Otras miradas

El cambio que ya respira Colombia

Jon Rodríguez Forrest

Responsable de Internacional de Izquierda Unida

Una pared pintada con los bustos de Gustavo Petro y Francia Márquez, fotografiada un día antes de las elecciones de Colombia en Cali.- Luisa Gonzalez / Reuters
Una pared pintada con los bustos de Gustavo Petro y Francia Márquez, fotografiada un día antes de las elecciones de Colombia en Cali.- Luisa Gonzalez / Reuters

Cuando loa de la delegación del Grupo de La Izquierda en el Parlamento Europeo llegamos al aeropuerto de Bogotá, en medio de la noche, empezamos a recibir noticias. Tras el parón de conexión, sin Internet, los mensajes que se agrupaban en nuestros móviles nos contaban que algunos de nuestros compañeros de delegación habían sido retenidos por la Policía a su llegada. Tras una hora de preguntas, nuestros compañeros pudieron entrar en el país. Finalmente, nada grave. Allí, los propios agentes reconocieron su nerviosismo en estas jornadas previas a las elecciones presidenciales del 29 de mayo. Nuestra delegación no es la única, hay casos similares de otros acompañantes internacionales e incluso algunas deportaciones. Las fuerzas de seguridad colombianas, aunque no tienen derecho a voto, están dispuestas a jugar un papel muy activo en este proceso electoral.

Desde que hace unas semanas el General Zapateiro insinuara en sus redes sociales la posibilidad de un golpe de Estado contra el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro,  la campaña se vive de otra forma, la idea de un golpe de Estado parece sobrevolar el ambiente. Y no es la única amenaza que han recibido Petro y la candidata a la vicepresidencia Francia Márquez, que han tenido que celebrar actos rodeados de escudos antibalas, que tampoco han podido hacer campaña en las regiones de Quindío y Risaralda tras el descubrimiento de un complot para asesinarlo por parte de La Cordillera, una banda armada dirigida por un conocido paramilitar. Sin embargo, pese a todas estas amenazas que buscan perpetuar el actual régimen político colombiano construido sobre la violencia, la candidatura del Pacto no ha parado de crecer en las encuestas y se impone la izquierda del cambio.

El enorme respaldo que han recibido Petro y Márquez tiene mucho que ver con un cambio radical en el debate público en Colombia que la derecha uribista, antaño hegemónica, no ha sido capaz de entender. Tras décadas en las que el debate giraba únicamente en torno a la seguridad, hoy siguen intentando agitar el fantasma de la insurgencia para evitar hablar de lo que verdaderamente importa a la mayoría. Colombia es el segundo país con mayor desigualdad de América Latina y el estallido social de 2021 dejó claro que la población tiene importantes necesidades materiales, que quieren y necesitan hablar del acceso a derechos sociales y servicios públicos. Como se ha venido señalando, el 10% del gasto público que Colombia destina al sector de defensa no sirve para que la gente pueda comer tres veces al día.

Uno de los grandes éxitos de la campaña del Pacto Histórico ha sido precisamente su construcción como sujeto político que engarza directamente con las reivindicaciones populares que se visibilizan tras el estallido social. Las organizaciones políticas históricas de la izquierda fueron capaces de entender el mensaje que lanzaba la sociedad a través de este movimiento de protesta y el Pacto Histórico, a la vez que recogía la experiencia y los referentes de las organizaciones de izquierda preexistentes, ha sido capaz de conectar con esas protestas al lanzar un mensaje de esperanza con propuestas concretas para mejorar la vida de la gente, como transitar hacia un modelo de sanidad público, subir los impuestos a las rentas más altas para garantizar la accesibilidad de la educación superior o asegurar una renta básica al conjunto de la población. Ha trascendido la unidad de los partidos de izquierda para construir una verdadera unidad popular.

Son muchas las lecciones que desde la izquierda europea podemos aprender de esta campaña electoral. Desde luego, la construcción desde abajo y el diálogo constante entre movimientos y organizaciones es una de las principales y se refleja en la propia candidatura. El Pacto Histórico no ha renunciado a tener un programa y unos mensajes muy claros sobre el avance en derechos de las mujeres, de las personas LGTBI o de las personas racializadas en un país tan conservador como Colombia. Han entendido que estas no se contraponen a las propuestas relacionadas con la mejora de las condiciones materiales de vida, si no que, al contrario, son parte de ella. El protagonismo de los colectivos que históricamente han estado en los márgenes durante el estallido social son lo que explican que hoy sea candidata a la vicepresidencia una mujer como Francia Márquez, con una larga trayectoria de activismo ecofeminista y afro, procedente de una comunidad afro rural que se ha levantado contra las políticas depredadoras de las grandes multinacionales.

En Colombia, históricamente, existe una elevada tasa de abstencionismo en las comunidades periféricas, siempre ignoradas por un Estado que sólo se acercaba a ellas para robar sus recursos. Esta campaña ha sido todo un ejercicio de empoderamiento y visibilidad de esta parte de Colombia que estaba en los márgenes y que, pese a ser la mayoría, siempre había sido apartada. Pase lo que pase este domingo, esta campaña ya ha marcado un antes y un después poniendo su realidad, sus necesidades, en el centro del debate.

 

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