Otras miradas

Iremos más allá del mar: homenaje a Los Chikos del Maíz en su XV aniversario

Manuel Romero

Coordinador del Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social

Iremos más allá del mar: homenaje a Los Chikos del Maíz en su XV aniversario
Un momento del concierto de "Los chikos del maíz" este sábado en el Wizink Center de Madrid.- Kiko Huesca/EFE

Tendría unos quince años, dieciséis a lo sumo, la primera vez que escuché una canción de Los Chikos del Maíz (LCDM). Fue un flechazo. Tenían todo lo que podía pedir un varón adolescente de izquierdas: ritmos duros, agresividad en sus letras contra la derecha política, la burguesía y el fascismo y un compromiso que nos interpelaba. Pasé toda mi infancia escuchando rap, sobre todo en español, ya que no había otra música que me llenara igual. Lo descubrí muy joven y por accidente y, sin embargo, la relación con otros grupos nunca había sido tan intensa como con Richie la Nuit y Toni el Sucio —quizá, lo más parecido, con La Alta Escuela o Jesuly, que ayudaron a despertar una conciencia de clase temprana con canciones como Pijos Pajos. Desde entonces, cada vez que LCDM sacaban un disco nuevo me reservaba toda la tarde para tumbarme en la cama y escuchar las canciones en bucle. Apuntaba todas las referencias y las buscaba más tarde. Es cierto que no entendía una gran mayoría de las alusiones, así que acudía al buscador de Google para averiguar alguna cosa: quién era Ariel Sharón o Yasir Arafat o qué era el neorrealismo italiano y quién Roberto Rossellini, por ejemplo. Hay quienes los han acusado de elitistas, de querer hacer gala de sus conocimientos mientras que el resto no entendía de lo que hablaban, pero nada más lejos. Decía Fisher que nos han hecho creer que tratar a la gente como si fuera inteligente es "elitista", mientras que tratarlos como si fueran estúpidos es "democrático", y hay que reconocer que LCDM jamás subestimó a su público ni nos trataron como imbéciles.

El pasado fin de semana, dos años después de lo previsto por los contratiempos pandémicos, pudieron celebrar por fin el concierto por el XV aniversario del grupo, desde la publicación de su primer álbum en el año 2005: Miedo y asco en Valencia. Fue una fiesta por todo lo alto, acudieron invitados con los que también crecimos, como Kase O, Habeas Corpus, Charly Efe o Laura, y aún así hubo terribles bajas de última hora, como la de Zatu y la de Ana Tijoux. Miles de personas se agolparon desde temprano en las inmediaciones del WiZink Center, incursionando en territorio comanche, en el barrio donde, como dijo el Nega en un tuit esa misma tarde, no bombardeó la aviación fascista durante la Guerra Civil.

El concierto discurrió entre letras conocidísimas y algunos destellos de genialidad y picardía que provocaron la risa y el griterío orgulloso de muchos de los que estábamos allí presente. Aún nos estábamos ubicando en la pista cuando de repente se apagaron las luces. Entre el murmullo de la gente que trataba de no perderse de su grupo de colegas comenzó a sonar el himno de la Unión Soviética y, encima del escenario, unas luces rojas dibujaban sobre un fondo negro el busto de líderes revolucionarios como Lenin, Stalin, Ángela Davis o  nuestra queridísima Dolores Íbarruri, y de pensadores como Pasolini, Judith Butler o Foucault. Varios fueron los motivos para pensar que si entre el público hubiera estado alguno de esos periodistas musicales que ahora van de enfants terribles de la izquierda que se hubieran animado a escribir una columna sobre el evento, la habrían titulado de la siguiente forma: Los Chikos del Maíz víctimas de la censura de lo políticamente correcto. Nega y Toni pidieron disculpas en varias ocasiones porque en las letras de antaño se podían encontrar trazas de unos tipos machirulos. Y es cierto, es así. Pero el problema no está en rectificar y sentirse avergonzado, sino en interpretar el perdón como un síntoma de debilidad y no de un aprendizaje. Recuerdo de manera algo confusa una anécdota que oí una vez en clase que, a pesar de no tener garantías de que sea cierta, puede ser muy ilustrativa al respecto. Como reacción a una respuesta inesperada de Foucault durante una entrevista, el tipo que le hacía las preguntas lo miró muy serio y sorprendido y le dijo: pero... esto no es lo mismo que usted decía hace un tiempo; a lo que el filósofo lo observó y espetó con sobriedad: no esperará usted que pase mi vida estudiando para decir siempre lo mismo, ¿verdad?

También hubo momentos emotivos, como es lógico y normal en un concierto que invita a la melancolía, a rememorar tiempos pretéritos de movilizaciones masivas en los que teníamos los vientos de cola y el miedo estaba cambiando de bando. Algo que esperaba es que, para mí, el instante más duro, como persona que ha padecido y padece, aunque con menor intensidad que antes, un trastorno de ansiedad y de la conducta alimentaria y un malestar permanente con su imagen corporal, fue ver a Toni abrirse en canal y mostrarnos las entrañas rapeando "Volver". Hace no tanto que yo también estaba irascible e insoportable, intentando hacer la existencia un poco más soportable a base de ansiolíticos, sacando fuerzas de flaqueza y peleando por volver a ser el que era. Curiosamente, una de las cosas que más me ayudó a seguir adelante fue escuchar en bucle "No es tiempo de llorar", de Habeas Corpus. Me pregunté, y aún me lo pregunto, de dónde salían las energías para no rendirse de personajes como Gramsci, un tipo que luchó hasta el final completamente aquejado de dolores, que padecía más enfermedades de las que podría contar con los dedos de las manos. Más allá de los síntomas y de los recursos de cada uno para otear algún vestigio de futuro, es de agradecer profundamente la sinceridad y la crudeza de una canción como "Volver" por poner voz a un sufrimiento que, como ya he repetido en varias ocasiones[1], no es individual y que solo poniéndolo en común seremos capaces de encontrar una solución a la privatización más absoluta de la enfermedad que nos hace culpables a la vez que oculta las estructuras de poder que la provocan.

Entre palabras que invitaban a encontrar algún hálito de esperanza al que aferrarse para escapar de nuestro presente distópico fue también como terminó el concierto. El telón se bajó con una multitud de banderas, con mucha diversidad y sin trampas de ningún tipo, mientras el público coreaba el estribillo de un clásico como Trabajadores. Pero esos trabajadores y trabajadoras ya no forman parte de una clase obrera anacrónica como la que algunos reaccionarios se imaginan. La clase, el barrio o el pueblo no es una entidad homogénea, éticamente buena y estéticamente bella, sino que es múltiple, diversa, fragmentaria y contradictoria: es el currante que llega a casa borracho y le pega a su mujer, pero también los abuelos acudiendo a las asambleas de asociaciones contra las casas de apuestas o la solidaridad entre vecinas parando un desahucio. Y esto bien lo sabe LCDM y así lo reflejan en canciones como Barrionalistas. Quizá el sujeto que añoran algunos se parezca hoy más a Leslie Feinberg y Paco Vidarte que a las fantasías obreristas bajo la que esconden una pátina de misoginia y homofobia.

Para finalizar, únicamente quería decir que esta no es más que la forma que tengo de agradecer los buenos ratos, los aprendizajes y la capacidad de insuflar ánimos para seguir peleando por cambiarlo todo. Además, es también una lección para aquellos que menosprecian la importancia de la cultura en los procesos de subjetivación revolucionaria: nunca subestiméis la capacidad y la potencia de la música para encender el alma y activar los cuerpos. A pesar de las infinitas adversidades iremos más allá del mar, siempre adelante.

[1] https://ctxt.es/es/20210301/Firmas/35383/ansiedad-depresion-jovenes-mark-fisher.htm

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