Otras miradas

Guardar el luto

Ana Bernal-Triviño

Las banderas de España y la senyera en el Palau de la Generalitat ondean en la posición de media asta durante el luto oficial por las víctimas de la covid-19. EFE/ Quique García
Las banderas de España y la senyera en el Palau de la Generalitat ondean en la posición de media asta durante el luto oficial por las víctimas de la covid-19. EFE/ Quique García

"¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Adela ha muerto virgen", gritaba Bernarda Alba en la conocida obra de Lorca. Recuerdo leer en alto esta frase durante el instituto y, sin pretenderlo, abrir un debate sobre el luto y lo que significaba hoy día.

En mi casa, no hemos sido de mucho luto. Lo que más recuerdo es cuando murió mi abuelo, pero después ha sido muy relativo. Y eso no implica que nuestro dolor no fuera intenso. Sí recuerdo (muy de pequeña) un entierro en Ronda con ese cortejo fúnebre de todo el pueblo que se lanza a la calle. Mientras los hombres vestían en tonos oscuros, recuerdo que las mujeres eran las que más lo mostraban: las rebecas negras, las blusas y faldas negras, las medias negras, los zapatos negros, el pelo recogido... Ellos firmes y serios. Ellas, llorando. Cada uno con su papel asignado.

Cuando enterramos a mi abuela, hace unos años, recuerdo una conversación con el camarero de la cafetería del cementerio. Nos contaba cómo el luto sincero era el que menos ruido hacía, y cómo veían a diario que el luto era solo una excusa para aparentar. El camarero nos contaba cómo veían entrar en la cafetería a familias vestidas de negro pero que durante el café se tiraban los trastos a la cabeza y se decían de todo por temas de herencia, aún estando el difunto de cuerpo presente.

Frente a los lutos por nuestros muertos también dicen desde la psicología que afrontamos otros pequeños duelos en nuestra vida. De personas a las que tienes que dejar ir porque sabes que no te quieren bien. De relaciones que llegan a su fin. De traumas que hay que cerrar. De lugares que abandonamos o que nos abandonan.

A veces la muerte golpea tan rápido que no tienes tiempo de hacer luto, por mera supervivencia. Yo, con mi tita Mari, sigo en un luto intermitente. La sigo llorando a ratos imprevistos porque, en su momento, ninguna pudimos hacer duelo porque un segundo cáncer entró en casa como una bestia. Creo, por eso, que los lutos sentidos no son temporales ni de cuestión de días, sino permanentes.

En esta crisis de la Covid-19 tengo algún familiar lejano que falleció. Tengo un alumno de mis clases en la universidad que falleció en la segunda semana del confinamiento. Y perdí a un amigo, José María Calleja. Tenía ganas de volver a TVE para recordarle lo que nos dijimos al oído el último día, y volvernos a reír a carcajadas. Por el confinamiento tampoco pudimos hacer duelo. Recuerdo ese día a mi amiga Teresa Viejo y a mí llorar las dos por teléfono, sin decirnos nada. Fue la única manera de llorar a Calleja y apoyarnos juntas. Creo que mi forma de honrar es recordarlo cada día, como al resto de mis muertos, pero también no ocultar esa sonrisa que se me dibuja cuando me acuerdo de sus frases o nuestras miradas en el metro sabiendo lo que nos queríamos decir en clave. Y ese día comprobé cómo en las redes sociales, periodistas que había criticado y puesto de vuelta y media a Calleja, se hacían los compungidos, apropiándose de su muerte y aprovechándola para hacer campaña de sus intereses.

En España, el luto fue objeto de debate durante la crisis del Covid-19. A las primeras semanas, la única propuesta de la derecha y ultraderecha era declarar el luto oficial. El Gobierno lo haría más tarde, porque la curva ni había llegado a doblarse aún, pero daba igual. Ellos querían el luto ya, como lo más urgente. Ahora leemos correos cruzados en la Comunidad de Madrid donde dejaron morir a ancianos en residencias. Parece que ahí no pensaban en el luto.

Más suerte hay en otros países. Algunas periodistas me confirman que en Italia o Alemania no han decretado luto oficial. Un debate que se han ahorrado en momentos de horror. Estos días también me escribían personas afectadas que sienten que sus muertos no han contado nunca. Tampoco su duelo. Como los minutos de silencios rotos por partidos ante los asesinatos machistas... O la imposibilidad de enterrar  (de los que tampoco nunca se despidieron) a las víctimas de la dictadura...

Respeto los lutos al máximo porque respeto absolutamente a todos los muertos. Pero me supera la hipocresía del luto por intereses. Honrarlos es no usarlos en vano. Honrarlos es no mercadear ni hacer propaganda. Honrarlos es dejarlos descansar. Honrarlos es no usarlos políticamente. No tiene sentido pedir un luto para luego abrir la boca para generar odio, insultar y buscar enfrentamiento continuo. Eso, justo, es todo lo contrario al luto. Es una falta de respeto a los muertos y familiares. De la misma forma que lo es usar a un muerto para acorralar a un ministro, y que luego la propia familia de la fallecida advierta a ese diputado del PP que deje de usar a su muerto políticamente. Le dijeron, con toda la razón, que lo que había hecho era "oportunista, de mente retorcida y sin escrúpulos". Eso lo hemos visto estos días. Irrita que den lecciones de luto quienes no lo han respetado en tantas otras ocasiones.

En España ha terminado el luto oficial, que sirvió también para abrir un dolor añadido en quienes vieron cómo se usaba con intereses. España termina el luto oficial pero no termina el luto verdadero. El que cada uno lleva dentro, por siempre y para siempre. Y para eso no necesitamos ni hipocresías ni políticos que haga un uso ruín de la muerte. Tan solo necesitamos el recuerdo. Y, sobre todo, que los políticos aporten soluciones más allá de un luto, se centren en trabajar y no recortar en todo aquello que salva vidas. Porque eso sí es honrar a los muertos.

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