Otras miradas

Aparadoras, el eslabón invisible de la cadena del calzado alicantino

Vicenta Jiménez

Senadora de Unidos Podemos por Alicante

Mujeres. Trabajan en sus casas o en pequeños talleres clandestinos. Sin contrato, a destajo. Cosen- cobrando a 2 euros la hora- los zapatos que después firmarán y venderán a precios prohibitivos las grandes marcas. Las aparadoras son la columna vertebral de la industria del calzado "Made in Spain".

En la actualidad, la industria del calzado representa el 5% del volumen total de la cifra de negocios industriales de la Comunitat Valenciana, superando los 2.000 millones de euros anuales, de los cuales el 94,2% provienen de la provincia de Alicante. Un sector determinante para la economía alicantina, pero en torno al que se ha ido fortaleciendo una potente economía sumergida, pues determinadas fases de la fabricación de un zapato (especialmente la manufactura del aparado) se realizan de forma desregulada. La industria del calzado ha convertido a la ciudad de Elche en un referente pero buena parte del éxito del sector está basado en el sostén invisible de la explotación y el trabajo sumergido.

Aparadoras, el eslabón invisible de la cadena del calzado alicantino

Luisa vive en un barrio cualquiera de Elche. Sonríe al confesarnos que, en su cocina, el olor a goma y a cola conviven con el aroma del guiso diario desde siempre.  Junto a la ventana, una mesa y varias cajas, donde a lo largo del día, va apilando las piezas cosidas. Sus hijos aprendieron a acompasar sus juegos al ritmo de la máquina de aparar desde la más tierna infancia. Para poder ganar unos 150 euros cada semana, Luisa se sienta temprano ante la máquina y sus 11 o 12 horas de aparar se suceden entre interrupciones, a intervalos de una, dos o tres horas. Sin perder de vista el reloj y llevándose con frecuencia la mano a los riñones, va exprimiendo las horas y robando momentos al día. En los breves espacios en los que se levanta de la máquina, Luisa aprovecha para limpiar la casa, hacer la compra y la comida o atender a su madre anciana.

A varios portales de Luisa vive María. A los pocos meses de casarse, María tuvo que acomodar su vivienda a la necesidad de llevarse el trabajo a casa. Así fue como la máquina de coser los zapatos se convirtió en pieza central del mobiliario doméstico. "Es la crisis", le había dicho su antiguo jefe: "No puedo mantenerte como empleada en el taller, así que yo te pongo la máquina y te llevo las piezas cada semana. Será más cómodo para ti porque estarás en tu casa y así podrás trabajar y atender a tu familia.". Han pasado 21 años desde entonces. En ese tiempo, María sólo ha trabajado "en nómina" en tres ocasiones. Siempre a tiempo parcial y con contratos temporales. A sus 50 años, no ha cotizado más que cinco años y medio. Nunca se ha podido hacer la baja por enfermedad, ni siquiera cuando nacieron sus hijas. Piensa con angustia en su futuro incierto y en las consecuencias de que su vida profesional se haya desarrollado en la sombra de la clandestinidad. Se lamenta porque nunca pudo elegir: "Esto es lo que hay" "O lo tomas o lo dejas". La necesidad de llevar un sueldo a casa forzó siempre su decisión.

Ana tiene 20 años. Su madre y sus tías han sido aparadoras durante toda su vida. Ella sueña con no tener que serlo. Sabe que, si ella quisiera, algún taller le ofrecería trabajo, pero bajo unas condiciones que lastrarían su presente y su futuro: sin contrato, sin saber siquiera para qué marca estaría cosiendo y cobrando a dos o tres euros la hora. Explotación, invisibilidad y pobreza: eso es lo que le ofrece a ella ahora mismo la floreciente industria alicantina del calzado.

Los barrios de la ciudad están repletos de historias de mujeres como éstas. Mujeres tan invisibles como explotadas. Desde la calle, si se pone atención, se escucha claramente el zumbido y el traqueteo de las máquinas de aparar, se advierte el movimiento incesante de subida y bajada de cajas y paquetes, de fardos de trabajo. En Elche, cada casa, cada escalera, esconde un taller.

Desde hace más de cuarenta años, la industria oculta del calzado es un motor económico para las comarcas del sur de Alicante. En ciudades como Elche, Elda o Villena, el empleo sumergido del sector mueve la economía y mantiene viva la ciudad, apuntalando el esplendor de una industria floreciente, que ha sabido sobreponerse a los peores años de la crisis, pero cuyo éxito no debería cargarse como un peso sobre las curvadas espaldas de sus mujeres. Mujeres que son el sostén del sector y que sin embargo se llevan la peor parte del negocio, condenadas a trabajar bajo condiciones laborales tercermundistas.

La indiscutible calidad del calzado alicantino, así como la audacia y habilidad de nuestros fabricantes para adaptarse a los tiempos y hacerse un lugar destacado en el mercado nacional e internacional, no deberían estar reñidos con que el sector sea capaz de generar empleo digno. El modelo  se debe transformar, porque que una industria tan arraigada e importante  para nuestra  economía se desarrolle por circuitos no regulados, además de   desigualdad, genera consecuencias terribles para el presente y el futuro de la economía y de la sociedad locales. Además, como es habitual cuando hablamos de desigualdad laboral, son las mujeres quienes sufren las peores consecuencias.

Alicante es el principal eje productivo del sector del calzado en nuestro país. Calidad, diseño y excelente manufactura. Esas son las señas de identidad de nuestro calzado. Una industria puntera, en la que somos líderes, un sector que nos posiciona internacionalmente, no debería verse empañado con la sombra del trabajo desregulado y la explotación. Como sociedad, no podemos consentir que las aparadoras, esas mujeres que son la base manufacturera de una industria que nos enorgullece, vivan condiciones de extrema precariedad.

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