Otras miradas

Veneno para la memoria

Andrea Momoitio

Llevo un tiempito esperando para poder entrevistar a Javier Calvo y Javier Ambrossi, conocidos como los Javis, para este periódico. No ha sido posible (de momento) por diferentes circunstancias y, mientras, me he decidido a ver en bucle Veneno. Estos días he vuelto a ver la serie por, no sé, ¿cuarta vez? En cada capítulo, sin embargo, encuentro algún guiño que no había visto antes y decenas de detalles con los que me emociono como si me pillaran por sorpresa.

Veneno ya no me pilla descuidada, pero su historia, contada con un sentido del humor y un buen gusto que sobrecoge, me conmociona una y otra vez. Todo lo que se podía haber dicho de la serie creo que se ha dicho ya: es una jodida maravilla; es delicadeza, es memoria, es resistencia; es el homenaje más bello que Cristina Ortiz podría haber soñado nunca. Qué buen gusto, cuánto amor en cada escena.

A mí hay algo que me obsesiona como periodista: tratar de rescatar y hacer historia de las vidas más olvidadas, de las anécdotas y las resistencias de quienes no han tenido nunca un hueco en la historia oficial del mundo. Por eso, me encanta contar la historia de O., una mujer que lleva 30 años tras la barra de un bar en Cortes, la calle de Bilbao en la que se ha ejercido tradicionalmente la prostitución; me gusta hablar de Marta, una prostituta que ahora, desde su residencia, me cuenta con un sentido del humor alucinante cómo fueron sus años mozos; me pone escuchar a Mertxe; escribir de mi colega K., que me hablaba de follarse melones en la cárcel; de A. y su proceso migratorio, de cómo se busca la vida en Bilbao enfrentándose con descaro a un sistema que le expulsa continuamente; por eso llevo años obsesionada con María Isabel Gutierrez Velasco, una mujer que murió quemada en la cárcel de Bilbao en 1977. Su muerte provocó una huelga de prostitutas que me tiene completamente absorbida la vida. Si todo va bien, por cierto, el próximo otoño saldrá a la venta el libro que estoy escribiendo sobre su historia para libros del K.O. Me gustan las maricas y los quinquis; las tipas trans que han puesto patas arriba la feminidad, que han jugado con ella; las bolleras marimacho; me gustan las historias de resistencia, de punk, de bares de mala muerte. Es ahí donde muchas encontramos el reflejo y los referentes que necesitamos.

Cristina Ortiz tuvo un poco de todo eso y, ahora, su historia es susceptible de convertirse en leyenda porque ha caído en manos de personas respetuosas, que han encontrado purpurina en los episodios más escalofriantes de su vida, que han agarrado la historia con un amor y un respeto que es difícil encontrar en muchas producciones audiovisuales de este estilo. Por eso, mientras llega la entrevista que estoy esperando con los Javis, mientras no tenga la oportunidad de sentarme frente a ellos para darles las gracias, al menos, tengo estas líneas. Unas líneas que buscan ser, simplemente, un gesto de agradecimiento. Porque su delicadeza ha hecho arte de la vulgaridad y de una historia de dolor y lágrimas, el himno que esperábamos.

Veneno, sin embargo, se ha tenido que enfrentar también a un sector del movimiento feminista que ha decidido hacer bandera del sufrimiento de las personas trans. La verdad es que no puedo más que avergonzarme. Estos días ha aparecido la placa del Parque del Oeste de Madrid en homenaje a Cristina Ortiz con el siguiente mensaje: "Sois patriarcado, abajo Ley Montero". La misma placa, objeto del mismo odio, que ya se denunció cuando fue atacada por la ultraderecha.

La transfobia campa a sus anchas, sí, pero somos muchas ("¡Millones!", diría Ortiz) las que estamos dispuestas a combatirla. Lo dijo Mario Benedetti y no me canso de repetirlo: "Todo se hunde en la niebla del olvido, pero cuando la niebla se despeja el olvido está lleno de memoria".

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