Otras miradas

La homofobia sigilosa

Shangay Lily

SHANGAY LILY

Activista, escritor y actriz

Hay quienes creen que sólo se puede tildar de homofobia las acciones evidentemente criminales o que acaban en una hoguera con hinojos (el modo en que la Inquisición nos quemaba). Todo lo que carezca de esa espectacular rotundidad punitiva será tildado de puro exceso de susceptibilidad por esos amigos del escarnio ajeno. "¡Qué poco humor tienes!",
afirmarán ofendidos mientras giran su daga asesina con una sonrisa. Da igual cuántas lágrimas hayas derramado encerrado en un baño público ahogando tu pena.
Afortunadamente, cada vez son menos los que piensan así, pero existe un círculo de políticos y organizaciones religiosas y personas con poder muy interesado en fomentar esta percepción. Su estrategia consiste en dar pábulo a esa reacción de sorpresa ante el dolor de la víctima, en lugar del embarazo y vergüenza que se espera de los seres humanos frente a una burla, desprecio u ofensa. Por desgracia para ese grupo, su plan para recobrar el divertido apedreamiento público ya no es posible en estos tiempos de democracia, así que han tenido que acudir a formas mucho más sofisticadas de homofobia. Porque si algo han dejado claro es que no piensan abandonar su flagelo.

Por eso sigue siendo necesario combatir, denunciar, desenmascarar la homofobia. En realidad, es más necesario que nunca, porque la nueva homofobia que se está asentando en la sociedad es mucho más peligrosa que la homofobia tradicional. Y es que esa nueva cepa tiene la firme intención de pasar desapercibida, oculta, disfrazada de amiga, y sólo es detectada cuando la infección ya es irreversible; el mal, profundo; el daño, irreparable. Fue bautizada por el teórico queer Richard Goldstein como "homofobia sigilosa", pues, como los retrovirus más peligrosos, adopta formas confusas de amable chascarrillo, de comentario inocuo, incluso de amistosa aceptación, cuando en el fondo esconde la firme intención de dañar, humillar, estigmatizar a los de siempre.
Esta homofobia nos resulta cada vez más familiar a los homosexuales. Habitualmente va precedida del archiconocido "Yo no tengo nada en contra de los homosexuales, pero..." o "Yo no soy homófobo, pero...". Sin olvidarnos del surrealista "Pero si yo tengo muchos amigos gays" o el delirante "Oye que un tío mío era mari... gay", como si esa circunstancia genética o vital demostrase otra cosa que la disposición de utilizar hasta los cadáveres ajenos a modo de escudo mientras se intenta clavar la daga emponzoñada (Esperanza Aguirre es uno de los casos más escandalosos cuando acude con ánimo carroñero a Jaime Gil de Biedma, un tío suyo homosexual y del que, de no ser por su valor electoral actual, tal vez renegaría como hizo toda su familia).
La homofobia sigilosa también se distingue por su pretensión de una igualdad o unos privilegios que en realidad no existen. "Pero si ahora estáis en todas las televisiones" o "Pero si vivís mejor que nadie", afirman, olvidando casos como el de la pareja de Vigo que fue quemada viva en su piso por un asesino que luego fue exculpado por un jurado que aceptó su defensa de "miedo insuperable a la homosexualidad". En el corazón de la homofobia sigilosa está el doble discurso, la hipocresía, el decir una cosa y hacer otra, una estrategia muy querida para el Partido Popular y toda la derecha más reaccionaria, que ha ido apropiándose paulatinamente de la retórica de izquierdas hasta acabar por denominarse ellos, conservadores hasta la médula, como "liberales".
Por ese hipócrita doble discurso me vi obligado a protestar en noviembre pasado ante Mariano Rajoy pocos días después de sus declaraciones amenazando con anular el matrimonio homosexual aunque el Tribunal Constitucional lo considerase válido. Un acto que Antonio Basagoiti, presidente del Partido Popular Vasco, pocas semanas después ridiculizó durante una entrevista en el programa El intermedio, de La Sexta, insinuando que aquel "¡Basta ya de homofobia en el PP!" mío era algo cómico. No lo era. Por mucho que les moleste a esos palmeros de la homofobia que animan con pequeños gestos a que sigan riéndose, insultando, agrediendo a "los maricones" y "tortilleras", como nos llamaban públicamente hasta hace bien poco, mientras declaran en público una tolerancia y apoyo de los que carecen.
Nosotros no olvidamos que durante la dictadura, un tiempo que a muchos de ese partido parece inspirar profundamente, e incluso durante la democracia, tuvimos que aguantar estoicamente ese continuo insulto/degradación con una sonrisa. Porque se nos condenó a ser ciudadanos de segunda. Pero entonces llegó el tan criticado Rodríguez Zapatero y aprobó una ley histórica. Una ley que nos puso de golpe al frente de los países libres (fuimos el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio homosexual) y nos restituyó algo que siempre debería haber sido nuestro: la dignidad como personas. Esa misma valiosa esencia del ser humano que su mofa intenta volver a robarnos.
Pero ahora tenemos voz. Y lo único que resulta ridículo es su empeño en mantener la homofobia, en recuperar la bota con la cual pisarnos el cuello. Porque esa bota ya no está, por mucha pataleta sibilina que tengan. Ahora somos iguales.

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