Otras miradas

El Partido Popular en crisis lingüística

Guillermo Zapata

Guionista y escritor

El Partido Popular en crisis lingüística
l líder del Partido Popular, Pablo Casado (c), abandona el hemiciclo tras una breve intervención en la sesión de control al Gobierno, este miércoles, en el Congreso de los Diputados. EFE/Chema Moya

Un lenguaje no es sólo una invención. No cualquiera puede hablar cualquier lenguaje ni cualquier lenguaje aparece en cualquier circunstancia. Uno de los ejemplos más acabado en la literatura de ciencia ficción moderna de afrontar el problema de crear un lenguaje lo llevó a cabo China Mieville para su novela Embassytown. En Embassytown, Mieville intenta crear un lenguaje alienígena. Es decir, un lenguaje verdaderemente separado de la experiencia del ser humano, nacido de otras circunstancias a todos los niveles. El problema del PP hoy es un problema lingüístico.

Pablo Casado llegó al Partido Popular en un congreso extraordinario provocado por una moción de censura que sacó a Mariano Rajoy del gobierno. Ese congreso fue, como hoy, una crisis de lenguaje. La caída de Casado tiene que ver con la dificultad para hablar el lenguaje que estaba llamando a hablar y que nunca le terminó de salir con la fluidez y el aplomo necesario.

La moción de censura existió gracias a un carburante llamado "sentencia de la trama Gurtel". La sentencia de la trama Gurtel acotaba un hecho. El hecho era que el Partido Popular y la corrupción no son cuerpos extraños que se cruzan por casualidad, sino más bien una matriz. Esa matriz común podemos llamarla neoliberalismo, que no es más que usar instituciones para favorecer la acumulación privada y crear (o favorecer) instituciones que nos recuerden cada día que no necesitamos instituciones.  La moción de censura era el acelerador, pero no era el lenguaje.

El lenguaje era, entonces, una creación a medias entre un Ciudadanos con cada vez más expectativa de voto (hablamos de julio de 2018), algunos medios de comunicación del Madrid de Corte (no confundir con el Madrid de Villa) y algunas voces intelectuales. Era un lenguaje más acelerado, más épico, más aparentemente valiente, aún no era un lenguaje sentimentalizado hacia la victimización, pero pronto lo sería. Es el lenguaje que habla perfectamente Isabel Díaz Ayuso y el lenguaje que da sentido a los buenos resultados electorales de Vox.

No era el único lenguaje posible. Mariano Rajoy, además de sus particulares retruecanos, hablaba otro lenguaje. Era un lenguaje más pesado, más lento, que hacía menos cosas, menos conectado con los humores de las personas comunes, el lenguaje de un estado que produce austeridad y recortes.

Ese lenguaje nuevo que debía hablar Casado y que ha ido transitando diferentes cuerpos y partidos, es un lenguaje basado fundamentalmente en cuatro elementos. Es un lenguaje que niega el derecho de existencia y la legitimidad del otro (sea el otro un inmigrante o un gobierno progresista) Es un lenguaje que presenta como agresión hacia uno mismo lo que uno mismo le está haciendo al resto (Sea recortes, discursos de odio o unos contratos con la intemediación esencial de un hermano). Es un lenguaje que prioriza todo a la victoria y, que por tanto, considera que ganar elecciones es más importante que ser honesto y por todo ello es un lenguaje en el que los hechos están por debajo de la movilización sentimental del objetivo. Mieville explica bien en Embassytown cómo el aprendizaje de un lenguaje nuevo o la frotación de uno nuevo con uno anterior produce cambios irreversibles. La escritora María Sánchez ha dedicado buena parte de su vida literaria a hablar de "palabras semilla", de conocimientos sepultados por nuevos lenguajes que van dejando atrás formas de vida anteriores. Uno puede pensar que ese nuevo lenguaje no es el despliegue de un programa político, ni es una posición en el mundo, sino que es una metodología, una táctica, pero no es cierto. El lenguaje es el mundo y si uno dice muchas veces "mena" ya no ve chavales sin el cobijo de sus padres. Y si dice muchas veces "las mascarillas nos salieron más baratas" ya no ve hermanos, ve cuentas.

Ese lenguaje ha sido combatido y descrito con dureza y precisión en el Congreso de los Diputados durante la última legislatura. En una ocasión especialmente brillante por el propio Pablo Casado, explicando por qué iba a votar NO a la moción de censura que presentó Vox el 22 de octubre de 2020. Quizás el momento de su carrera política en el que más cerca estuvo de habitar un lugar que habría hecho que hoy, quizás, siguiera vivo.

Un lenguaje no es sólo una forma de modular las palabras y construir sentidos. En informática, lenguaje es una forma de darle instrucciones a las cosas, hacer que funcionen de una forma u otras. Lenguaje es regar de dinero a los medios de comunicación por criterios ideológicos o hacerlo de manera transparente con criterios objetivos.

Por eso Casado perdió su batalla con Isabel Díaz Ayuso porque no tenía cuerpo, autoridad y fuerza para hablar el lenguaje de su adversaria, aquel que debía haber sido el suyo. No tenía tampoco un emisor tan potente, ni tanta velocidad de reacción, pero también es una salida no prevista (como lo fue aquella moción de censura) que obliga a un nuevo liderazgo popular sometido a la tensión del lenguaje.

Alberto Nuñez Feijóo es recibido como un estabilizador que puede calmar las aguas, pero que basa toda su legitimidad en un lenguaje distinto nacido en un territorio político distinto. Quién sabe si se trata de un lenguaje que nace viejo. ¿Está en condiciones de cambiar el lenguaje del PP hoy por hoy? Es difícil saberlo, la sensación que da es que Feijóo llega a un cuerpo ya programado. Ese cuerpo no es el sólo PP, sino al espacio más amplio de lo que serían las distintas declinaciones de la derecha española.

Hubo un tiempo en el que el PP podía hablar varios lenguajes a la vez, pero era un tiempo donde los consensos se fijaban en la televisión y se podía reducir todas esas declinaciones políglotas a una síntesis más o menos aparente. Tiempos bipartidistas, consensuales, donde el centro político era la medida de todas las cosas. Otro lenguaje con otros soportes.  Hoy por hoy la situación recuerda más a esa canción de Amaral que dice: "¿Cómo hablar si cada parte de mi mente es tuya?" y que se escenifica en el cuerpo de esos miles de manifestantes que salieron a defender a Díaz Ayuso antes Génova. Es decir, a defender un lenguaje. Teodoro García Egea, en su última entrevista televisada, dijo que en esa manifestación no había "ni un carnet del Partido Popular". Cabe preguntarse si entonces eran alienígenas.

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