Normalmente cuando insultas a alguien llamándole comunista, este se reafirma; es probable que no lo considere un insulto.
Pero por lo que respecta a la palabra "fascista" hemos podido ver que la cosa es distinta. Desde que esta palabra ha vuelto a estar de moda, aquellos a los que se les llama fascistas a menudo se revuelven y niegan la mayor.
No me refiero a diputados o jefazos de la propaganda diseñada para el negocio de la política fanática que saben perfectamente lo que hacen y quiénes son sus referentes. Me refiero a la gente normal y corriente cuando se le llama "fascista".
Y aquí va mi reflexión sobre la (in)utilidad de las etiquetas.
Si alguien tiene una convicción y se le llama fascista —sea porque su convicción realmente es fascista o porque no acepta algún mantra de la izquierda dogmática más borrega—, esta persona que se niega a ser considerada fascista —repito, independientemente de que su convicción sea objetivamente fascista o no— si lo niega es que está convencida de que el fascismo es algo malo.
Que piense esto es bueno. Algo que tenemos ganado.
Pero, si insistimos en llamarle fascista y no cambiamos su opinión —etiquetar a alguien contra su voluntad no aporta argumentos que permitan algún tipo de evolución en sus convicciones, más bien todo lo contrario— sino que hacemos que piense que, bueno, vale, si sus convicciones realmente son consideradas fascistas, entonces, el fascismo es bueno, coincide con lo que piensa.
Y así, lo poco que teníamos ganado, lo hemos perdido.
El fascismo se hace pop, no tanto por los inexistentes méritos de los fascistas, sino por aquella izquierda que ha fallado su diagnóstico y es corte de quien ha hecho del dogmatismo su negocio de partido.
Debemos recordar que hace 10 años, mientras toda Europa viraba hacia la derecha, en España, y a pesar de un Gobierno "socialista", hicimos el 15M. O sea que no se puede negar que la gente realmente se ha resistido mucho a hacerse fascista; al menos, hasta que incluso el 15M le ha sido robado por el gran negocio de las empresas-partidos políticos.
Una gran mayoría de las personas que ahora vota opciones con discurso fascista lo hace porque está cabreada (con razón) y las opciones de voto de izquierda que tuvieron su oportunidad - ¡oh, si la tuvieron! - las han traicionado no una sino 1.000 veces.
Así que si a alguien que tiene muy buenas razones no le das opciones y además le llamas fascista, se hará fascista.
En el debate de por qué crecen los votos y apoyos a los partidos que cabalgan y aprovechan los postulados históricamente fascistas, a parte de con la gran contribución que significa sobrereaccionar a todas las burradas que dicen, también en este aspecto, una vez más, el trabajo se lo está haciendo la que se llama a sí misma izquierda. Por etiquetas que no quede.
Comentarios
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