Otras miradas

El Rey de todos y de ninguno

Ramón Soriano

Catedrático emérito de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

El Rey de todos y de ninguno
El Rey Felipe VI saluda varias mujeres a su llegada a la Plaza Mayor de Ciudad Real.- Eusebio García del Castillo / Europa Press

Ha causado estupor en los partidos políticos presentes en la actual campaña electoral andaluza y en gran parte de los medios de comunicación y de la sociedad andaluza el cartel propagandístico del PP, en el que se ve al candidato y presidente en funciones de la Junta de Andalucía, Moreno Bonilla, departiendo con el rey Felipe VI. El PP es reincidente. En las elecciones de 10N de 2019 utilizó la misma estrategia ilegal metiendo al Rey en un cartel saludando mientras se hablaba en el vídeo de lo que une a los españoles. Sobre este hecho formulo, como acostumbro, primero la crítica y después la propuesta alternativa.

Hay quienes afirman que es mejor dejar las cosas de la Corona tal como están. Que bastan las reglas convencionales y tácitas. Mi opinión es diametralmente contraria, pues creo muy necesario e inevitable un Estatuto de la Corona; no una simple ley de la Corona, sino un Estatuto, ya que son muchas las materias que éste debe regular. Pienso que los tiempos corren contra la Corona, si el Estatuto de retrasa indefinidamente. En este medio he planteado lo que debería contener esta norma general de la Corona, tanto en medidas relacionadas con la Constitución como con la legislación.

También se señala con gran frecuencia que la gran ventaja de la Jefatura monárquica del Estado en comparación con la Jefatura republicana del Estado es la neutralidad del Rey, porque no forma parte de ningún partido político. No tiene por qué ser así. El argumento pro monarquía dejaría de tener validez, si el presidente de la república no fuera persona de partido y así se consignara en la Constitución: una honorable persona sin partido que concita el respaldo de una mayoría parlamentaria muy cualificada. En cualquier caso esta posibilidad de un Jefe del Estado neutral apartidista es la más importante baza que proclaman los partidarios de la monarquía como forma de Estado.

La neutralidad del Rey es una senda, que hay que recorrer en el doble sentido, que va desde el Rey a los partidos políticos y de estos al Rey. Veamos ambos recorridos.

1.- La neutralidad de la Corona como conducta ejemplar ante los partidos políticos y la sociedad española.

La Constitución española es parca en la expresión de las características funcionales del Rey. Faltan dos importantes características en el art. 56. El punto 1 de este artículo indica las señas de identidad de la Corona y entre ellas el Rey como símbolo de la unidad y permanencia, como árbitro y moderador, como representante del Estado. Falta la alusión a la neutralidad del Rey. Este punto 1 debería terminar con estas o similares palabras: "El Rey es políticamente neutral". La otra importante ausencia es la de la acotación de la inviolabilidad real a las funciones constitucionales del Rey y no a toda clase de actos del mismo, públicos y privados. También aquí faltan las palabras que habrían impedido la impunidad del Rey emérito y que haya sido exonerado de responsabilidad por la Fiscalía, porque los delitos han prescrito o atañen a la época de ejercicio por el Rey emérito de la Jefatura del Estado (no porque no hubiera delitos). Las palabras ausentes y esenciales son "en el ejercicio de sus funciones constitucionales" colocadas tras "La persona del Rey es inviolable" en el punto 3 del art. 56.

Ahora bien, de poco sirve la neutralidad formal de la Corona, si no va acompañada de la práctica de la misma en los actos del Rey.

Del Rey emérito Juan Carlos I mejor no hablar, porque numerosos testimonios demuestran su falta de neutralidad con un desmedido afán intervencionista, que deja pequeña su sonora intervención en el referéndum de la OTAN. Con razón la gran encuesta (tres mil entrevistas) de la Plataforma de Medios Independientes sobre los miembros de la Casa Real, llevada a cabo en  septiembre-octubre de 2020, dio como resultado un suspenso en neutralidad (3,3) otorgado a Juan Carlos I.

Pero tampoco Felipe VI está libre de culpa. En su debe tiene dos intervenciones de enorme repercusión. La primera en los partidos políticos y la sociedad catalana. La segunda en miles de votantes de cinco partidos políticos. En el discurso de 3 de octubre de 2017 Felipe VI habló de la "deslealtad inadmisible" y criticó a las autoridades catalanas, sin aludir a la necesidad de diálogo para suprimir la tensión, posibilitar la solución del conflicto y alcanzar la convivencia. No solo la sociedad española vio la falta de equilibrio neutral del discurso del Rey, sino la sociedad planetaria, que observó vía internet las numerosas cargas incontenidas de la policía española contra pacíficos ancianos/as, que únicamente pretendían votar.

En abril de 2022 Felipe VI comunicó públicamente su patrimonio valorado en 2,57 millones de euros. Pero no fue comunicado a todos los partidos políticos. No fueron informados cinco partidos: ERC, Junts, Bildu, CUP y BNG. Tampoco fue informado directamente Podemos, sino como partido participante en el Gobierno. Le preguntaría a Felipe VI si sabe cuántos millones de personas representan estos partidos que él ha ninguneado, incumpliendo la neutralidad política debida de la Corona. ¿Cómo va a ser Felipe VI el Rey de todos si deja fuera de la comunicación a un alto números de partidos políticos?

A estas intervenciones políticas se suma la conversación telefónica, públicamente conocida, del Rey con el presidente del Consejo General del Poder Judicial.

Si atendemos a las escasísimas encuestas de población producidas, ya que vergonzantemente el CIS se niega a encuestar a la Corona desde 2015, los resultados no son positivos para Felipe VI. El barómetro de la Sexta recoge los datos de una encuesta de octubre de 2020: el 58,3% indica que el Rey es neutral con el Gobierno; el 37,8% indica que no lo es. En una encuesta de julio de 2021, referida por El País (agenda pública.elpais.com) Felipe VI suspende en una escala de 0 a 10 en el concepto confianza, excepto en Murcia, Extremadura, Asturias y Castilla y León

2.- El respeto a la neutralidad de la Corona por los partidos políticos.

He propuesto antes pequeños, pero extraordinariamente relevantes, añadidos en el art. 56 de la CE para fijar la neutralidad del Rey y su responsabilidad en actos privados no sujetos a inviolabilidad. Igualmente, ahora contemplando la conducta de los partidos políticos, habría que añadir en la ley orgánica 6/2002 de partidos políticos un texto para asegurar la neutralidad de los partidos políticos respecto a la Corona y evitar propagandas del estilo del cartel citado. El lugar adecuado de la inclusión del nuevo  texto, que propongo: "Los partidos políticos respetarán escrupulosamente la neutralidad de la Corona" sería al final del artículo 6 "Principios democrático y de legalidad" de la citada ley orgánica.

Otra medida para preservar la neutralidad de la Corona en las campañas electorales sería un cambio en las sanciones de la ley orgánica 5/1985 del régimen electoral general (LOREG) para quienes no respeten esta neutralidad. No basta la alusión del art. 46.5 a la prohibición de emplear en las campañas símbolos de la Corona, porque se refiere exclusivamente al escrito de presentación de candidaturas. Habría que catalogar expresamente el atentado a la neutralidad de la Corona como tipo penal específico conllevando una alta sanción punitiva acompañada de su inclusión en los medios de comunicación de todo tipo para general conocimiento. El lugar adecuado sería el nuevo artículo 144.3, de la Sección II. Delitos electorales (LOREG). Una medida para evitar que los partidos políticos metan al Rey en las contiendas políticas. Y junto a las altas sanciones la reforma legal para que las Juntas electorales sean realmente independientes y apliquen con rigor las sanciones. Y la única manera de conseguirlo es suprimir de la composición de estas Juntas a los numerosos vocales elegidos por los partidos políticos. No pueden ser estos vocales jueces y partes.

El Rey es de todos, porque a todos nos representa en las relaciones internacionales como Jefe del Estado. No es de ninguno que quiera ponerle del lado de sus ideologías e intereses. El Rey es de todos, pero también de ninguno.

 

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