O es pecado... o engorda

El sabor del buen cine

Esto va de la unión entre dos placeres: el cine y la comida. Y de lo que este maridaje da felizmente de sí. De mis años en Sevilla recuerdo las deliciosas noches de cine de verano, versión "Marca España" de los autocines americanos, sólo que, en vez de magrearse dentro de un enorme Oldsmobile, uno se dedicaba a comer camarones, regañás y pescaíto frito con un tinto de verano o una Cruzcampo. Hay que reconocer que, de la película, te enterabas más bien a medias, así que era mejor optar por aquellas en las que, desde el principio, quedaba claro quien era el malo y quién era el bueno, por aquello de no liarse. Las de vaqueros iban muy bien y las de acción, también. De las de mucho diálogo, mejor olvidarse. En las salas convencionales, para mí el cine estaba asociado –de pequeña- a unas chocolatinas en forma de moneda que se vendían metidas en un tubo y que eran mucho más discretas y más de mi gusto que las palomitas.babette

La comida y la cocina, por otra parte, han dado muchísimo juego en el argumentario cinematográfico. Hemos visto el lado perturbador de la comida en "El festín de Babette", "Chocolat" o "Como agua para chocolate", versiones elegantes de esa máxima de "conquistar por el estómago" que tan "a madre" suena. La mirada más sórdida nos la dio "La grande bouffe", "Delicatessen" o "El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante".  Nos hemos estremecido con el canibalismo de Hannibal Lecter y el "Barbero diabólico".

Pero, sobre todo, hemos tenido oportunidad de conocer por dentro, las entrañas de las cocinas y de los cocineros. Desde el encantador "Ratatouille", hasta "Fuera de carta", "Bon appetit" o "Deliciosa Martha" –mucho más afortunada que su remake americano "Sin reservas" en la que nadie podía creerse a una Catherine Zeta Jones haciendo algo más que una tortilla francesa-. Antes de "Master chef" y de "Pesadilla en la cocina", estas películas nos han mostrado la tensión, la responsabilidad y la dureza del trabajo tras las puertas batientes que separan el comedor de la cocina. Convertido este estrés en tragedia, os recomiendo "Vatel" , la historia real de un cocinero del siglo XVII, encargado de organizar los banquetes de una fiesta de tres días y tres noches para Luis XIV. No os cuento más, salvo que Depardieu y Uma Thurman están espléndidos.

Mañana empieza el Festival de Cine de San Sebastián.   Y la ciudad con mayor número de estrellas Michelin por metro cuadrado, no puede por menos que aprovechar para realizar una nueva convocatoria de cocina a muy alto nivel: Culinary Zinema, a pesar de que ya sabeis que no hacen falta muchas excusas para que en Donosti la gente se ponga de tiros largos a cocinar, a comer, a ver cine o a jalear a un famoso.  Se proponen siete películas –seis de ellas de estreno- y sus correspondientes cenas, todas vinculadas a grandes cocineros donostiarras y al Basque Culinary Center y con la colaboración de un cocinero indio y otro japonés. No he mirado el precio, pero me lo temo.

Los invitados al festival: actores y directores, tampoco miran el precio pero por otras razones. O están invitados o acostumbrados a los grandes dispendios. Ellos llenarán las reservas de los "estrellas Michelín". Pero si quereis codearos con la elite festivalera, pasaros –sobre todo a mediodía- por el Aldanondo, un restaurante clásico, de los "de toda la vida", sin más pretensiones que una materia prima excelente y una cocina muy tradicional. Lo vinculó al Festival Diego Galán, que durante años fue su director. En sus mesas han comido Tarantino, los Cohen, Sigourney Weawer, Paul Auster o Vargas Llosa cuando fue jurado y quien, por cierto, encandiló a Inés, que regente el local. A pesar de que las chuletas han sido el plato tradicional, casi siempre eligen el pescado. Y suelen ser reacios a probar muchas cosas. Inés todavía recuerda las vueltas que Woody Allen le dio a un plato de almejas antes de decidirse a probarlas, a lo mejor dudaba entre el placer o el deber de mantener los tabúes gastronómicos judíos. Los fijos, como siempre, el jamón, las gambas y los pimientos de Guernika. Eso siempre cuela.

Los hay que se lían un poco con las bebidas. Me contaron que, en otro restaurante, ese Ben Afleck que se reivindica a sí mismo como "un tipo duro", para defender su opción a ser el siguiente Batman, comió un rodaballo profusamente regado con JB con cola. Otros llegan a los restaurantes a las siete de la tarde para tomar una sopita e irse a dormir. El mundo del cine ya no es lo que era.

Aunque también es cierto que, en general, hay mucha reserva en torno a este tema. En el fondo, el hecho de comer y de beber no deja de ser algo íntimo. Hasta los paparazzi se cortan a la hora de fotografiar a alguien de esta guisa. Por si acaso, en el Hotel donde se alojan los grandes se hace gala de la máxima discreción. Lo que sucede en el María Cristina, en el María Cristina se queda. No en vano sus trabajadores firman una cláusula de confidencialidad. Pero si sus lujosas paredes hablaran...

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