Otras miradas

Alfonso Comín y Melilla

Ignasi Riera

GassiotEscritor

Ignasi Riera Gassiot
Escritor

El pasado 10 de diciembre, la Fundación Alfonso Comín y el ayuntamiento de Barcelona hicieron entrega del 31º Premio Internacional Alfonso Comín a ‘los inmigrantes y refugiados que, aun arriesgando su vida, saltan las vallas de Ceuta y Melilla’. El acto tuvo lugar en el espacio noble del ‘Saló de Cent’, marco de tantos acontecimientos de trascendencia histórica y de carga política. Por ejemplo: conmemoraremos en breve que en 1917 tuvo lugar en dicho ‘Saló de Cent’ una reunión autoconvocada, en contra del criterio del gobierno central, por diputados y senadores de toda España, para manifestar las aspiraciones de modernización y de cambios políticos en el país, precisamente en plena I Guerra Mundial, en la que España era, al menos en teoría, neutral.

Creo que el premio de la Fundación Comín del pasado 10 de diciembre no puede ser calificado como un evento rutinario más. Opino que se trata de un acto tan justo como audaz y que activa, entre nosotros, treinta y cuatro años después de su muerte, la herencia intelectual, moral y política de Alfonso Comín. Lo afirmo porque trabajé con él --en tareas de formación profesional y en el mundo editorial--   los últimos quince años de su ida. La fe que ha dado sentido a mi vida, entre sus muchos libros, podría justificar la conexión sugerida entre la lucha sin concesiones de aquel ingeniero industrial, que había nacido en Zaragoza en 1932, que se había trasladado a Barcelona en tiempos oscuros de postguerra civil, que había estudiado en el colegio de los jesuitas de Sarrià... y que estuvo entre los activos de publicaciones como ‘El Ciervo’ y, más tarde, de ‘Cuadernos para el diálogo’. Fue juzgado, multado, encarcelado, sin dejar, nunca, de ser un excelente padre, esposo, compañero, colega y correligionario de dos mundos que parecían antagónicos, como refleja el título de su libro: Cristianos en el Partido, comunistas en la Iglesia.

En cierta ocasión, me definió lo que para él significaba el marxismo: "mirar el món amb els ulls dels penjats". El autor de Noticia de Andalucía, y coautor, con Juan García-Nieto, de Juventud obrera y conciencia de clase, estaba obsesionado por la libertad, por la fraternidad pero, como nos decía entonces Norberto Bobbio, del que publicó textos en la revista ‘Taula de Canvi’, sobre todo, por la igualdad. La lucha activa contra la marginación social, contra la pobreza y sus secuelas... fue uno de los ejes de ‘la palabra transformadora de Alfonso Comín’. Valiente, fue capaz de cuestionar los juicios simples sobre los presuntos heréticos de la política calificada de ‘izquierdas’. Trabajó con su intensidad casi febril sobre la disidencia en los países del Este. Impulsó la edición de sus textos, participó en congresos internacionales para dejar claro que la pretendida verdad oficial, canónica, no siempre tenía que ver con la verdad. Repetía la sentencia de Antonio Machado: "¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya... guárdatela".

No resulta, por tanto, paradójico el premio y reconocimiento público de la Fundación Comín de éste 2014. Y aplaudo la actitud del ayuntamiento barcelonés al dar apoyo a la decisión ‘cominiana o cominista’.

No sé si Plutarco, reencarnado, sugeriría vidas paralelas entre dos ingenieros industriales, nacidos uno en Zaragoza, el año 1932 y el otro en Valladolid, en 1950, que plantaron su tienda y su vida en la ciudad de Barcelona. Ambos se dedicaron a la política; ambos fueron diputados... por ejemplo en el Parlament de Catalunya. Ambos tuvieron y tienen, en el caso de Comín, por su proyección ‘post mortem’, un lugar incuestionado en la vida política y social española. Coinciden, curiosamente, en un caso por designio lúcido de sus herederos, en la tragedia de las vallas de Ceuta y Melilla, como referencia a la tragedia mucho más sangrante de la pobreza provocada en el continente africano por la codicia colonialista de una Europa cada vez menos ilustrada. Me estoy refiriendo, por supuesto, a Jorge Fernández Díaz --en el momento de escribir estas notas, todavía ministro del Interior--, vallisoletano, hijo de Eduardo Fernández Ortega, que se trasladó a Barcelona, llamado por el gobernador Acedo Colunga, tras el cese de Baeza Alegría y tras la huelga de tranvías de 1951.

Ambos se proclamaron siempre creyentes, católicos, ‘sorte tamen inaequali’. Si uno participó en serio en movimientos de los cristianos de base y en ‘Cristianos por el socialismo’, el otro sigue siendo supernumerario del Opus Dei. En cualquier caso, la disimetría entre ambos itinerarios no sé si desmiente la idea de que ‘la fe mueve montañas’ --lo que es seguro es que no mueve vallas de efectos sangrientos’-- y que tampoco homologa ni puntos de vista ni comportamientos cívico-políticos. Cuanto ha dicho el Ministro sobre el sentido de las vallas, obviando la mucha crueldad que contienen, no hubiese merecido la premio de la Fundación Comín de 2014. Puestos a escoger, prefiero seguir viviendo bajo la sombra del ejemplo de Comín. Como le sucede al gato de Alicia en su país de las maravillas... su sonrisa permanece y nos ilumina.

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