José Ignacio Domínguez ha tenido un gran protagonismo mediático en los últimos días por pertenecer a la XIX promoción de la Academia General del Aire. Por los medios de comunicación hemos conocido que una parte de los componentes de esta promoción, todos ya retirados desde hace años, decidieron enviar una carta al jefe del Estado y al presidente del Parlamento Europeo en la que vienen a expresar su desolación por el gobierno que los españoles han decidido con su voto. Días después se desvelaban ciertos mensajes de chat en términos tan inaceptables como alejados de la defensa de la Democracia y la Constitución que de manera espuria invocaban en la misiva.
Esta tardía muestra de corporativismo trasnochado, en la que Domínguez ha tenido una participación tangencial al limitarse a observar la deriva que tomaba el grupo de retirados, ha coincidido con la aparición del libro que he dedicado a trazar su biografía, en el marco de la investigación que sobre el fenómeno de los militares demócratas en la transición y el surgimiento de la UMD vengo desarrollando desde hace dos décadas. Domínguez es pionero absoluto en la lucha militar antifranquista y su activismo, que se remonta al año 1969, no tiene parangón en la historia de la oposición democrática en el período del tardofranquismo.
Miembro de una prominente familia del Régimen —su tío Fernando fue el sucesor del cardenal Herrera en la asociación de propagandistas católicos (ACNP), eje vertebrador de la doctrina del nacionalcatolicismo en el primer franquismo—, Domínguez estaba llamado a seguir un brillante cursus honorum en la carrera militar. Apasionado por la aviación y extraordinariamente dotado para el aprendizaje en vuelo, como lo prueban sus calificaciones en la academia y sus incipientes ensayos acrobáticos, fue uno de los ocho primeros alumnos de su curso seleccionados como reactoristas, élite de los pilotos militares. Recién salido de teniente se incorporó a un escuadrón de caza de la base aérea de Morón para volar el F-86 Sabre, avión de combate punta de la época.
Sin embargo, la observación de un ejército de baja operatividad, acomplejado por la presencia estadounidense y con gran incompetencia profesional en muchos de sus mandos, agudizó su sentido crítico con la institución militar. Aunque mimetizado con los valores del régimen franquista como el resto de sus compañeros —se investigaba la procedencia de los futuros oficiales—, pronto se desprendió de unas convicciones que no resistían su contraste con la realidad fuera de la verja de acceso a la base. Su toma de conciencia política es un proceso muy rápido que viene decantado por sus relaciones sociales en el ambiente universitario. El componente político le sirve para encauzar la protesta y fijarse como objetivo la lucha contra la dictadura franquista.
Durante su destino en Morón, y aprovechando el regreso a Madrid los fines de semana, emprende en solitario una campaña de denuncia de la dictadura centrada en temas militares. Elabora escritos a nombre de una supuesta Comisión de Capitanes, y los envía a domicilios particulares de militares, utilizando datos del escalafón. El revuelo en medios militares es extraordinario, ya que algo así no había ocurrido nunca. Tiempo después continuará su particular AgitProp apoyándose en la rotativa clandestina de militantes comunistas, los cuales, con los contenidos que les iba proporcionando, comenzaron a elaborar boletines de información. Aquella colaboración no implicó afiliación política alguna; tampoco después ha tenido disciplina de partido, pues su compromiso se ha centrado en la defensa de diversas causas sociales.
Cuando tiene conocimiento de la fundación de la Unión Militar Democrática (UMD), información que recibe a través de Joaquín Ruiz-Jiménez, se asombra de que no esté solo en su lucha contra la dictadura y decide, una vez más por su cuenta y riesgo, presentarse en el domicilio del comandante Julio Busquets en Barcelona para pedir su ingreso en la organización clandestina de militares demócratas. Domínguez fue la pieza fundamental en la captación de oficiales de Aviación, la mayoría de su promoción, y también el enlace para la participación de algunos suboficiales.
Por su gran activismo Domínguez se encontró entre los diez oficiales sobre los que se dictó la orden de detención y registro en el verano de 1975. Al encontrarse en el extranjero de vacaciones, se aprovechó esta circunstancia para que actuara como portavoz de la organización. Durante más de un año residió en Lisboa, París y Argel, protagonizó una histórica rueda de prensa en París —Yo soy el capitán José Ignacio Domínguez...— y el no menos histórico primer mitin conjunto de la «platajunta» en el Salón de la Mutualité. Regresó a España con la promesa de que él y sus compañeros, expulsados de los ejércitos por demócratas, volverían pronto a vestir el uniforme. Pero la democracia por la que habían luchado se olvidó de ellos.
La historiografía militar española de la transición, que tanta atención ha prestado a los militares involucionistas, no cuenta con muchos testimonios de progresistas. Y este libro trata precisamente de contribuir a equilibrar algo la balanza con la historia de vida de un militar —el «Capitán Domínguez» por antonomasia—, que sorprende por la limpieza de su compromiso y la coherencia y firmeza de sus convicciones.
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