Otras miradas

La gente cumple, al menos en mi barrio

Manuel Sánchez

Periodista

Una mujer, con mascarilla, en una solitaria Puerta de Sol, la céntrica plaza de Madrid, el primer día de semiconfinamiento. REUTERS/Sergio Perez
Una mujer, con mascarilla, en una solitaria Puerta de Sol, la céntrica plaza de Madrid, el primer día de semiconfinamiento. REUTERS/Sergio Perez

Me levanté con la idea de salir a comprar pan. Casi nunca compro pan, pero este domingo tenía una necesidad imperiosa de hacerlo. Más bien, de salir de casa.

Nada más pisar la calle me impactó el silencio en Madrid. No vivo en un barrio ni demasiado ruidoso ni demasiado poblado, pero siempre hay el murmullo del ruido de la ciudad. Nada. Sólo se oían los pájaros. El bar del edificio de enfrente cerrado, y una tienda regentada por una familia china también. Me fijé que el parque que está al lado de mi casa estaba rodeado por una cinta a modo de valla para impedir la entrada.

Cogí el coche y, por el trayecto que tenía que hacer para ir al supermercado, pasaba por un puente por encima de la M-11 y otro por encima de la M-40. Por la primera, la que lleva al aeropuerto, no circulaba ningún vehículo; y tres conté por la otra, una de las carreteras de circunvalación de la capital. El habitual ruido de esas carreteras había desaparecido.

Me costó aparcar en la zona del supermercado, donde habitualmente es fácil encontrar sitio.

Entré en el  Zupe zol, como lo llaman con toda la gracia del mundo en Cádiz, y no había demasiada gente. Eso sí, casi todos los clientes con mascarillas. Algunos las llevaban de forma desafiante, al modo del pañuelo de los pistoleros. A otras personas, sin embargo, les remarcaba aún más unos ojos tristes y asustado. Había un silencio de cementerio.

En las estanterías había casi de todo, menos papel higiénico, el producto estrella de la crisis. Compré cervezas, unas latas de atún, y casi olvidé el pan. En la cola, los clientes guardaban un metro de distancia; y como el supermercado era pequeño, la cola se hizo muy larga.

Al llegar la cajera cumplía con su rutina habitual y en la calle un inmigrante marroquí sin papeles (lo sé porque lo conozco de hace tiempo y siempre está allí) pedía unas monedas con su mascarilla bien colocada.

Al volver, di una vuelta mayor. Ya cumplía con la ley porque venía de comprar pan. El resto de barrio mantenía las mismas pautas. Todo vacío y muy pocos coches por la calle.

Eso sí, por el carril-bici que pasa por el barrio había gente paseando, y algunos iban en pareja. También había algunos montando en bicicleta, pero muchísimos menos que un domingo habitual.

Pese a que en las redes sociales triunfe los fakes, las hipérboles y los dramatismo, pese a que se difunda la irresponsabilidad de algunos de forma atronadora, tengo la sensación de que la gente está siendo muy responsable y está cumpliendo. Al menos en mi barrio.

Al regresar a casa seguía un silencio atronador. Se impone el silencio.

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