O es pecado... o engorda

Magosto de castañas y ánimas

Ya no hay duda de que estamos en pleno otoño. Por el tiempo, porque este fin de semana dormimos una hora más y porque empezamos a tener añoranza de los platos de cuchara. Pero constatamos que realmente se ha acabado el verano porque llega Todos los Santos y, con él, la visita a los cementerios, la pesadez del Halloween o las atávicas  fiestas del Magosto.

Parece que todas las fiestas que se acaban celebrando en estas fechas en lugares diferentes del hemisferio no son más que la bienvenida a la nueva estación fría. Y parece que el origen está en el Sanheim de los celtas, que marcaba el final del verano para pasar a los días de frío, de oscuridad y de encierro. O sea que lo de honrar a los difuntos, como la mayor parte de las celebraciones cristianas, tiene un origen paganísimo, vaya. Porque son numerosas las culturas que creían que, la víspera del 1 de noviembre, el dios de la muerte permitía volver a los muertos por un rato para comunicarse así con sus antepasados.castañas

Y como no hay fiesta que se precie que no vaya acompañada de comidas especiales o no se tome como excusa para reunirse y cantar y tomar vino, en Galicia, León, Asturias y zonas cercanas llega el Magosto, Magostu o Magosta, desde ahora hasta mediados de noviembre, para recordar que, por un lado, se acaba la luz, el calor y las delicias del estío pero, a cambio, empieza el inverno, las labores del campo se ralentizan y la vida se recoge hacia dentro. Eso para quienes tienen la suerte (o la desgracia dirían otros) de regirse por el calendario de la naturaleza, porque para otros muchos la diferencia entre invierno y verano está exclusivamente en recoger o no la sombrilla de la terraza y prepararse a gastar un pastizal en calefacción.

El Magosto lo endulzan las castañas, el fruto de la temporada. A poder ser en compañía, con vino joven y algún choricillo de la reciente matanza. Lo que en su momento dijimos de las patatas, lo podemos decir de las castañas: cuánta hambre han quitado. Hasta que Colón y sus aventureros no llegaron de América con las alforjas llenas de una nueva agricultura y su correspondiente gastronomía, las castañas –junto con el trigo-  fueron la base de la alimentación europea y un buen tentempié energético durante las labores agrícolas.

Hay que reconocer que tiene un cierto aire de ración de supervivencia ese cucurucho de castañas ardientes que nos calientan las manos y nos manchan de hollín en los primeros días de frío. Pero en realidad, las castañas admiten casi todos los tratamientos: cocidas en leche con un poco de anís, para el desayuno. En sopa, para un entrante de invierno. En el relleno de pollos, pavos y capones. Como guarnición de platos de caza. En puré en tartas y pasteles, para postre. En almíbar,  para una merienda dulce. O en esa versión un poco más cursi y afrancesada pero igualmente exquisita: el marron glacé. Además, se hace licor y leche de castañas. En los tiempos en que escaseaba el trigo, se hizo harina. Y en Galicia las utilizan nada más y nada menos que para aromatizar una ginebra autóctona para dar nuevos aromas ¡¡¡al gin-tonic!!!  Hasta he leído que se han llegado a utilizar para teñir de rubio. Pero entendereis que prefiera la pelu de siempre, no pienso correr riesgos, que con las cosas de comer no se juega.

Lo malo de las castañas es que engordan. Aunque no tanto como el resto de los frutos secos. Tienen menos grasa pero más hidratos de carbono, por eso proporcionan tanta energía. Además, contiene potasio, folatos y fibra. Y dicen que es bueno para la memoria. Pues eso, que hay que aprovechar la temporada.

Ahora, una de etimología. Por lo visto, el nombre de Magosto hace referencia al fuego –Wikipedia dixit-: Magnum Ustus, osea "Gran fuego" o Magum Ustum, considerando su poder mágico. Pero no puedo entender, con lo ricas que son, que a algo que no nos gusta o nos defrauda, lo califiquemos como "una castaña". Sí me parece más lógico hablar de "castañazo", referido a un buen golpe. Sólo hay que calcular el efecto de la caída de uno de esos erizos llenos de pinchos que las contienen, desde el árbol a nuestra cabeza. Ahí se explica.

 

A LA RICA CASTAÑA

Cocer las castañas es el punto de partida para la mayor parte de sus usos gastronómicos. Esta receta sirve para acompañar tanto platos dulces como salados

- Las ponemos a hervir desde agua fría unos 15 minutos

- Como pelarlas es bastante molesto, se recomienda añadir al agua de cocción una cucharada de aceite

- Una vez peladas, las cubrimos de leche y las ponemos a cocer otra vez con un poco de mantequilla hasta que estén blanditas

- Trituramos hasta que tenga la consistencia que nos guste. Se puede aclarar con más leche o con un poco de nata

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