Otras miradas

Otra mirada a Madrid: los barrios y el extrarradio

Marta Higueras Garrobo

Portavoz del Grupo Mixto-Recupera Madrid

Cada día es más necesario volver la mirada a las tensiones y conflictos que caracterizan el presente de nuestra ciudad desde las calles de barrio. El barrio que no aparece en el mapa turístico, que en ocasiones definimos como extrarradio. Aquel que no se destaca como polo artístico y cultural de la ciudad. Las calles de barrio que no presume de teatros, cafés de moda y lugares frecuentados por románticos, modernistas, instagramers y turistas. Las calles del barrio del que nadie habla.

No es imprescindible realizar un análisis detallado ni un trabajo de investigación para conocer ese barrio y su gente. Es suficiente con cerrar los ojos, echar la vista atrás y recordar esa suerte de historia natural a través de lugares y momentos comunes. Es la vida cotidiana observada desde la convivencia que todas y todos conocemos.

La vida de muchas y muchos adolescentes en la periferia madrileña está marcada por la segmentación espacial y vivencial que impone el urbanismo de la capital. La autovía de acceso a Madrid, los puentes, el acceso al metro y los descampados dejan de ser espacios de tránsito y planeamiento urbano para convertirse en verdaderos espacios sociales, en referencias vitales como lo son el hospital, el centro de mayores o el de salud. Lo que para algunas personas son dotaciones municipales, gestión y presupuesto, para otras son la realidad de los problemas estructurales de la sociedad moderna. Lejos quedan la estación del AVE, el aeropuerto, los grandes almacenes y los edificios representativos.

Ahí encontramos también a las hijas y los hijos de la calle, esos con quienes no gustamos de confrontar la problemática social para no vernos implicadas en la misma; también encontramos ahí los espacios comunales, la solidaridad obrera y las redes asociativas cuya importancia nunca se reconoce. Es en la puerta del patio del colegio o en el local de la parroquia, donde se reúnen el AMPA y la comunidad vecinal, donde tiene lugar un trabajo de suma que cambia realidades y que contribuye a crear futuro. Si escuchamos con atención nos quedaremos con una curiosa mezcla de sabor; una mezcla de sabor agrio y amargo que aflora al mismo tiempo que un mensaje esperanzador y positivo.

Explorar recorridos diferentes a los tradicionales, más cercanos, a pie de calle (de la calle de barrio) nos permite entender la necesidad de sacar de la inercia unas vidas trazadas desde el centro de la ciudad con una regla que dibuja siempre la misma línea. Porque hay que escuchar las historias personales y dejarse llevar por experiencias vitales para contribuir a romper barreras, a crear nuevos modelos para todos los barrios y en especial para los periféricos.

No podemos dejar de visibilizar y reconocer a las vecinas y vecinos que luchan de algún modo por la emancipación de sus barrios y cuya vitalidad pueda ofertar en sus propios términos referentes positivos para el resto de la ciudad. Sólo si le damos reconocimiento a ese otro Madrid podremos generar un incremento colectivo de autoestima como parte de la ciudad, combatir el desvalor y encontrar un posicionamiento social y urbano más igualitario.

Hablamos, hablo, de empoderamiento personal y colectivo mediante la creación de un concepto identitario sano y fuerte que permita a la calle de barrio ser protagonista de las vidas de sus vecinas y vecinos y de sus propios destinos.

Nadie tiene por qué resignarse a ser vulnerable al ambiente de violencia urbano, ni aceptar como algo sobrevenido el crecimiento de extensas barriadas de bloques regulares de viviendas sin haber sido dotadas de servicios imprescindibles para su integración en el resto de la ciudad, debido a la rapidez y a la especulación en la construcción. Nadie tiene por qué resignarse a hacer, de su cotidianeidad, la convivencia con problemas de escolarización y trabajo, con una falta de expectativas o con la marginación.

Estamos hablando de vidas anónimas y escenarios de extrarradio que sabemos que están ahí pero solo les hacemos caso cuando ocurre algún suceso escabroso, o cuando llegan los procesos electorales. Como si se trataran de la excepción por el hecho de recibir menos atención, cuando en realidad son la mayoría. Aunque frente a las localizaciones privilegiadas que gozan de una atención de la que no participan barrios periféricos, mantienen una presencia algo discreta en la agenda pública y a manudo simbólica.

Y sin embargo es en estos barrios donde encontramos la correlación más directa entre la infancia y sus abuelas y abuelos, donde ésta se desarrolla. Donde más impacto tienen las políticas... cuando se acuerdan de ellos. Los barrios donde la familia se recluye en el hogar en las tardes calurosas con las persianas bajadas para evitar el calor; bajo una manta en invierno para evitar el frío. De la panadería, la cola del súper, la parada en los columpios a la salida del colegio, la charla en la puerta del centro de salud, de la cancha y los parques, y también de las colas del hambre.

Es el otro Madrid, el que no sale en la tele, el que no tiene que ver con las peleas políticas ni con las inauguraciones que nada les dice a esas familias.

Este es el Madrid que debería importarnos y reclamar toda nuestra atención: el Madrid del barrio humilde que siempre es el barrio digno; de la solidaridad vecinal, de la virtud humana, el de la construcción de comunidad a partir de las deficiencias del sistema y del alejamiento, el de las chicas y chicos que atraviesan dificultades para enfrentar la escolaridad y su identidad, el de las limitaciones económicas, el de la crudeza de los mandatos de género, de etnia, de exclusión y de adscripción a ejes que tienen que ver con barreras invisibles... O no tan invisibles si sabemos mirar en la dirección adecuada.

Más Noticias