas tienen mucha más flexibilidad en sus plantillas, despiden y contratan muy habitualmente, es su forma de gestionar los recursos humanos, que es la denominación con la que hemos cosificado a las personas: primero recursos y luego humanos.

Es dudoso, por no decir imposible, que los primeros ejecutivos, que los consejeros de las grandes multinacionales, conozcan personalmente ni a uno de los trabajadores que despiden en esos expedientes de regulación de empleo masivos que se anuncian todos los días en todo el mundo: Nokia (1.700), Bank of America (30.000), Sony (16.000)... Ni siquiera los directores de recursos humanos de estas grandes empresas les ponen cara y ojos a sus despedidos, sino que reciben y envían instrucciones a distancia para aplicar estrictos criterios aritméticos al número de despidos necesario para recuperar la rentabilidad de la empresa o el valor de la acción. Y si nunca deben mancharse las manos y entregar una carta de despido, miel sobre hojuelas. En Pirelli, fueron los vigilantes de seguridad los que se pusieron en la puerta de la fábrica de Manresa para, tras preguntar el nombre uno a uno, entregar cartas de despido a quienes ya no podían seguir accediendo a su puesto de trabajo.

El Estatuto de los Trabajadores habla de derechos como seguridad en el trabajo, no discriminación o formación, pero no habla del derecho a la dignidad en el despido. Ahora que se avecina una reforma laboral –consensuada o no, porque el ministro de Trabajo sólo ha dicho que "oirá" a los agentes sociales– puede ser el momento para incluir derechos como éste: que cuando alguien sea despedido se le trate con la misma dignidad o más que cuando fue contratado.

Pero también está el otro lado del espejo. Entre los deberes del trabajador, el Estatuto incluye como obligación básica "contribuir a la mejora de la productividad", lo cual merece una reflexión porque quien esté libre de indolencia, absentismo o escaqueo, que tire la primera piedra. Sin embargo, en épocas de crisis, como la actual, estos comportamientos ilegales (están rechazados por la ley) se reducen mucho: el miedo a perder el empleo incrementa la productividad. El 34% de las empresas cree que la crisis ha reducido el absentismo laboral en sus centros de trabajo, lo que no es una minucia puesto que tiene un coste por empleado cercano a los 2.500 euros al año y produce unas pérdidas equivalentes al 1% del PIB español, según Adecco.

Y hay otro factor que sí debe contar: los planes estructurados de recorte de costes –laborales, operativos y financieros– no funcionan. Siete de cada diez fracasan a los tres años, según una encuesta de Ernst&Young realizada entre 250 empresas cotizadas en bolsa para The Economist Intelligence Unit. ¿Causas? Falta de seguimiento y de compromiso. Un jarro de agua fría para los que no se manchan las manos.

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