Hay personas cobardes y hay personas valientes. Las primeras esconden sus ideas para conseguir sus objetivos, temerosas de enfrentarse a la crítica o al juicio. Las segundas se muestran de frente, honestas, y exponen sus principios y sus proyectos; se exponen a la crítica y asumen las consecuencias de sus actos.
En el primer grupo de personas se encuentra el alcalde de Madrid. Rehén del aplauso fácil, carente de proyecto para la ciudad, se le conocen escasas ideas propias sobre movilidad, urbanismo, mejora de los servicios públicos, creación y reparto de la riqueza o memoria democrática. Exhibe eslóganes de partido y nunca toma decisiones. Se refugia, temeroso, tras las decisiones de otros: es el Gobierno de España quien le obliga a hacer cosas, son las sentencias judiciales quienes le marcan el camino, es Europa quien le señala los límites. Nos preguntamos para qué se elige a un alcalde si solo acata las decisiones de otros... hasta que profundizamos.
En el asunto que hoy nos ocupa, las declaraciones del Gobierno (no del alcalde, que lleva desde el martes 23 escondido) apuntan de nuevo hacia afuera. En el mes de mayo, el Tribunal Superior de Justicia Madrileño ordenó la reposición de la calle dedicada al general franquista Millán Astray cuya retirada formaba parte del Plan de Revisión del Callejero Madrileño aprobado en el Pleno de abril de 2017 con los votos a favor de Ahora Madrid, PSOE y Ciudadanos y con la abstención del PP. Ni un solo voto en contra.
El nombre de una persona ampliamente implicada en la exaltación del golpe de estado y la posterior dictadura, jefe de Propaganda y Prensa de Franco durante la Guerra Civil, debía pues volver al callejero de Madrid. En plena Europa. En el año 2021. ¿Debía? ¿Realmente debía? Veamos.
Almeida podía haber recurrido la sentencia.
Almeida podía haber habilitado un procedimiento extraordinario para la retirada de la calle.
Almeida podía haber comenzado un procedimiento ordinario para nombrar a otra calle de Madrid Maestra Justa Freire.
Almeida podía haber elegido cumplir con los estándares internacionales en materia de memoria tal y como recogen los informes del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas en cuanto a la retirada de cualquier símbolo o nomenclatura que ensalce la dictadura.
Almeida no ha hecho ninguna de estas cosas. En pleno agosto, Almeida ha tomado una decisión, aunque se parapete tras una excusa jurídica y sea incapaz de dar la cara y explicar su propia decisión. El alcalde de Madrid no sólo ha elegido reponer en nuestro espacio público referentes antidemocráticos, sino que vuelve a invisibilizar a las mujeres y, en este caso, a quienes trajeron derechos a todo el pueblo como fue la educación pública. Almeida elige quitar el nombre a la "Maestra Justa Freire" con el que Madrid hacía un reconocimiento al trabajo que tantas maestras y maestros realizaron poniendo en práctica las directrices pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza en la escuela pública durante el primer tercio del siglo XX.
A través del espacio público, nuestras instituciones muestran el grado de compromiso con la construcción de una cultura democrática anclada en el respeto a los derechos humanos. Una cultura que pasa por llenar nuestros espacios públicos de referentes que en el presente nos conecte con las mejores experiencias democráticas del pasado para heredarlas y extenderlas. La nomenclatura de nuestras calles es una herramienta de construcción simbólica de nuestra identidad colectiva y si viene respaldado por la institución, es esta la que habla a la ciudadanía a través de esos referentes. Almeida ha tomado una decisión, aunque no sea capaz de defenderla.
Como decíamos, hay personas cobardes y hay personas valientes, y ya hemos hablado demasiado de las primeras. Hablemos de las segundas.
Frente a la sobrerrepresentación de hombres y valores antidemocráticos en nuestras calles, nosotras queremos visibilizar y reivindicar los valores que representa Justa Freire Méndez, quien nació en 1896 en Zamora y tras estudiar Magisterio en la Escuela Normal, emigró a Madrid. En 1921 comenzó a trabajar como maestra en el Grupo Escolar Cervantes, en Cuatro Caminos, donde el educador Ángel Llorca ya era el director de este centro pionero en poner en práctica la educación integral, clave para convertir a Madrid en la capital de la reforma pedagógica más intensa que se ha vivido en nuestro país.
La historia de vida de Justa Freire es la de las maestras y maestros que en la II República transformaron el aprendizaje tradicional, cambiaron los bancos fijados al suelo mirando al frente para leer, memorizar y escribir por sillas móviles que fomentaran el aprendizaje colaborativo. Madrid se llenó de escuelas con patios para desarrollar el nuevo currículum que incorporaba el juego y el ejercicio físico, ya que la higiene, la salud y la educación social fueron de las grandes innovaciones introducidas en las escuelas públicas madrileñas. Así, las maestras realizaban actividades también con el fin de llevar la acción educativa a las familias de los alumnos.
Los diarios que Freire escribió nos han permitido conocer no sólo sus experiencias como una maestra que amaba su profesión, sino las ideas innovadoras sobre la educación, basada en el diálogo con los niños y niñas y fomentando la libertad para pensar y experimentar. En 1933, pudo llevar a cabo como directora del Grupo Escolar Alfredo Calderón (hoy llamado Padre Poveda, en el distrito de Chamartín) ese modelo educativo además de los aprendizajes de los viajes que los maestros y maestras hacían a congresos internacionales a los países europeos más avanzados en materia educativa.
Las maestras de la II República no sólo gozaban de reconocimiento público por la modernización de la educación bajo el principio de igualdad, sino también por su compromiso con los derechos de las mujeres y por eso mismo sufrieron especialmente la represión cuando en 1939 comenzó la dictadura franquista.
Cuando estalló la guerra por el golpe militar, Justa Freire fue nombrada delegada nacional de la Infancia. Fue evacuada por el Gobierno republicano, trasladando a los niños huérfanos a Levante, donde crearon las Comunidades Familiares de Educación bajo los mismos principios educativos y pedagógicos que los desarrollados en Madrid. Esta experiencia fue modelo internacional en situaciones de evacuación de menores ante conflictos bélicos.
Justa Freire sufrió un Consejo de Guerra y fue condenada a seis años de prisión en la Cárcel de Ventas por "prácticas laicistas y prosoviéticas", donde impartió clases de alfabetización para las demás reclusas hasta que salió de la cárcel en 1941. Como las maestras y maestros, Justa fue depurada por el nuevo régimen y a pesar de que en 1953 le permitieron reingresar al cuerpo funcionarial de magisterio, le prohibieron ejercer en Madrid.
En 2021, el alcalde de Madrid ha tenido la oportunidad de defender los valores democráticos que representa Justa Freire, pero en lugar de sentirse orgulloso de que Madrid fuera referente de la educación en España, ha preferido acatar valores antidemocráticos en contra del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Almeida ha decidido, aunque no dé la cara para defender su posición. Próximamente saldrán las sentencias para reponer cinco calles más que representan valores antidemocráticos, veremos si Almeida decide seguir escondido y anclado en el pasado o gobernar esta ciudad mirando al futuro.
¿Y nosotras? Lo tenemos claro: desde Más Madrid seguiremos trabajando por la memoria de las valientes. Para que libertad sea el derecho a la educación, para que las maestras y maestros de entonces y del presente tengan el reconocimiento que les corresponde y que merecemos las madrileñas y madrileños.
Comentarios
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