Muchos compañeros de Podemos afirman su desacuerdo "con la forma" de actuar de Ïñigo Errejón, aunque al mismo tiempo aplauden su iniciativa, "porque había que hacer algo". No comparto esa dicotomía de forma / fondo, que puede ser metodológicamente útil, en cuanto que hace referencia al punto de vista o a las diferentes etapas en la aproximación a un objeto de estudio, pero no a sus características materiales. Esa dicotomía, útil metodológicamente, no resulta válida a la hora de definir dimensiones independientes y autónomas de la existencia, de modo que se pueda llegar a valorar, por ejemplo, la forma de un objeto o proceso independientemente de su contenido o viceversa. De hecho, el establecimiento de una correspondencia, contraste u oposición entre ambos planos es un presupuesto del pensamiento platónico, que diferenciaba entre forma –accidente, representación, apariencia relativa de las cosas- y fondo, idea o esencia.
Frente al idealismo platónico, ya Hegel y posteriormente Marx reivindicaron la forma en función del fondo, de modo que no los consideraban elementos heterogéneos, ni concebían una posible autonomía de uno respecto del otro. Quiero decir que, en mi opinión, forma y fondo son inseparables: la forma imprime su estructura al fondo, que a través de ella es percibido; del mismo modo que el fondo selecciona un marco determinado para su expresión. En el tema que nos ocupa, afirmar la democracia, pero negar el aparato formal a través del cual se manifiesta (círculos, consejos, órganos de dirección, Secretario General), ignorarlo actuando de espaldas a él, o más exactamente, en contra de él, es una paradoja que finalmente equivale a negar la existencia misma de la democracia.
Si partimos de que esa dicotomía forma / fondo es puramente metodológica, cuando juzgamos una determinada actuación particular como no adecuada "formalmente", no estamos valorando simplemente una falta de sensibilidad, de consideración o de cortesía política. Es decir, no nos enfrentamos a una cuestión superficial sin más; al contrario, valoramos hechos tan elementales como respetar la participación real, la lealtad a unos documentos, a un código ético y a unos representantes elegidos por la mayoría de los inscritos. Ningún iluminado, ningún proyecto original, por más "ilusionante" que fuere, debe estar por encima de la voluntad de las bases. Esta es justamente la seña de identidad de Podemos: la organización desde abajo, participativa, asamblearia. Y no se puede alterar por iniciativas que, tal vez bienintencionadamente, vienen a "salvar" a Podemos ante el diagnóstico de una pretendida "enfermedad", ya se llame verticalidad, centralismo, pérdida de ilusión o estancamiento... Parece que hay agentes -de diferentes orientaciones, a su vez en pugna- que se atribuyen funciones que no les competen.
Con frecuencia, la argumentación de éstos descansa y se legitima en un sentimiento: la nostalgia del 15M, considerado como la fuente y la esencia de Podemos. Los escépticos, frustrados o desengañados, que habitualmente se presentan como "fundadores", "cofundafores" o elementos claves en el arranque de Podemos- ¡como si no hubiera sido la gente la que hizo despegar este proyecto revolucionario que cambió el mapa político de España!- se lamentan del deterioro del partido, de la pérdida de espontaneidad, trsnsversalidad, etc., sin reparar en que comparan un movimiento social espontáneo con un partido político. Es decir, que no consideran el precio inevitable que supone la entrada en las instituciones, y, por tanto, la obligación de asumir tiempos, ritmos, dinámicas, que, al final, tampoco en este caso, son simple cuestión de formas. El electoralismo o el carácter mediático de la política terminan siendo no solo una cuestión de orientación, de respuesta a urgencias, o de diferencias en el canal de transmisión del mensaje político, sino que afectan a la propia consideración acerca de su naturaleza y alcance.
Derrotados por la nostalgia, achacan la pérdida de estos valores y principios al líder, igual que los niños culpan a los padres de la dureza de un mundo inhóspito y desolador al que están abocados y que ni siquiera imaginaban. Nadie cree más en el líder que quien quiere destruirlo; nadie cree más en su omnipotencia: ¡Como si el líder tuviera la fuerza de cambiar el curso habitual, rígido y automatizado del sistema! Tanta fuerza tiene ese aparato que, en tiempos de transición entre un gobierno y otro, hemos podido observar cómo el Estado funciona por sí mismo, más allá, o mejor dicho, antes y más acá de los partidos.
Lo cierto es que en Podemos, precisamente ahora, no podía hablarse objetivamente de ningún estancamiento. Nunca se había intervenido tanto y tan radicalmente en la transformación de cuestiones esenciales para la vida de la gente como la subida del SMI, la indexación de las pensiones al IPC, aumento de becas, de dotación para la dependencia... Se podría decir que nunca el corazón de Podemos había sido tan morado.
Es en esta coyuntura cuando se produce el golpe de mano de Errejón. Ahora muchos compañeros, de acuerdo con el fondo aunque no con la forma, proponen un "acuerdo", que se cifra en una promesa de lealtad a cambio de discutir sobre estrategias y proyectos políticos ¡Como si se pudiera negociar la lealtad, que es la base de la confianza, sin la cual ninguna relación sana es posible! ¡Como si se pudiera llegar a conclusiones con independencia de la voluntad de las bases! El "acuerdo" que proponen realmente se levanta sobre una "evidencia": creen que han dejado tan dañados al proyecto y al líder que, dándolos por destruidos, proceden a negociar las capitulaciones.
En una completa inversión de roles, estos compañeros reclaman que Iglesias "rectifique", y atienda a la ahora apremiante necesidad de Unidad. Seguro que comparten las muy "ilusionantes" aportaciones de Errejón, que, por cierto – y sería también un simple detalle de forma- no cuentan con la voluntad de los inscritos, quienes decidieron mayoritariamente la marca de su partido para las futuras elecciones: "Unidos Podemos". "Las cosas han cambiado mucho", señalaba Errejón en la Sexta Noche. Había que salir del estancamiento, había que despertar nuevamente la ilusión...
Sin embargo, la "ilusión" puede ser el efecto de un engaño, "concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos"; así la define la RAE en su primera acepción. En este sentido, Enric Juliana criticaba el manido recurso a "la ilusión" en política, abogando por el valor más racional y seguro de la confianza.
Es cierto que la esperanza es una fuerza poderosa, capaz de vencer al miedo. Erich Fromm, en La revolución de la esperanza distinguía entre una esperanza irracional, ilusión vaga apoyada en el deseo, mero anhelo pasivo proyectado hacia el futuro, y una esperanza racional basada en el conocimiento, en la responsabilidad y el trabajo desde el presente. En cualquier caso, la esperanza descansa siempre en la confianza -en uno mismo y en los demás-, que es la convicción de que vamos a permanecer en nuestro centro, esto es, de que nuestras actitudes fundamentales permanecerán y no cambiarán. Por eso, la lealtad es la base de la confianza y de la esperanza.
Puesto que parece claro que la confianza se nutre del conocimiento de la realidad, no es deseable esperar aquello que se nos muestra como imposible. La rana de la fábula pecó de ilusa: creyó en las palabras del escorpión, seguramente sinceras, seguramente bienintencionadas, pero sin una base sólida en la experiencia. En la fábula, un escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiendo no hacerle ningún daño, pues si lo hiciera, ambas morirían ahogadas. La rana accede subiéndole a sus espaldas pero cuando están a mitad del trayecto el escorpión pica a la rana. Ésta le pregunta incrédula "¿cómo has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos", ante lo que el escorpión responde: "no he tenido elección, es mi naturaleza".
Comentarios
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