Otras miradas

Los hijos sanos del patriarcado

Ana Bernal-Triviño

Periodista

¿Recuerdan todo lo que han hecho en estos últimos 18 años? ¿Y en los dos últimos?

Algunas personas, como Jineth Bedoya, han dedicado los últimos 18 años de su vida a reconstruirse tras ser violada. Hace unos días publiqué en este diario una entrevista con ella. Desde entonces no ha habido día en el que no haya pensado en Jineth. Tampoco me he olvidado de que hemos perdido cuatro compañeras asesinadas por violencia machista. Hemos conocido los casos de las migrantes agredidas sexualmente en los campos de fresas de Huelva. Hemos sabido que las emigrantes del Aquarius habían sido violadas.

Hemos visto una vez más (yo ya he perdido la cuenta) cómo se ha revictimizado a la víctima de la Manada en la tele, a manos de un abogado que ha pretendido ‘ganar’ con la opinión pública lo que no había ganado en los tribunales. Ahora ya ha conseguido lo que quería y la justicia ha demostrado, una vez más, que le resbala nuestros derechos. Y, en este caso, le resbala la angustia y la recuperación de una víctima que está en proceso de superviviencia. Si no respeta ni a las víctimas, cómo vamos a esperar que respete al resto de mujeres. La justicia ha dado una bofetada más y ha dejado a una víctima expuesta y con uno de los mayores miedos posibles, mientras quienes lo han decidido dormirán muy tranquilos.

Jineth, a igual que cualquier víctima y superviviente como ella, ha tenido que afrontar no solo 18 años, que se dice pronto. Ha afrontado 216 meses, con 6575 días, con 157800 horas, con sus 9468000 minutos y sus 568080000 segundos. La víctima de La Manada lleva viviendo lo mismo desde verano de 2016.

Muchos dirán que soy una exagerada indicando tanto, pero cuando hablas con una persona que ha pasado por una de las situaciones más traumáticas, como es la violencia sexual, cada segundo cuenta. Porque cada segundo es una batalla interior consigo misma para superar los recuerdos, los olores, luces o sonidos que evocan a aquel día, y salir hacia delante. Cada segundo es importantísimo en la recuperación. Puede significar un paso hacia adelante o hacia atrás.

Las víctimas, luego, están miradas con lupa por el juicio social de forma contundente.  Le exigimos que rehagan su vida cuanto antes, que parezca que no ha pasado nada, que en dos días pueden superarlo todo, que no pueden venirse abajo, que tienen que ser fuertes. Les exigimos normalizar situaciones, teniendo que dejar de llamarse víctima porque el concepto está mal visto, teniendo que sufrir en silencio y sin poder expresar con libertad qué sienten tras haber sido violadas o maltratadas. Les exigimos a ellas todo, y a ellos, nada.

Admiro a las mujeres que reconocen que esta agresión se sobrelleva, pero que NO se supera. Porque les pedimos, además, que perdonen, que dejen pasar, que son cosas de ellos... No les dejamos a las víctimas que sientan, padezcan y que no perdonen si no quieren hacerlo. Les ponemos un listón de exigencias altísimo. Pueden volver a hacer su vida más o menos, pero eso siempre va a quedar ahí, como una marca perenne que no se irá en la vida.

Jineth decía, con una claridad abismal, que a ella le habían violado por ser mujer, por tener vagina. Reconocía cómo el hecho de ser mujer fue una motivación especial y excepcional para hacer con ella todo lo que hicieron. Quédense con este mensaje y no pierdan luego este contexto en debates que no llevan a nada.

Mientras ellos quedan impunes, son puestos en libertad, se suelen ir de rositas o se van haciendo las ‘víctimas’ por donde pueden, ellas son las que se quedan con el trauma y tienen que resolverlo. Son las que se quedan con la rabia pero no pueden decir nada que muestre odio, porque está mal visto. Son las que se quedan con el dolor pero, socialmente, tampoco pueden mostrarlo a riesgo de que las señalen como resentidas. Son las que han sido violadas y luego tienen que escuchar que ellas lo deseaban.

Mientras ellos siguen pensando en la próxima a la que violar o agredir, ellas se quedan con la carga de asumir que ha ocurrido de verdad, que no ha sido una pesadilla, que les ha tocado vivirlo en carne propia y que cada día, cuando se miran en el espejo, ven las cicatrices emocionales y físicas de lo ocurrido porque uno, dos o los machistas que se cruzaron en su camino así lo quisieron. Y quisieron porque saben que pueden hacerlo.

Estos hijos sanos del patriarcado no tienen nombre, y no deberían tenerlo jamás. Hijos sanos, insisto, porque ni las drogas, ni el alcohol, ni las fiestas ni ninguna otra idea que se cruce por vuestra mente puede justificar lo que hacéis. Hijos sanos del patriarcado porque no padecéis ninguna enfermedad. Hijos sanos del patriarcado porque estáis muy sanos para identificar vuestros objetivos. Violáis a mujeres porque habéis aprendido a vernos como carne a vuestra disposición y deseo, y os excita la idea de afligirnos la mayor humillación posible. "Tal como fuimos eyaculando, nos fuimos", decía El Prenda, como si fuese algo rutinario, como si no pasara nada en sus actos.

Deberían sentir todo el rechazo social y no el blanqueamiento constante del que se benefician. Cuando se produce la violencia no existen dos verdades, como tanto intenta hacer la prensa que hace el juego al patriarcado. Cuando se produce la violencia sólo existe un agresor y una víctima. Y con suerte la víctima no muere, pero tiene el gran reto de sobrevivir sin perder la cabeza.

Estos hijos sanos del patriarcado destrozan vidas y una gran parte de la sociedad mira de lado. Machistas aupados, una vez más, por una justicia patriarcal de la que no podemos esperar nada. Machistas con carta blanca porque la justicia no nos protege y nos deja expuestas a la violencia. Machistas que van crecidos por las calles, mientras nosotras tenemos que ir con miedo. Machistas que llegan a una justicia donde encuentran presunción de inocencia, mientras la víctima carga con la tonelada de estereotipos que la prejuzgan en falso. Machistas que aplauden porque hay jueces que ven pornografía donde hay violencia. Machistas que tienen una justicia que no ve posible reincidencia en sus actos, cuando ellos ni asumen que lo hicieron era violencia.

Tenemos una deuda pendiente e importantísima con las víctimas de violencia sexual. Tenemos una deuda altísima si dejamos que esto siga igual, si no señalamos a los agresores y si no se actúa con contundencia hacia ellos. Espero no ver que recibáis a la Manada con aplausos y como héroes, porque entonces dirá de vosotros aún más que de ellos. Porque entonces no solamente tendremos hijos sanos del patriarcado, sino una sociedad sana patriarcal hipócrita, despreciable y nauseabunda.

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