Otras miradas

¿Por qué seguimos hablando de transversalidad?

Daniel V. Guisado

¿Por qué seguimos hablando de transversalidad?
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante el Pleno del Congreso que se celebra, este jueves, en Madrid. EFE/ Rodrigo Jimenez

Hay cajones de sastre que surgen periódicamente en el debate político. Populismo, fascismo y ahora transversalidad. Conceptos que sirven más para el juego político que para el análisis del mismo. Las últimas declaraciones de la Vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, en La Cafetera, hablando sobre política transversal, vuelven a poner encima de la mesa un debate que parecía cerrado tiempo ha, pero que como ocurre en ocasiones, el fervor generado dice más que su propia intención.

La transversalidad, como ideología y táctica electoralista, no es en absoluto nueva. Muchas de sus teorizaciones vienen de los años 70 con la aparición de los partidos atrapalotodo (o catch-all parties). Con el debilitamiento de los partidos de masa, y de las propias ideologías que los sustentaban, era necesario trascender la dicotomía izquierda-derecha para generar nuevas mayorías. Contra la ortodoxia, que constreñía a elegir entre capital o trabajo, campo o ciudad, iglesia o Estado, el sincretismo propugnaba la necesidad de unir a personas con opiniones muy distintas en una causa común.

Ahora bien, como se ha mencionado esto puede ser visto como ideología o como táctica. Como asunción de la liquidez de las ideologías tradicionales (algunos dirían la necesidad de superarlas) o como táctica para reordenar identidades establecidas. Las corrientes tecnopopulistas, como la plataforma de Macron o el consenso reciente de Draghi, son ejemplos de la transversalidad como credo (vienen a decirnos que no hay ideología, hay soluciones ópticas). El primer Podemos, por el contrario, fue ejemplo de la transversalidad como táctica.

Sin embargo, y a pesar de las consignas repetidas en los últimos años, el primer Podemos no fue transversal en el sentido más amplio de la palabra. Esto es, entre 2014 y 2016 ya se caracterizaba por tener una base electoral claramente de izquierdas. En sus primeras elecciones de 2015, solo un 10% de los que se ubicaban en el 6 de la escala ideológica les apoyó. La percepción que tenía la ciudadanía de la formación era novedad y atracción, pero de izquierdas. Desde entonces esta característica, lejos de difuminarse, se ha intensificado, perdiendo algo novedoso que tenía anteriormente: ser una fuerza competitiva en las posiciones más templadas del espectro izquierda (4 y 5 en la escala ideológica, donde solo consiguieron atraer en 2019 a un 8 y 3%).

Entonces, ¿por qué surge periódicamente el significante de la transversalidad? Lejos de intentar realizar un análisis psicoanalítico, el fantasma habita en la habitación de muchas personas por motivos diferentes. A pesar de ello, es importante entender que más allá de fobias y filias personales la subjetividad en política es determinante; cómo te perciban amplía o restringe tu ejecución política. El cajón de sastre de la transversalidad, desde la óptica de la táctica política, sirve para escapar de posiciones nítidamente minoritarias. Y en este último aspecto, cuando las condiciones no acompañan, te mueves o te mueven.

España vivió un breve periodo de complejización de la vida política. La irrupción de Podemos, primero, y la nacionalización de Ciudadanos, después, contribuyó a que un nuevo eje (nueva-vieja política) permitiera mayor libertad de movimiento a los actores políticos. Podemos y Ciudadanos eran percibidos ideológicamente de forma similar a sus competidores más cercanos (PSOE y PP), pero se diferenciaban de ellos con la nueva fractura política (nuevo-viejo). La historia que sigue es por todos conocida. El retorno del bipolarismo (esta vez de bloques) achica no solo el espacio, también la capacidad de movimiento. La transversalidad no es un como objetivo en sí mismo, sino un medio para escapar de "esa esquinita" de la que hablaba Yolanda Díaz.

No escapará a la mente de ningún lector o lectora la radicalmente distinta situación, no obstante, que vive la política española. No estamos en 2015 y es totalmente cierto. Buena parte de que Podemos pudiera ser competitivo en posiciones de izquierda moderada era la percepción (the subjectivity, stupid) del PSOE, mucho más moderada. Había más hueco, por tanto, y menos resistencias para ocuparlo. Hoy esto no es así, pero el cambio de condiciones no debería modificar un ápice el diagnóstico. En ausencia de nuevos ejes como el GAL-TAN (aquel que contrapone el autoritarismo con el liberalismo, y que en muchos países determina la política), la competición ideológica es la que reina.

Este debate y su periódico resurgimiento apuntan a un anhelo y necesidad, pero más allá de estas cuestiones, como apunta el doctor en Ciencias Políticas Alberto López, es también una cuestión de tema y de consensos. Apelar al sentido común no solo busca moderar la percepción que tengan otros de ti, también persigue la propiedad y la competencia sobre determinados temas. Hablar de trabajo o de sanidad pública y, sobre todo, gestionarlos amplía tu posición y reviste tu imagen de competencia y credibilidad.

Podemos nunca fue transversal en lo ideológico, cierto, pero sí fue transversalmente propietario y competente con temas que en aquellos tiempos marcaban la agenda política: transparencia, regeneración, salida progresista a la crisis, momento populista, plurinacionalidad... No fueron enormemente competitivos por una mera cuestión de apariencia. Lo fueron porque manejaban temáticas movilizadoras que conectaban con un sentir común poderoso. Hoy, el relato épico (la crisis del régimen del 78, ¿recuerdan?) ha dejado paso a la gestión del día a día.

Buscar la transversalidad no es conseguir votantes del otro lado de la trinchera ideológica te voten. Esto nunca fue ni será. Tampoco puede ser perseguir la superación de ideologías pasadas. Apelar a la transversalidad, al sentido común, es maximizar tus potencialidades o, como mínimo, minimizar las debilidades que otros te han adjudicado. Y como el debate sobre la nostalgia, este debe servir para proyectar nuevo futuro y estrategias, nunca para repetir o vivir de rentas del pasado.

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Daniel Vicente Guisado (@DanielYya).

Discursista en el Congreso con los Comunes

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