En la compleja disyuntiva entre seguridad y libertad (como no dominación aseveran los últimos teóricos de la idea republicana), la primera ha prevalecido. Han pasado seis años desde que Edward Snowden expusiese al mundo la red de vigilancia a escala global auspiciada por los servicios de inteligencia anglo-norteamericanos. Seis años después nos encontramos más vigilados que nunca. En realidad, no hay recoveco de información de nuestras existencias biográficas que sea opaco a los ojos de lo que George Orwell ficcionó como el Gran Hermano.
Un personaje, proscrito y exiliado en Moscú, Edward Snowden, fue el gran inductor de la convulsión del espionaje informático, la ciberseguridad y la desnaturalización de la privacidad. Recuérdese que Snowden, un técnico de una empresa subcontratada por la Agencia de Seguridad estadounidense (NSA), y con vinculaciones con la CIA, denunció en 2013 los programas norteamericanos de vigilancia y rastreo informático a escala mundial con la activa cooperación de las grandes empresas privadas de telecomunicación. Se convirtió en el gran chivato o whistleblower que alertó a la opinión pública de unas prácticas opacas para el ojo humano.
Pocos ciudadanos cuestionarían el desarrollo de sofisticadas actividades de ciberseguridad para evitar ataques terroristas. Nuestras sociedades están en la mira de grupos de destrucción masiva y selectiva. Implícitamente, por ello, se acepta que los servicios de información sensible necesitan de una amplia maniobrabilidad para detectar y neutralizar potenciales actos criminales del terrorismo internacional, el cual se beneficia de la democratización informática mundial. Pero como casi todo en la existencia social de los humanos, hay otra cara de la moneda interesada, tenebrosa y potencialmente disolvente. Y que ha tomado control de nuestras vidas.
¿Se imaginan Uds. vivir hoy sin el apéndice corporal del móvil o smartphone? ¿Cuántos de los que leen este artículo pueden afirmar que no poseen uno de ellos? Quizá para los usuarios ‘talluditos’ de estos dispositivos el porcentaje no sea tan elevado como el de los jóvenes millenials compulsivos tecleadores de mensajes, el cual no será muy lejano al 100%. A través de esos dispositivos nuestras huellas digitales pasan cabalmente a ser la vida de los otros.
Es lo que hay, se dirá... El progreso de nuestras sociedades de consumo y el modelo del capitalismo triunfante requieren de información para vender más y mercantilizar integralmente la vida de las personas. Porque la aceptación popular de no tener baúl de los recuerdos personal e intransferible en la lucha de la sociodicea de terroristas y abogados del mal es de pago. Se paga con la conformación de nuestros perfiles consumistas, crecientemente determinados por los intereses de los nuevos señores feudales corporativos y amos omniabarcantes de la información digital (Apple, Amazon, Facebook o Google).
Hace unos días, Edward Snowden concedió algunas entrevistas con motivo de la publicación de su libro de memorias, Permanent Record. El gobierno estadounidense ya ha interpuesto una demanda civil a fin de asegurarse que las ganancias que pudiera obtener el chivato de las ventas del libro sean confiscadas. Magras serán sus ganancias existenciales pese a vivir en ‘libertad’ en una ciudad en la que, como él mismo ha apuntado, pudiera ser objeto de una ejecución sumaria por parte de los servicios secretos. Ni siquiera dispondrá este moderno Judas Iscariote del pago de las treinta monedas, y no tendrá efectivo para poderse comprar su parcela en el campo del alfarero (Mateo, 27, 3-10).
Incidentalmente cabe señalar que cuando el autor de estas líneas compró la edición e-book de libro de Snowden a través de una de las empresas señaladas anteriormente (Amazon), el sistema registró la petición pero avisó que "la transacción requería una verificación del pago", algo que no le había sucedido apenas dos días antes cuando realizó otra adquisición de libro electrónico. Bien podrá pensarse que las fantasías paranoicas de este opinador le hacen sospechar de prácticas espurias y de listas negras. A él no le cabe la menor duda que ya está en una lista de compradores del libro del ‘traidor’ Snowden, sea negra o de otro color. A nivel personal espera, sin embargo, que las autoridades de inmigración estadounidenses no le pongan dificultades la próxima vez que, Dios mediante, vaya a visitar a sus hijos y nieto residentes en el área de Washington DC.
La postura oficial de Trump y sus secuaces gubernamentales es que Edward Snowden es un antipatriota y un traidor. Podría argüirse que eso ha sido así en el ámbito jurisdiccional de los USA. Pero como paradójicamente reivindica el ‘traidor’, los propios USA nacieron de una traición. Es este último un concepto cuando menos circunstancial sujeto a sus efectos personales o sociales. Parece incuestionable que el filtrador de los secretos actuó pensando en el conjunto social y no en su propio beneficio personal.
Respecto a la ciberseguridad en España, y según el Consejo General del Poder Judicial, los casos de corrupción política en España rondan las 2000 causas, con más de 500 imputados o investigados. Significativamente, sólo 20 de ellos han sido condenados y han ingresado en prisión. Recientemente, los interventores del Estado han expresado su malestar por estar desbordados y carecer del personal suficiente para colaborar con los juzgados españoles que luchan contra la corrupción La impunidad es otro entuerto que sólo los ciudadanos, en última instancia, pueden desfacer castigando electoralmente a corruptos y tramposos. Pero no seamos ingenuos en pensar que nuestros cibervigilantes están al pairo de ello. Mejor ser ciudadanos honestos y estar dispuestos a "chivarse" de cualquier mala práctica que pueda atentar contra la dignidad y los derechos de las personas.
Para los prepotentes dominares del mundo, Edward Snowden epitomiza la figura del traidor al que habría que eliminar sin más contemplaciones. Para otros muchos ciudadanos, el chivato ahora residente junto al río Moscova es acreedor del reconocimiento internacional por su coraje y bonhomía en avisarnos que los verdaderos traidores han sido aquellos que decían protegernos en aras a la seguridad pública.
Mucho honor al soplón
Comentarios
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