Desde la entrada de la ultraderecha en las instituciones, el clima de convivencia en el Congreso de los Diputados es irrespirable. Los insultos, las amenazas y las coacciones se han convertido en una arma estratégica perfectamente diseñada por el grupo de ultraderecha para amedrentar las intervenciones de los y, especialmente, las diputadas que están en el uso de la palabra. ‘Meter miedo’ es el objetivo político que ha elaborado la dirección del partido de ultraderecha en su maniobra de desestabilizar al resto de fuerzas democráticas con presencia en la cámara baja e intimidar en lo personal a cada representante que esté emitiendo su discurso.
Esta táctica ha quedado desenmascarada públicamente en el último pleno del Congreso cuando un diputado de Vox llamó ‘bruja’ y ‘borracha’ a una diputada socialista que estaba defendiendo una proposición de ley para evitar las concentraciones anti abortistas que se dan frecuentemente en algunas clínicas de España. Pero todos y todas hemos sufrido de una manera o de otra esta estrategia que no es síntoma de mala educación sino de utilización política clara de desgaste del adversario. En mi caso, por ejemplo, recuerdo cuando una diputada de ultra derecha, en la Comisión de Educación, me llamó ‘pervertido’ porque estaba defendiendo una proposición no de ley para introducir en el curriculum educativo contenidos afectivo-sexuales o en mi última intervención en el hemiciclo, después de mostrar mi DNI a Espinosa de los Monteros para que cumpliese su palabra de llevar a los tribunales a quien vinculase el discurso del odio de la ultra derecha con el aumento de las agresiones homófobas, el mismo diputado que llamó bruja a la compañera socialista, me dijo cuando volvía a mi escaño: ‘cada día estás peor de la cabeza’. Incluso una representante del grupo, la diputada Olona, se encaró de forma agresiva en los pasillos del Congreso con una periodista que sólo estaba haciendo su trabajo. Dar miedo es su estrategia política para amilanarnos.
Ante esta situación, el compromiso de las fuerzas democráticas debe ser el de confrontar de forma unitaria contra estas actitudes y sumar esfuerzos para evitar que el Congreso se convierta en la puesta en escena del matonismo político que está desarrollando la ultra derecha desde que ha llegado a las instituciones. La petición de abandono del hemiciclo del diputado especialista en insultos está en ese camino, aunque, sinceramente, creo que la Presidencia del Congreso debería haber forzado a este diputado a pedir disculpas a la diputada que fue insultada y no solamente a retirar sus palabras del acta. El insulto y la intención de amedrentar va más allá de lo que pueda o no quedar reflejado en un acta; tiene que ver con el clima que pretenden trasladar al Congreso para debilitar a los que creemos en la democracia. Y eso es intolerable.
Los mismos que tacharon a nuestros barrios de estercoleros multiculturales y que han votado en contra de herramientas imprescindibles para el avance de la mayoría social de España como el aumento del Salario Mínimo Interprofesional, el Ingreso Mínimo Vital o los ERTES que han protegido a miles de familias en una situación extrema de pandemia mundial son también los que pretenden enrarecer el ambiente político porque saben que esa es la mejor estrategia para desacreditar las instituciones, desprestigiar la política y lanzar al barro a los representantes públicos. Cuando la política no sirve para resolver los problemas de la gente, entonces no sirve para nada. Y la ultra derecha, además de no servir para nada a las clases populares, lo que hace es tensionar el ambiente para amedrentarnos todos. Hay que plantarles cara y hacerlo de forma conjunta. No está en juego tener más o menos representación en el Congreso; lo que está en juego es la esencia misma de la democracia. Y esta democracia les costó mucho arrancarla de las fauces del franquismo a nuestros abuelos y abuelas y a nuestras madres y nuestros padres como para entregársela a quien nunca la defendió.
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