Otras miradas

Tú la mezquita de Córdoba, Yo Santa Sofía

Javier López Astilleros

Analista político

Javier López Astilleros

El gobierno Aznar permitió a la Iglesia ser juez y parte. Quiso el de las Azores consolidar a la Iglesia en el solar patrio. La reacción es la esperada. Una comisión de expertos niega que la mezquita perteneciera a la Iglesia. Y no es una comisión menor, sino de acreditados medievalistas.

La pregunta es tan obvia como innecesaria: ¿Con qué derecho dice la Iglesia esto es mío. ¿Cuánto ingresa la Iglesia por la explotación turística de una mezquita mutilada por una torre campanario en el corazón de sus naves?. Ni puede ni debe de ser suya.

Por otro lado, convertir la mezquita en un centro ecuménico para la práctica de diferentes credos religiosos sería más coherente, pero para ello es necesario limitar el acceso a millones de personas que se acercan a Córdoba para admirar un templo que no entendemos bien. Es improbable algo así.

Una monjas visitan la Mezquita-Catedral de Córdoba. AFP / Gerard Julien
Una monjas visitan la Mezquita-Catedral de Córdoba. AFP / Gerard Julien

Dejar que la titularidad de la Iglesia pase al ayuntamiento lo dicta una conciencia pulcra. Es el ayuntamiento de Córdoba el que debe de ostentar la titularidad. Si la Iglesia acoge y representa la ecúmene cristiana (es decir, a una parte de la sociedad) el Ayuntamiento lo hace a la sociedad entera. No debe de haber discusión en ese sentido.

Pero son templos de conquista. Si el cristianismo está vivo, ¿por qué no reclamar Santa Sofía al neo sultán?. Es tan improbable como la devolución de la mezquita a los musulmanes. Y por cierto ridículo. ¿Cuál ha sido la justificación para que la Iglesia española ambicionara nada menos que una mezquita?. Un señor templo. La universidad de la época. El señorío y el cogollo religioso. La expresión del poder, y la gloria de un ente complejo llamado Al Andalus.

La justificación es plena para la Iglesia. La trinidad venció. Y de inmediato, como en la noche de los tiempos, se asocia la victoria al propio dogma simbólico, como si nuestras acciones se identificaran plenamente con el sistema ético o moral en el que creemos.

La ocurrencia de aquel gobierno del Señor de las Azores no parecía muy equilibrada. Esquilmó el Patrimonio Nacional, aunque se reflejó la avaricia de la Iglesia, que ya se beneficia de todo tipo de privilegios, y actúa como una multinacional. En total 1,8 millones pisaron las naves de los califas omeyas, y se apostaron en las vallas del mihrab vacío, aunque iluminado.

La pelea por un templo es la lucha por un símbolo, más bien un cadáver, un escenario huero.

Tras la conquista solo hay una posibilidad para encontrar el equilibrio perdido entre la usurpación y la humillación de los vencidos. Situar el templo en un punto neutro, que sea de todos, o al menos gestionado por un poder civil que hace tiempo que sobrevoló cualquier secta.

 En este caso no tiene sentido que sea la Iglesia la titular. La conquista de la mezquita de Córdoba no sitúa a una religión (cristianismo) por encima de otra (islam). Cuando la arquitectura política y social descargaba sobre los pilares de las organizaciones religiosas, era natural la sustitución de un culto por otro. Hoy eso no es posible, y sin embargo se abren centros religiosos con total libertad en países democráticos.

Esto era así, por ejemplo, en Santa Sofía. En el año 2016 se permitió el rezo a los musulmanes durante el Ramadán. Los ortodoxos protestaron e incluso pidieron su restitución.

No hay posibilidad de restitución, porque los nuevos creyentes vienen con mochilas y réflex. Los altares son privados. Las estampas de santos laicos o religiosos están en álbumes de fotos. Toda la parafernalia sacra es mercantilista. Y hasta la propia Iglesia lo es más que nunca. Se comporta como una empresa más, y entra en pugna con los poderes democráticos.

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