Otras miradas

Almudena

Lara Moreno

La escritora Almudena Grandes, en una foto de mayo de 2019 E.P./Óscar Cañas
La escritora Almudena Grandes, en una foto de mayo de 2019 E.P./Óscar Cañas

Recién había empezado la primavera del año 2002 y yo acababa de cerrar las páginas de Los aires difíciles. Vivía en Sevilla y todavía las estanterías de España estaban llenas de hombres escritores. También, por supuesto, las mías. Creo que ni siquiera tenía conciencia de ello. Algunas mujeres novelistas se habían ido colando en mi habitación: Laforet, Rodoreda, Montero, Salisachs, Martín Gaite. Y Almudena Grandes. Te llamaré viernes, Las edades de Lulú, Malena es un nombre de tango; me había bebido esos libros entre clase y clase y en las horas largas de las madrugadas de los veinte años. No quería acabar Los aires difíciles, no quería cerrar sus páginas, pero no pude evitar bebérmelo, también. Ya sabía qué era lo que codiciaba de la potente escritura de Almudena: su transparente capacidad para el retrato, para la realidad, para lo humano. Para que todo lo que ella escribía existiera de verdad. Existiese otra vez. Con claridad, con fiereza. Los libros de Almudena me parecían un perfecto mecanismo de comprensión del mundo que me rodeaba. Ella llegaba hasta lo más profundo de las oscuridades cotidianas y lo hacía, además, con un estilo ligero y envolvente. Con claridad y con fiereza. Entonces, aquella tarde de casi primavera, en los pasillos del caserón de Gonzalo Bilbao, mi querido camarada de libros y otros funambulismos, Felipe Benítez Reyes, me presentó a Almudena. Solo atiné a decirle: "Ay, Almudena, echo mucho de menos a tus personajes". Su sonrisa espléndida era imponente, como lo era y lo fue siempre su voz. Y con esa voz suya, inolvidable, me dijo: "Yo también, yo los echo mucho de menos". Esa fue su clave, su regalo. Lo que ocurre cuando se escribe la realidad como ella la ha escrito. Que, cara a cara, la escritora se despoja de sus armas y se iguala a ti, lectora, para decirte que lo importante no es el artificio, ni la técnica portentosa, sino esa humanidad tan nítida que nos persigue, también a ella, después de haber leído, después de haber amado, después de haber vivido, libro, mundo a través.

A lo largo del tiempo, gracias a Felipe, que me acogió, de tanto en tanto, en Madrid y en Rota, entre aquella pandilla talentosa, a quienes yo admiraba y admiro, pude ver a Almudena, pude mirarla de reojo, aunque ella, fiera y clara, siempre se dejó mirar de frente.

Un año y algo más después de aquel primer encuentro, a finales del 2003, me vine a vivir a Madrid, la ciudad de Almudena, y mi primera salida, aún la buhardilla llena de cajas, fue con ellos. Recordaré siempre aquella cena, de eterna sobremesa, de alegría y jolgorio y camaradería, donde yo solo era una intrusa espectadora. Ella no lo supo nunca, porque nunca se lo dije, pero yo la miraba de reojo y ella me imponía más que sus ilustres compañeros de mesa. Ella, la mujer escritora. En realidad, casi veinte años después, no me he desembarazado de esa sensación. Ni siquiera con sus más recientes mensajes, en los que me agradecía el cariño recibido, generosa hasta en el último dolor. Porque, de todos ellos, Almudena era tan Almudena. Y eso es, en realidad, lo que una intuye que es la osadía. Ser tanto de lo que eres y hacer, de ello, un acto de amor cotidiano, de lucha por lo que crees, de irreverencia, de valiente conciencia, de profundo respeto hacia la vida.

Almudena ha escrito las entrañas de nuestro país con una mano mientras con la otra removía el puchero en su cocina. Ella lo decía así, sin queja, sin despecho, sin hacer manifiesto de todo lo que eso significa, lo que hoy sabemos que significa: antes de que las mujeres llenáramos las mesas de novedades de las librerías, antes de que nuestras firmas ocuparan, cada vez más a menudo, las cabeceras de algunos diarios, antes de que nos dejaran algunos espacios para gritar la desigualdad desoladora y la violencia, Almudena ya estaba ahí, en las mesas de novedades de las librerías, en la cabecera de los diarios, denunciando la desigualdad y la violencia de este mundo, pero, sobre todo, escribiendo las entrañas de nuestro país con una mano mientras con la otra removía el puchero en su cocina. Sin pausa, con esfuerzo, con naturalidad, con la agudeza propia de quien sabe qué lugar ocupa, de quien sabe que la literatura tiene que ver con el esfuerzo, con la constancia, con la humildad, con la mirada, con el compromiso. Eso es el talento, veinte años después no tengo ninguna duda. Ser tanto de lo que eres y saber dosificarlo, en torrente a la hora del cariño, en metódico pulso a la hora del trabajo, porque escribir novelas, escribir novelas como las que ella ha escrito, es un lugar en el mundo y es, a la vez, un lugar para el mundo. Y eso hay que tomárselo tan en serio como la alegría.

Recuerdo que aquella primera noche con ellos, a finales del 2003, al volver a mi buhardilla llena de cajas, pensé: "Acabo de llegar a Madrid, pero después de esta noche ya está, ya puedo volverme". No me he ido nunca. Me quedé en la ciudad de Almudena. Una ciudad que hoy, en el cementerio civil, bajo un implacable sol frío de noviembre, se ha despedido de ella, que nos era tanto. Como aquella noche en la que pude compartir por primera vez el cariño de Almudena, pero quieta de pena y estupor, he caminado hoy entre los cientos de lectores y lectoras que llevaban un libro suyo apretado en el pecho, los he escuchado leer en voz alta, entre las lápidas, fragmentos de sus letras, y cantar, tímidamente, la canción de los olvidados, y gritar por la república y por el Atleti, y aplaudir, como tantas veces se le ha aplaudido, y he podido ver a sus íntimos e íntimas, a su familia tan grande de gente querida, dolerse ante la irrealidad de este desconocido silencio de Almudena, insólito, injusto, sobrevenido, profundamente triste. Y abrazar a Luis.

Hemos perdido algo muy valioso. Y todavía nos parece mentira. Pero este país nuestro está desde el sábado más solo, más helado, más desvalido, más con las heridas abiertas. Porque Almudena Grandes se ha ido, y se ha ido antes de tiempo, y ella, tan ella como ella era, y casi como nadie, estaba comprometida con la realidad, un bien muy preciado, tanto como la verdad con la que escribió cada palabra.

Ahora, Almudena, no solo echaremos de menos a tus personajes. Te echaremos de menos a ti, para siempre, con claridad y con fiereza.

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