El avión que nos trajo al desierto tenía un ambiente extrañamente festivo. El alboroto de decenas de jóvenes que han hecho de este exilio sus raíces, que vuelven a esta lucha que forma parte de la identidad dislocada de una generación que no ha conocido su país más que por los recuerdos de sus padres y abuelos, los que viven en los campos de Tindouf en el sur de Argelia desde hace décadas, refugiados de la ignominia, la violencia y el horror.
No hay caminos en el desierto. El desierto es a la vez una cárcel y una promesa donde el tiempo pasa esperando justicia mientras los jóvenes vuelven a celebrar cada aniversario. Cuarenta y nueve años ya de la creación del Frente Polisario, apenas un par de años antes de que un príncipe español intercambiara a un pueblo entero a cambio de despejar su camino al trono como sucesor de un dictador.
El resto es la historia de un olvido: nadie respondió por la colonia expoliada, nadie se preocupó por sus habitantes, supuestamente compatriotas de una Corona absolutamente irresponsable en todos los sentidos. A nadie le importó que la descolonización mandatada por Naciones Unidas se convirtiera en un yugo ante el que elegir la aniquilación o el exilio.
A nadie le importó... ni a España, ni a Francia, ni a los Estados Unidos, ni a las democracias europeas, ni a Naciones Unidas... El Frente Polisario -reconocido como legitimo representante de su pueblo- era solo un murmullo en el desierto frente a los intereses estratégicos, los fertilizantes y las cuotas de pesca.
No, las grandes palabras de occidente no llegan al desierto... Mientras Europa derruía el muro de Berlín, en el desierto se construían miles de kilómetros de muros, sembrando después la arena del desierto con centenares de miles de minas antipersona, como semillas del horror.
Libertad, soberanía, independencia frente a la invasión... La hipocresía del poder no sorprende tampoco en el desierto. Lo que sorprende es el silencio...
El desierto es una cárcel y una promesa. Contra el olvido y la extinción no hay más camino que la lucha. En los campamentos de Tindouf los equilibrios globales resuenan como lejanos fuegos de artificio en medio de una tormenta de arena. Existir aquí es clamar en el desierto.
Desde que acepte la invitación del Frente Polisario para visitar los campamentos de Tinduf me han preguntado varias veces por mi opinión, mi posición, mi valoración y mis evaluaciones sobre las carambolas energéticas en el mercado geopolítico.
Es como si en medio del desierto, donde ninguna voz sale, alguien tuviera derecho a caer del cielo para decir lo que deben hacer a los que llevan décadas resistiendo sin que nadie les haga ni puñetero caso, para informarles sobre lo que pensamos de ellos, lo que es relevante y lo que nos importa.
No se me ocurre mayor majadería por no decir desvergüenza. He venido a Tindouf por una razón fundamental, tan importante que resulta crítica para un pueblo que lleva décadas expulsado de sus casas.
He venido al desierto a escuchar. A aprender de los que nadie escucha, a oír la voz de las víctimas, a compartir la injusticia, el miedo, las desapariciones, las torturas, la fuerza, la dignidad y la alegría de seguir juntos. Para escuchar y tratar de comprender, para escuchar y conversar, para saber de dónde viene esa fuerza que te anuda a un derecho, a un lugar ocupado que hace décadas no ves y que no sabes si volverás a ver, pero cuyos nombres coronan el de los campamentos.
He venido para que me lo cuenten despacio, como se cuentan las cosas que la palabra cura... He venido para aprender a recordarlo, y atesorar ese recuerdo como impulso y como guía... Y para poder luego contarlo yo también.
Para contar a quienes mañana o pasado, o dentro de muchos años, quieran seguir hablando de compromiso, de generosidad, de dignidad, de resistencia y de justicia, aquí y allá donde vaya, en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo, decirles que, en mitad del desierto, acosados por los drones, los muros, el terror y el silencio del mundo, hay otro pueblo que no se rinde, que la dignidad resiste en medio de la indiferencia, que hay esperanza para todos mientras ellos conserven la suya.
Para contarlo... Por si acaso alguien se presta a escuchar a ese pueblo también, y también comprender. Y también recordarlo.
Comentarios
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