Otras miradas

La extrema derecha y la inversión de la realidad

Alfredo González Ruibal

Doctor en Arqueología Prehistórica por la Universidad Complutense de Madrid y científico titular en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC

La extrema derecha y la inversión de la realidad
El secretario general de Vox, Francisco Javier Ortega Smith (c) junto con José Antonio Ortega Lara (i) y con el presidente de Vox en Burgos, Javier Martínez (d), en un acto público celebrado hoy sábado en Burgos. EFE/Santi Otero

Se ha hablado mucho del uso sistemático que hace la ultraderecha de los bulos y la desinformación. Existe, sin embargo, una forma de mentira que resulta aún más característica del extremismo político: la inversión de la realidad. Se trata de un fenómeno que define al populismo reaccionario actual y lo conecta con ideologías similares en el pasado.

El penúltimo ejemplo lo hemos visto a raíz del fallecimiento de Almudena Grandes. Vox Vicálvaro insultaba su memoria acusándola de odio, el mismo partido que juega con el odio cada día en el parlamento, en las calles y en las redes sociales. Sin asomo de rubor, la extrema derecha acusa a la izquierda de nazi, mientras plagia la propaganda nacionalsocialista, o afirma que su partido es el auténtico defensor de los trabajadores, al tiempo que promueve una agenda neoliberal.

Quienes nos dedicamos al estudio del pasado estamos acostumbrados a esta estrategia, porque el relato de la ultraderecha es una concatenación de inversiones de los hechos históricos: no tienen reparo en acusar a los nativos americanos de genocidio, llamar golpista a Indalecio Prieto o decir que el PSOE se opuso al sufragio femenino. Practican con entusiasmo la tergiversación de la historia porque el pasado legitima el presente y porque resulta más fácil manipular el pasado que el presente. Al fin y al cabo, nadie tiene experiencia de primera mano de los visigodos o la conquista de América.

Como la mayoría de las ideas y prácticas de la extrema derecha, el fenómeno de la inversión de la realidad tiene poco de novedoso. No hay más que recordar que el régimen franquista juzgaba por "adhesión a la rebelión" a quienes se mantuvieron fieles a la República o que el nazismo acusaba a los judíos de provocar la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de la historia, siempre que se ha consumado un crimen político—como un golpe de estado, un exterminio o una guerra de agresión—la inversión de la realidad ha permitido exonerar a los culpables mientras ha culpado a las víctimas de su desgracia.

De hecho, la inversión de la realidad resulta necesaria cuando la ideología que uno defiende contiene demasiados elementos moralmente indigeribles para las personas decentes, que, aunque a veces no lo parezca, son mayoría en cualquier sociedad. Y se trata de una estrategia útil—al menos cuando la audiencia no es muy exigente.

Para empezar, crea un mundo ficticio y maniqueo en el que los ultraderechistas se perciben a sí mismos como los últimos seres virtuosos en un mundo tomado por la infamia. Al mismo tiempo, calma la conciencia de votantes que en el fondo saben que determinadas cosas que ellos ven con buenos ojos o están dispuestos a tolerar (como la dictadura o las deportaciones en masa) son indefendibles. El mecanismo es tan simple como atribuírselas al contrario.

De hecho, una de las principales funciones de invertir la realidad consiste en esquivar comparaciones entre la ideología nacional populista y sus avatares del pasado: si se afirma que el actual heredero del nazismo en España es el PSOE, se desvía la atención de un hecho evidente: que el nazismo tiene mucho más en común con Vox que con el PSOE—xenofobia, ultranacionalismo, imperialismo, militarismo.

No menos útil es el efecto que produce en los rivales políticos: como atentado a la lógica que es, exaspera y provoca respuestas viscerales. Es más fácil que reaccionemos ante una flagrante inversión de la realidad que ante una idea que simplemente rechazamos u otro bulo más. Con nuestras reacciones ante lo que consideramos un ataque al sentido común, contribuimos a propagar el mensaje y darle una importancia que no le corresponde.

En realidad, las campañas de inversión de la realidad que emprenden los ultraderechistas son su mayor muestra de debilidad. Porque cuanto más se esfuerzan en darle la vuelta a lo obvio, más sabemos que hemos dado con una verdad que los deja en evidencia, una verdad que solo a veces, en lapsus o conversaciones internas, sale a la luz—como aquel portavoz de Vox que ha afirmado que las mujeres del partido son "casi" tan valiosas como los hombres. Las inversiones de la realidad son otra forma en que se manifiesta el subconsciente de la extrema derecha. Así pues, no nos empeñemos en desmontarlas. Son simple y llanamente una declaración de culpabilidad.

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