Es sabido que en la izquierda tenemos la insatisfacción como método, así que cuando en 2019 se abrió la posibilidad de que Unidas Podemos entrara en el gobierno de España, también se abrió el legítimo debate de si era o no una buena idea. En ese entonces, alguien me preguntó si valía la pena que Unidas Podemos entrase a gobernar y pensé y contesté (como pienso y contesto ahora) que, si se lograba derogar la reforma laboral, ya habría valido la pena.
Y me explico: si bien es cierto que la contradicción capital/trabajo, siendo estructural, no es ni la única ni muchas veces la más importante bajo el sistema económico que nos rige (la contradicción capital/vida que el feminismo y la ecología denuncian es tan o más acuciante), también lo es que los cambios en las leyes laborales que limitan el poder de explotación tienen un carácter masivo, performativo e inmediato sobre la vida de millones de personas.
Por eso la reforma laboral de Yolanda Diaz es tan importante, porque más allá del alcance de la misma, supone un salto cualitativo, o más bien, un cambio de sentido. A mí me gustaría que fuera más lejos, sin duda, pero valoro mucho el paso dado porque rompe el camino trazado, hace agenda y abre la senda contra los vientos neoliberales que arrasaron nuestros derechos tras la crisis financiera de 2008 en los tres elementos que cimentaron el trabajo barato en España: la temporalidad, la subcontratación y la devaluación de los convenios.
No es la panacea ni acabará con la precariedad en España, para eso hay que cambiar el modelo productivo y dejar de tener el despido tan barato, pero a pesar de ello defiendo esta reforma y les explico por qué:
Porque al embridar la temporalidad y ese pozo de corrupción que es la subcontratación, puede ayudar a mejorar las condiciones materiales de vida de parte de esos 10 millones de personas que en nuestro país tienen un trabajo precario y que son, en su mayoría, mujeres, inmigrantes y jóvenes.
Porque disloca la narrativa dominante que ha hecho de la desregulación del mercado de trabajo y la precariedad los ejes vertebradores de un país que compite con trabajo barato. Contribuye a romper la hegemonía ideológica que ha imperado en la Europa de la austeridad y se suma, como ya hizo la Ley Rider, a una corriente europea que está trayendo de vuelta el papel del trabajo en el capitalismo post covid y que no es ajena al triunfo de la socialdemocracia en varios países europeos, tras más de una década de hegemonía conservadora.
Porque al recuperar la prevalencia del convenio de sector frente al de empresa abre la puerta a la subida de salarios y refuerza a los sindicatos y déjenme que me detenga en este punto.
La lucha contra la extrema derecha no es cultural.
O no solo, ni primordialmente. Ríos de tinta y malas intenciones se han vertido en torno a la relación entre la clase trabajadora y la extrema derecha, muchas veces casi echando de menos que los y las trabajadoras no les votemos en masa, así que déjenme que lo repita alto y claro: la extrema derecha no es ni ha sido nunca un proyecto de la clase trabajadora.
Hay, por supuesto y dependiendo de los casos, trabajadores que votan extrema derecha, pero no somos su base electoral. De hecho, en los estudios comparativos que hemos realizado sobre la composición de clase de los votantes de extrema derecha en varios países, incluido EEUU, hemos encontrado dos tendencias que se repiten independientemente del país: dentro de la clase trabajadora, a más nivel educativo, menos apoyo a la extrema derecha y, lo que es más importante, descubrimos que, desde Europa hasta EEUU, a mayor nivel de sindicación, menos voto a la extrema derecha (dentro de la clase trabajadora). Es decir, reforzar a los sindicatos como herramienta de defensa, nos aleja de la barbarie.
Y esto se produce porque la ideología de la clase dominante no es un ente abstracto, ni la extrema derecha un fenómeno cultural. Existen para garantizar la explotación, por eso discriminan y por eso la manera de combatirlas es mejorando las condiciones materiales de vida y la garantía de derechos.
Recojo la idea de David Becerra, quien acaba de publicar su excelente Después del acontecimiento, el retorno de lo político en la literatura española tras el 15M en el que, más allá de la crítica literaria, hace una descripción muy pertinente de la función de la ideología que me parece venir al pelo en torno al debate que estoy planteando sobre la reforma laboral y la extrema derecha. Escribe Becerra (siguiendo a Marx) que "la lucha ideológica no pasa por la descodificación de la realidad, por descubrir la realidad que se encuentra escondida detrás de las ideas falsas, sino por la transformación de las relaciones materiales que son las que, en última instancia, producen ideología".
Lo repito para quien me acuse de benevolencia: esta reforma no es la panacea ni la que a mí me gustaría, pero es un paso y no menor, para cambiar y mejorar el trabajo en España, algo absolutamente impensable sin Unidas Podemos en el gobierno y sin Yolanda Diaz en el Ministerio del ramo. Para guinda del pastel, esta reforma le amarga la vida a la extrema derecha que existe para defender una versión muy agresiva de la explotación y la discriminación humanas, y por eso la defiendo.
Por eso y porque quizá se me grabaron las palabras que Gabriel Boric pronunció la noche mágica en que ganó las elecciones en Chile. Boric desgranó su precioso programa, pero advirtió: "Vamos a ir avanzando con pasos cortos, pero firmes, aprendiendo de nuestra historia [...] No será fácil, no será rápido". Y se despidió con un invitador "seguimos" que espero que copiemos porque los pasos (y esta reforma los es) cobran sentido cuando abren camino.
Ahora, a mejorar salarios.
Comentarios
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