Otras miradas

La identidad inventada de Rosa Luxemburgo

Fernando Álvarez Barón

Fernando Álvarez Barón

Parece que la conciencia de uno mismo, el Yo, apareció en un momento evolutivo, en que la representación de la realidad que hace el cerebro se volvió tan compleja, que necesitó crear un ancla o un modelo de sí misma desde el que realizar suposiciones y simulaciones (Richard Dawkins). La conciencia individual es el testigo que recopila lo que hacemos, lo que nos gusta y quienes nos gustan.

Igual que otros animales sociales como las hormigas o las termitas, los seres humanos  dependen para su supervivencia de la organización social. Los súper-organismos requieren para su funcionamiento que los componentes tengan una identidad y actúen de acuerdo a ella, lo que permite el reparto de las tareas y de los beneficios de la existencia en común. Entre los insectos sociales las identidades de reina, obrera o soldado son las esenciales. Entre los humanos, el sexo, la edad, la raza y la religión determinan lo que la organización espera de cada uno de los individuos.

La aparición de la conciencia ha traído efectos secundarios, tal vez exclusivos de la organización social de los seres humanos. A diferencia de las hormigas y de las termitas, la conciencia individual de cada ser humano, que se oculta bajo la máscara de nuestra identidad social, es, y ha sido, una fuente permanente de tensiones, angustias y amarguras para muchos individuos y, sin embargo, un catalizador de la evolución y progreso de la humanidad.

La Europa que siguió al Congreso de Viena en 1815, con la caída del antiguo régimen y la industrialización y modernización generalizadas, supuso un periodo de tensiones identitarias sin parangón para los europeos de religión judía. A lo largo de décadas de extenuante lucha, los judíos europeos alcanzaron la igualdad de derechos en las sociedades de acogida. Las sucesivas victorias políticas estuvieron acompañadas de renovados ataques a la identidad judía como el movimiento Hep Hep en Alemania en 1819, el secuestro del niño italiano Edgardo Mortara en 1858, o los pogromos en Rusia desatados a partir de 1881, que provocaron oleadas de conversiones al cristianismo y oleadas de emigración a América.

La participación de los judíos en los movimientos modernizadores europeos como la masonería, las organizaciones sindicales, los partidos liberales, los socialistas o los comunistas fue masiva y entusiasta. Estas organizaciones fueron los instrumentos privilegiados para la integración social de los judíos en los modernos estados nacionales europeos. Por esta vía, los judíos europeos se convirtieron, recién adquirida la igualdad, en los agentes modernizadores  de sus sociedades de acogida.

Un grupo de brillantísimos líderes políticos, nietos e hijos de los guetos judíos de Europa Central, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Leo Jogiches, Paul Levi, Ernst Meyer, fundaron en Berlín en 1911 la Liga Espartaquista y posteriormente el Partido Comunista Alemán, sobre la base de las ideas universales de anti militarismo y anti nacionalismo. Este grupo de modernizadores del pensamiento universal es uno de innumerables ejemplos de la extraordinaria explosión de creatividad judía que supuso para Europa la asimilación de los judíos como ciudadanos de pleno derecho.

El neurólogo Antonio Damasio, define la voluntad como un mecanismo de la mente que nos permite elegir acciones cuyas consecuencias inmediatas son negativas, pero que generan resultados futuros positivos. Son los mecanismos COMO SI, de los que se vale la mente para formular hipótesis y simulaciones. El sociólogo Víctor Karady identifica entre los judíos asimilados europeos fuertes mecanismos compensatorios y facilidad para desarrollar del logro aplazado, que condujeron a grandes éxitos colectivos reflejados en la sobre-representación de los judíos en sectores clave. Entre otros innumerables ejemplos,  en 1929 el 42% de los empresarios industriales polacos eran judíos, o  en 1936 el 75% de los médicos vieneses eran judíos. Nassim Taleb afirma que las personas que más nos benefician, no son las que más nos  han intentado ayudarnos, sino  las que más han intentado perjudicarnos en vano. El odio y la amenaza identitaria espolean (¿siempre?) nuestra voluntad  y nuestro logro aplazado, y cambiamos penurias presentes por triunfos futuros.

Judith Rich Harris, en su obra No hay dos iguales, propone la hipótesis de que el cerebro no es unitario, sino que se compone de diferentes módulos funcionales que persiguen finalidades contradictorias.  Por un lado está el  sistema de socialización que intenta que seamos como los demás y que opera a nivel inconsciente. Por otro lado está el sistema de estatus  del que somos plenamente conscientes y cuya finalidad es competir con los demás e intentar ser mejor que el resto. Pareciera que existe  un mecanismo en la especie humana que buscara sistemáticamente producir diversidad, y que fuera el referido modulo de estatus. Unos pocos individuos son capaces de fabricar  sistemas de estatus heroicos  que les hace trascender  sus condicionantes de sexo, edad y religión.

Rosa Luxemburgo es sin duda un gran ejemplo histórico para los defensores del cerebro como un ecosistema, en el que distintos módulos pugnan por apropiarse de nuestra conducta final. El módulo de estatus construido por sus genes, elevó a una mujer, coja, judía y poco agraciada al Olimpo de la izquierda política, siendo hoy reconocida como una de las grandes revolucionarias del siglo XX. Aunque ella siempre actuó en política renegando de su identidad judía, su módulo de estatus oportunista, como todos, parece que no tuvo otra ocurrencia que hacer una copia descarada del de Moisés, convertirse como él en legisladora, haciendo del proletariado su particular pueblo de Israel y del anti belicismo y anti nacionalismo sus tablas de la ley.

El ultimo prejuicio científico que separaba a Rosa Luxemburgo y a Moisés, la existencia de un cerebro masculino diferente al cerebro femenino, ha caído por los suelos. Desde una institución científica  levantada por descendientes del Holocausto, la investigadora, Daphna Joel de la Universidad de Tel Aviv ha dirigido un amplísimo estudio, con participación de universidades de Alemania y Suiza, donde se descarta que haya un cerebro masculino y otro femenino, y propone que, el cerebro de todos nosotros los humanos, es un mosaico tanto de elementos masculinos como femeninos.

Judith Rich Harris propone la existencia de un mecanismo evolutivo, en el cerebro humano que busca la diversidad, y que ha sido bendecido por la selección natural. Lo que no parece creíble es que este mecanismo este repartido regularmente entre todos los seres humanos, sino más bien, entre unos pocos, los suficientes para llegar la humanidad, hasta donde ha llegado. Es notable el paralelismo conceptual entre el modulo de estatus de Judith Rich y el pensamiento mas judío, minoritario y hermoso, que se pudo permitir Rosa Luxemburgo; la libertad es siempre la libertad de los disidentes.

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