Otras miradas

Alivio para el trifachito: Cuba releva a Venezuela en su diana

Roberto Montoya

Periodista y escritor

Alivio para el trifachito: Cuba releva a Venezuela en su diana
Dos mujeres caminan junto a varios carteles expuestos en la ventana de una casa en una calle de La Habana, Cuba, este martes 20 de julio del 2021. EFE/ Ernesto Mastrascusa

La derechona española está de fiesta. Por fin le llegan buenas noticias de Cuba. El 11 de julio pasado se registraron las mayores protestas callejeras contra el Gobierno en un cuarto de siglo.

Ya que las noticias que llegan de Venezuela no le dan muchas alegrías a la derechona y ultraderechona, y Juan Guaidó, su esperpéntico 'presidente encargado', ya cada vez representa menos a la oposición a Nicolás Maduro, hacía falta que algún otro frente externo tomara el testigo para poder atacar al gobierno de coalición.

Máxime cuando no siquiera está Pablo Iglesias en el Gobierno para atacarlo de forma furibunda día sí y el otro también. El talante de Yolanda Díaz los desconcierta y les cuesta más atacarla.

¡Y qué mejor que hablar de Cuba! Hacía mucho tiempo que no daba nada de juego, al contrario, era preferible que no saliera nada en los medios de comunicación.

Y es que de Cuba llegaban tan malas noticias como aquella que daba cuenta que decenas de brigadas de médicos cubanos habían acudido, a pedido de gobiernos de países de los cinco continentes, para ayudar a combatir la pandemia de la covid-19, como tantas veces lo hicieron ante terremotos y otras catástrofes naturales en cualquier parte del mundo.

Y otra mala noticia para PP, Vox y Ciudadanos, para Aznar, González y compañía, peor aún: Cuba es uno de los países de toda América con menor incidencia de la pandemia, aunque hayan aumentado últimamente. Las cifras no mienten, lo reconocen la ONU y la OMS.

Y ya el colmo de los colmos de las malas noticias: Cuba es el primer país de toda América Latina y el Caribe -y de buena parte del planeta- que está produciendo sus propias vacunas contra la covid-19; tiene vacunada ya al menos con una dosis a casi ocho millones de sus ciudadanas y ciudadanos -de un total de once millones- y entre ellos dos millones tienen la dosis completa.

Por eso, después de tantas malas noticias las protestas callejeras del 11 de julio fueron un balón de oxígeno para nuestra derechona nazional.

El trifachito está preocupadísimo porque los cubanos tengan que hacer colas y colas en tiendas y supermercados para poder comprar los productos básicos de la canasta familiar, o para comprar medicamentos en las farmacias.

¡Con lo fácil que es llenar hasta el tope los carritos de los súper en España para cualquier familia! Bueno, reconocen que para cualquiera no, vale, que según el Instituto Nacional de Estadística incluso una potencia como España tiene una bolsa enquistada de pobreza desde hace años, agravada por la crisis financiera de 2008 y agudizada aún más por la pandemia, que a fines de 2020 ya había puesto a un 26.4% de la población española en riesgo de pobreza o exclusión social (menos de 24€ de ingresos diarios) y había subido al 7% el índice de pobreza severa.

Pero bueno, que diría el trifachito, "son solo unos milloncejos de personas, que seguro ni siquiera  nos votan".

Para la derechona española lo sucedido en Cuba es espantoso y España y el mundo entero tiene que ayudar 'al pueblo' a deshacerse de una vez de 'los Castro'. ¿Sabrán que Fidel murió y que Raúl ya no es el presidente?

El caso de Colombia es distinto, seguramente pensarán. Para ellos esas docenas y docenas de miles de personas que desde hace meses se juegan literalmente la vida en la calle -ya hay más de 70 muertos, numerosos desaparecidos y heridos- y que hacen paros nacionales para protestar por la desigualdad social y la represión del Gobierno de Iván Duque, son todas comunistas, terroristas.

Duque, como su mentor, Álvaro Uribe, son demócratas, ellos sí, a los que 'injustamente' desde hace años se los acusa de gravísimos casos de corrupción, narcotráfico, connivencia con los paramilitares derechistas y guerra sucia con miles de muertos.

Todo falso, nos dirán, falsas acusaciones de los terroristas.

Lo mismo le pasa a otro gran demócrata, a Sebastián Piñera, al que también obreros, estudiantes y gentes de pueblo chilenas, todas ellas terroristas también, por supuesto, vienen protestando contra el salvaje modelo neoliberal, contra la profunda desigualdad social, contra los muchos flecos que quedan del pinochetismo.

La represión se ha cobrado decenas de muertos, vale; cerca de 300 personas han perdido algún ojo por pelotas de goma, y sí, los Carabineros han violado a decenas de manifestantes detenidas, pero "Piñera es de los nuestros" nos dirá el trifachito.

Piñera es un demócrata, faltaba más, no como Díaz Canel o Maduro.

Y otro tanto le pasa al bueno de Jair Bolsonaro, cientos de miles de agitadores en la calle en su contra, día tras día, protestando, ellos también, contra la gran desigualdad social y la injusticia, pero también porque la gestión suicida de la pandemia ha hecho que el número de muertos supere ya el medio millón de personas.

Y podríamos seguir.

La solución no pasa por cortar Internet ni por acallar a los críticos por la fuerza

Las imágenes que llegaron de Cuba demostraron una brutalidad inigualable, nos dicen. Puede que haya habido excesos, sin comparación posible con los casos que mencionamos pero sí, seguramente que los hubo. De la misma forma que hubo una reacción gubernamental visceral, apresurada, llamando al 'combate' a los 'revolucionarios', como si de una invasión se tratara, como si ninguno de esos miles de personas fueran revolucionarios.

¿El solo hecho de protestar, de disentir, hace a todos contrarrevolucionarios? "Hay otros canales", dice el Gobierno. ¿Sí, realmente, los hay?, ¿Qué plataforma tienen los ciudadanos y ciudadanas de a pie para hacer sentir su voz?

No todas las protestas fueron iguales, hubo protestas pacíficas y legítimas pero hubo otras en la que se evidenció la existencia de elementos interesados en iniciar una situación de caos, algo previsible.

En algunas de ellas, según muestran los vídeos y fotos, se ensañaron con coches policiales y sedes gubernamentales antes que se desatara la represión policial, por lo que está claro que hubo un plan deliberado. En alguna otra se llegó a arrasar una sala de pediatría.

La mayoría de los medios de comunicación españoles, y no solo los de la derecha pura y dura, han reproducido algunos vídeos y fotos de otros medios, digitales de la oposición en la isla, plataformas de todo tipo del sector del exilio cubano más ultra de Miami, y de medios estadounidenses, y se ha tragado muchos sapos.

Una vez más la manipulación de imágenes contribuye a desinformar lo que realmente está pasando. No sucede solo con Cuba y el 'boom' de las redes sociales facilita ahora enormemente la intoxicación mediática.

En este informe y el vídeo que lo acompaña se muestran algunos de los ejemplos de manipulación de fotos y vídeos en relación a los sucesos del pasado 11 de julio. Algunos ni siquiera son imágenes de Cuba.

Pero no todas las imágenes fueron fakes news, represión la hubo, y el hecho de que el propio presidente llamara al "combate", que dijera que "la calle es de los revolucionarios" produjo el resultado esperado, que muchos civiles acudieran al llamado y salieran a enfrentar a otros civiles como ellos, una imagen lamentable.

Denunciar la utilización que la derecha y ultraderecha española, el exilio de Miami y de otros países pretende hacer de las protestas del 11 de julio, que llegan a a situaciones tan burdas y grotestas como las del alcalde de Madrid pidiendo la intervención de EEUU en la isla, no puede llevar a justificar la reacción del Gobierno cubano.

Cuba vuelve a pasar por una crisis económica aguda, Trump endureció brutalmente el bloqueo que ya lleva sesenta años; el bloqueo a Venezuela afectó también duramente al suministro de petróleo a la isla y a la importante alianza comercial entre los dos países, y la pandemia, que ha provocado crisis en todo el mundo, acabó con el noventa por ciento de los ingresos por turismo.

El Gobierno sabía que ese cóctel era explosivo, que a ello se sumaba la nueva ola de apagones en el suministro eléctrico, la falta de muchos medicamentos básicos, no solo los importados sino muchos incluso de los producidos en la isla por BioCubaFarma, y por la desordenada aplicación de la Tarea Ordenamiento.

Ante un escenario como ese mucha gente termina por desesperarse y al final estalla por más defensora de la revolución que sea. El pueblo conoce el origen de los problemas pero también conoce que la lentitud de las reformas y cambios ya anunciados hace años por Raúl Castro y luego por Díaz Canel son desesperantes.

Sabe que Cuba sigue teniendo gran cantidad de tierras sin cultivar pero que la tan prometida soberanía alimentaria no llega y que se sigue importando un altísimo porcentaje de los productos básicos para la canasta familiar y no se resuelve el problema crónico de la distribución.

¿Cómo puede extrañar que en ese contexto cualquier chispa, cualquier convocatoria, espontánea u orquestada por opositores interesados a través de las redes sociales, la gente apedree y saquee las odiadas tiendas en MLC (Moneda Libre Convertida), esas sí bien abastecidas, donde se venden artículos, muchos de ellos suntuarios, exclusivamente en divisas extranjeras?

Las familias que reciben divisas de familiares en el extranjero y aquellos que trabajan en sectores ligados al turismo y también acceden a divisas, han creado de hecho un nuevo sector social que provoca divisiones y malestar en la población.

El pueblo tiene también derecho a pedir explicaciones por la gestión de tantas empresas públicas que resultan deficitarias año tras año. La lentitud de los cambios, cuando no directamente el inmovilismo burocrático, exaspera sin duda a una población agotada.

Gran parte de la población actual de Cuba nació después del fin de la Guerra Fría; tienen necesidad y derecho a disentir de tal o cual política, a expresarse libremente en foros públicos y en medios de comunicación, a agruparse en defensa de intereses compartidos concretos. Es una sociedad madura.

Desde hace sesenta años Estados Unidos busca cualquier intersticio en el sistema que le permita fomentar en la isla el culto a las recetas neoliberales. Es cierto, durante muchos años lo hizo con métodos violentos y luego pasó a otros más sutiles, a través de fundaciones y ONG que financian grupos de la oposición, medios digitales, blogueros.

El Estado cubano lo sabe e intenta constantemente evitarlo y en ese afán de defensa de la revolución y de sus logros etiqueta y censura rápidamente cualquier atisbo de crítica, incluso de sectores de indiscutible espíritu revolucionario.

La pluralidad de opiniones se ve con desconfianza, no se tienden puentes de diálogo que conseguirían distención y quitarían argumentos a los verdaderos enemigos.

Cualquier disidencia es vista como parte del plan imperialista, o que puede terminar siendo utilizada por él, y se corta abrupta, autoritariamente, el grifo de Internet -una herramienta tan elogiada por Fidel- para evitar el efecto contagio.

Si se denuncian los planes imperialistas pero al mismo tiempo se critica la gestión de la crisis o aspectos concretos de la política gubernamental, rápidamente se utiliza la fácil calificación de "equidistancia inadmisible".

Todo debe ser blanco o negro, campo revolucionario o campo imperialista, un socorrido recurso   contra el pensamiento crítico para justificar el inmovilismo y el pensamiento único que tan nefastas consecuencias tuvo en el pasado en regímenes estalinistas.

Sí, hay un peligro real que cualquier apertura mal planificada sirva para que de un día para otro fluya el dinero para crear un periódico poderoso, una radio o una televisión intentando manipular  con promesas de un futuro de abundancia y libertad ilimitada a una población asfixiada.

Con esa misma rapidez de la nada surgirían todos los medios financieros, técnicos y asesoramientos necesarios para crear un partido político alternativo al PC gubernamental, con el objetivo último de desmontar pieza a pieza toda la estructura y logros del socialismo cubano, para abogar por un modelo capitalista, neoliberal, privatizador y dependiente política, económica y militarmente de Estados Unidos, como lo era antes del triunfo revolucionario de 1959.

La encrucijada es muy compleja pero el Estado cubano tendrá que mover ficha para hacer un cambio controlado pero profundo y rápido, para actualizar, renovar el proyecto de país y recuperar la ilusión perdida de buena parte de la población, pero para ello es imprescindible hacerla partícipe activa de ese cambio.

Ante ese escenario, desde el exterior la izquierda ni puede limitarse a aplaudir al Gobierno cubano y denunciar también maniqueamente a todos los manifestantes del 11 de julio o a todos los artistas e intelectuales del Movimiento San Isidro y del 27N por igual como "contrarrevolucionarios",  "delincuentes" o "revolucionarios confundidos", pero tampoco puede proclamar recetas fáciles para Cuba.

En nada contribuye al proceso revolucionario reclamar genéricamente libertad de expresión y libertad total para formar partidos políticos como en cualquier país normal, porque Cuba no es un país normal.

Es el único país que sufre un brutal bloqueo desde hace sesenta años, lo que le impide una actividad comercial, financiera y política normal.

Es el único país socialista que subsiste después de la atomización de la URSS y los países de la Europa del Este a inicios de la década de los '90. Para Cuba no ha llegado todavía el fin de la Guerra Fría.

Cuba no es un país normal y no porque no lo quiera ser.

Esa isla rebelde, soberana y altiva, tiene la desgracia de estar situada a tan solo 90 millas del imperio que la oprime, el imperio que desde fines del siglo XIX comenzó su política injerencista contra ella y que no cesa hasta el día hoy.

Desde hace más de un siglo EEUU impuso incluso en territorio cubano, en la provincia de Guantánamo, una ilegal base naval donde desde 2002 mantiene una cárcel laboratorio, un verdadero campo de concentración donde ha experimentado con total impunidad legal y política los más sofisticados sistemas de tortura física y psicológica con más de ochocientos detenidos de cuarenta nacionalidades.

Toda la comunidad internacional lo sabe y buena parte de ella ha sido cómplice activa o pasivamente de que al amparo de la Guerra contra el Terror existiera ese 'gulag' caribeño.

Cuba no es un país normal y no le sirven recetas fáciles pero parece indudable que los propios cubanos deben acometer, de forma gradual, planificada y colectiva una revolución dentro de la Revolución.

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