Notas sobre lo que pasa

¿De qué legado nos habla Felipe VI?

¿De qué legado nos habla Felipe VI?

"Si en España la izquierda le negara un poco de legitimidad a la monarquía, esta no se mantendría ni un año" dijo en 2003 el sociólogo Fermín Bouza en una entrevista publicada en El País, un diario que nunca ha regateado esfuerzos para transmitir el "agradecimiento de la sociedad española" a la institución monárquica por los "servicios prestados".

Servicios que el mismo Juan Carlos de Borbón se encarga de destacar en carta dirigida a su hijo. Un escrito para informar sobre su decisión de ir a vivir fuera del Estado español: "Deseo manifestarte mi más absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones, desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad. Mi legado, y mi propia dignidad como persona, así me lo exigen".

Se esperaba esta noticia desde hacía días, pero aun así, acapara lógicamente toda la atención en este principio del mes de agosto.

Hay un hecho, sin embargo, que no se puede pasar por alto, y es que la Casa del rey ha difundido la carta de Juan Carlos I acompañada de una nota en la cual se dice que Felipe VI "desea remarcar la importancia histórica que representa el reinado de su padre, como legado y obra política e institucional de servicio a España y a la democracia".

De qué legado y de qué obra hablan padre e hijo?

En 1970 Juan Carlos de Borbón hablaba a los militares de Estado Mayor del régimen franquista sobre un "haz de virtudes que difícilmente se encuentran juntas y de las que tenemos el mejor ejemplo en el Generalísimo Franco". Les decía que el Ejército era "la garantía de la libertad en el concepto moderno de la misma". Aquel mismo año recordaba a la Guardia de Franco el juramento de "fidelidad a los Principios del Movimiento" que todos y él mismo habían realizado.

Un año antes había pronunciado un discurso ante todos los "procuradores en Cortes" del régimen dictatorial: "Nuestro pueblo ha dado su consentimiento a la institución del principio monárquico en la cumbre de nuestros principios fundamentales. Nuestro pueblo se manifiesta deseoso de mantener esta legalidad política, que debe garantizar la paz y la armonía nacionales, sin altibajos".

Cuando el cadáver de Franco todavía estaba expuesto en el Palacio de Oriente, en el 75, insistió en la misma idea: "La institución que personifico comprende a todos los españoles". Tenía entonces 38 años, 28 de los cuales los había pasado bajo el control del dictador.

Conviene recordar este tipo de mensajes, y muchísimos más que se pueden rescatar en  cualquier hemeroteca, para tener clara conciencia de las ideas que inspiraron la restauración de la monarquía, pero hay que mantener también los ojos bien abiertos sobre lo que significó la aceptación del rey como jefe del Estado por parte de fuerzas políticas que hoy se escandalizan ante lo que se ha dado a conocer sobre los negocios millonarios y fraudulentos realizados impunemente por el monarca, gracias a la "inviolabilidad" que hasta no hace mucho garantizaban y a lo peor todavía garantizan dirigentes del actual Gobierno español.

Tanto ha sido el jabón dado al rey y a su familia a lo largo de los años que ahora no saben como enjuagarlos.

Cuando se cumplieron 25 años de reinado, Santiago Carrillo escribió en El País que algunas personas tenían dificultades para entender que gente republicana de toda la vida, que no se arrepentía de serlo, había tomado parte en la elaboración de una Constitución "que establecía la monarquía parlamentaria como forma de Estado". Ciertamente, muchas personas que aspiraban a una ruptura de raíz con el franquismo tenían dificultades para asumir como conveniente la consolidación de la monarquía y hoy algunas recuerdan el error de quién fue secretario general del PCE.

Algunos cumplidos ya provocaban vergüenza ajena, pero ahora, cuando se releen, parecen ironías de la historia.

En aquella misma publicación la entonces diputada del PSOE Leire Pajín, que en aquel momento tenía 26 años, pedía a la gente de su generación que "valorara a personas como don Juan Carlos, que habían hecho posible la España de hoy". "Conviene ser conscientes de la historia y mostrar reconocimiento a quien, como el rey Juan Carlos, dejan lo mejor de sí mismos como herencia", afirmó la joven representante socialista.

Escribían de este modo en un número "extra" de El País, de noviembre del 2000, en el cual personalidades de diferente trayectoria y edad calificaban de "humana" la monarquía española y ya empezaban a destacar la figura del príncipe Felipe como exponente del futuro de la corona.

No faltaron en aquella publicación profesionales del periodismo que firmaron artículos en los que agradecían "el nuevo estilo de la casa real" y afirmaban que Juan Carlos I había "viajado al extranjero para explicar su proyecto de transición y pedir apoyos". "España no tardó al convertirse en una referencia democrática por América Latina y también por Europa del Este", se podía leer.

En el año 2007, el mismo diario de referencia del "progresismo" español proclamó a "El Rey" como "Personaje del año", al cual dedicó 17 páginas de elogios cuando estaba a punto de cumplir 70 años. "Don Juan Carlos siempre se ha ocupado personalmente de vigilar la imagen de la corona". "Siempre se ha dicho que la familia real española es una de las más modestas de Europa". "No se puede decir que ninguno de sus tres hijos haya dado importancia a la bonanza económica de sus parejas". "Es comprensible que el rey no quiera que se entre en el "menudeo" de sus gastos ni que se quiera saber el importe de todas y cada una de las facturas que se paguen hoy con los 8,6 millones de euros" asignados vía Presupuestos, escribió una prestigiosa y respetada periodista.

"La monarquía no solo ha reforzado su legitimidad, sino que ha puesto bases sólidas por su continuidad", afirmaba un sociólogo de cabecera del mismo diario, que no evitó referirse a una de las principales razones de Estado para apoyar en la corona: "Nadie posee la fórmula mágica para resolver la única cuestión que puede afectar la unidad y permanencia del Estado, que no es -como no lo era en el 1977- la de monarquía o república, sino la de cuántas naciones Estado en el Estado de la nación?".

Otro respetado periodista aseguraba en aquellas mismas páginas que el rey había "llegado a convertirse en la cara de España en el mundo" y que se había "convertido en habitual que el rey abra caminos y preceda al Ejecutivo".

"El rey y sus descendientes están obligados a gestionar su imagen en un mundo cada vez más mediático e inquisitivo con sus actividades privadas y laborales", escribieron por la ocasión otras profesionales de la información.

Faltaba un buen consejo por quién tenía que convertirse en Felipe VI, que lo dio en entrevista Sabino Fernández Campo, que había ejercido durante 13 años como secretario general de la casa del rey: "Que se esfuerce constantemente al imitar el ejemplo de su padre".

No acabaríamos nunca de recordar adulaciones, que se hacían a pesar de que todo el mundo sabía a quién debía la "legitimidad" como jefe del Estado, los intereses económicos que le movían -que conocíamos pero no con el detalle que tenemos ahora-, la complicidad con regímenes totalitarios de todo tipo, que se ha llegado a considerar como un valor por la diplomacia española; sus círculos de amigos, siempre "exclusivos"; las "aventuras" que pudo mantener y que todo el mundo le reía, bajo la protección del aparato del Estado... y sin embargo todo tipo de autoridades civiles, militares y eclesiásticas, intelectuales, políticos de casi todo el arco parlamentario se han dedicado, durante décadas, a exigir respeto y a rendirle homenaje, a lavar su figura, destacar su "acierto"... con la misma intensidad y esfuerzo que ahora se destina al enaltecimiento de las virtudes de su hijo.

Juan Carlos I, en su discurso de navidad de 2011, dijo que "cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione" y que "cualquier actuación censurable tendrá que ser juzgada y sancionada". Lo decía a propósito de su yerno, que no había hecho otra cosa que actuar siguiendo el patrón de impunidad familiar. Habrá que ver cuánta reacción social habrá y hasta qué punto el rey Felipe admitirá que se sancione la conducta del emérito.

Lo cierto es que el escándalo de Juan Carlos de Borbón provoca toda clase de aspavientos, pero más allá de los gestos hipócritas es posible -ojalá- que mucha gente pida que se haga justicia. Las instituciones del régimen harán todo lo posible para blindar la corona y el personaje que ahora la representa. Evalúan hasta qué punto tienen que sacrificar los intereses del rey emérito durante lo que le queda de vida y necesitan decir que el actual jefe del Estado, ahora sí, está libre de toda sospecha. El problema sin embargo, como han escrito desde Òmnium Cultural, no se resuelve con la salida del rey Juan Carlos del territorio del Estado español, porque "la corrupción y las instituciones antidemocráticas se quedan". Para limpiarlas haría falta que los demócratas se decidieran a negar legitimidad a la monarquía.

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