Otras miradas

¿Cómo informan del procés?

Pascual Serrano

El apasionamiento que vive la sociedad catalana, e incluso la totalidad de españoles, en torno a la iniciativa de referéndum para la independencia promovida por el Gobierno catalán se refleja también en los medios. Las acusaciones de parcialidad, en muchos casos fundadas, han circulado en las dos direcciones. Y cuando no se les señala por parciales, se denuncia la equidistancia, algo también estigmatizado en tiempos de confrontación, como le sucedió al director de Salvados, Jordi Évole. El escritor catalán Víctor del Árbol ha llegado a afirmar que "el insulto de moda es llamarte equidistante". El periodista Carles Francino también ha roto una lanza a favor de la equidistancia. No se refieren a la equidistancia del periodismo que no se quiere mojar y se sitúa entre dos versiones de un hecho insinuando que en ese punto se encuentra la verdad, lo cual es falso. Creo que los valores y la no neutralidad en el periodismo son algo necesario si buscas una sociedad mejor, pero proscribir los matices, los grises y exigir que el periodismo sea blanco o negro, no es la solución.

Y parece que no han sido los matices ni los elementos plurales de la noticia lo que ha inspirado la información sobre el procés. Por un lado los trabajadores de TVE en Cataluña denuncian desde la redacción en San Cugat que la televisión pública estatal está teniendo  un "tratamiento sesgado" en las informaciones sobre el 1-O. Afirman que se oculta parte de la información, por ejemplo minimizando las concentraciones independentistas e insistiendo en unos incidentes con la guardia civil que califican de "minoritarios".

Esa denuncia es generalizada hacia todos los medios "españoles" por parte de los manifestantes independentistas. Hemos podido ver a esos manifestantes boicotear las emisiones de LaSexta en directo gritando al lado del enviado especial "prensa española manipuladora". Uno de ellos ha llegado a quitarle el micrófono al periodista Hilario Pino mientras emitía en directo.

Desde el lado del gobierno catalán han logrado que el Parlamento apruebe en junio una moción que instaba a la Generalitat a no otorgar subvenciones a aquellos medios de comunicación privados que se nieguen a insertar o emitir anuncios sobre el referéndum independentista, ya considerado entonces ilegal por el Tribunal Constitucional. La medida fue criticada no solamente por Ciudadanos, PP y PSOE, sino también por Catalunya Sí que es Pot. Las acusaciones del uso que ha hecho la Generalitat con su política de subvenciones a los medios para conseguir su complicidad viene de lejos y no le falta fundamento. Solo en 2015, La Vanguardia se llevó  6,22 millones de euros, El Periódico 3,81 millones, El Punt Avui 3,09 y Ara otros 2,12. Aún así, alguno de ellos tampoco se libra de acusaciones por parte del independentismo catalán de estar al servicio de las tesis españolistas. Es el caso de El Periódico de Catalunya, que atraviesa una grave situación económica que le hace vulnerable a cualquier presión que pueda reflejarse, bien o mal, en su contabilidad.

En cuanto a los medios públicos catalanes, el que fuera diputado del PSC Joan Ferran denunció en 2009 el sesgo ideológico de la televisión catalana en su famoso libro Maleïda crosta (Maldita costra), y que, según el autor, ahora es mayor todavía. Incluso periodistas catalanes en contra del nacionalismo se organizaron en la asociación Pi i Margall, lo que muestra el enfrentamiento dentro de la propia profesión.

De la controversia periodística no se libran ni los hechos. Albert Rivera denunciaba una pegada de carteles y pintadas en la fachada del comercio de sus padres. Aunque eran reales, medios como El Confidencial difundieron la noticia con fotos de pintadas en 2008, algo que fue destapado y criticado en las redes y obligó al diario a rectificar.

Por supuesto no podía falta la caverna mediática con sus locuras, como el titular de Libertad Digital "Los separatistas usarán viejos inválidos y niños de pecho como escudos humanos". Nos queda el consuelo de que la vida sería mucho más aburrida sin ellos.

La guerra comunicacional la reconoce el propio gobierno a través del ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, quien señala a una veintena de corresponsales extranjeros con los que se reunido en Madrid que el Gobierno central está teniendo serios problemas para que su relato se imponga al de los independentistas en la batalla comunicativa que se ha desatado de cara al referéndum del 1 de octubre.

Es evidente que los medios -en realidad los grupos empresariales mediáticos- tienen su propio derecho a adoptar la línea editorial que consideren, el problema es cuando lo que está en juego no son principios o valores, sino posicionamientos empresariales ante un acontecimiento que puede tener grandes consecuencias en sus finanzas. No olvidemos que incluso algunas de las imprentas registradas por la Guardia Civil por preparar material electoral son propiedad de grupos de prensa. Y en cuanto a los medios públicos, todavía mucho más grave cuando no se han creado desde ninguna de las administraciones mecanismos que garanticen pluralidad e independencia profesional.

Son muchas las personas preocupadas por la tensión ciudadana que se puede crear ante la convocatoria independentista, quizás debamos plantearnos si parte de esa tensión no procede de ciudadanos encerrados en una burbuja informativa que a unos les hizo creer que estaban siendo saqueados por España y a otros que el independentismo son hordas violentas. Y ninguna de las dos cosas son verdad.

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