Otras miradas

La Gran Renuncia de los profesionales sanitarios

Javier Padilla Bernáldez

Médico de Atención Primaria y Diputado por Más Madrid en la Asamblea

La Gran Renuncia de los profesionales sanitarios
Un hombre con una bata donde se puede leer "SOS" en una concentración en defensa de la Atención Primaria, a 13 de noviembre de 2021, en Madrid, (España). - EUROPA PRESS

"Me alejo de la consulta", "cuelgo el fonendo", "me gusta la medicina, pero no puedo más"... son frases que en los últimos años pueden leerse en redes sociales, cartas abiertas en medios de comunicación y espacios similares.

Son médicos y médicas, tanto jóvenes como mayores, eventuales e incluso estatutarios con plaza fija, que manifiestan una verdad compartida: les gusta su trabajo, pero no se encuentran en situación de seguir desempeñándolo en las condiciones que les ofrece el sistema sanitario público.

En marzo de este año, la revista Harvard Bussiness Review publicó un artículo titulado The Great Resignation didn’t start with the Pandemic (La Gran Renuncia no comenzó con la pandemia"), haciendo alusión a ese fenómeno que se está produciendo en Estados Unidos -aunque no solo allí- por el cual miles de personas están abandonando sus puestos de trabajo. En la sanidad española, la Gran Renuncia tampoco comenzó con la pandemia; un año antes, fue noticia cómo tres médicas de familia con plaza en propiedad en el sistema sanitario de Castilla y León renunciaron a su plaza por la situación de saturación y sobrecarga laboral; también en 2019 fueron varias las Comunidades Autónomas donde médicos y médicas de diferentes especialidades se organizaron en respuesta a ese colapso y sobrecarga del sistema.

Al llegar 2020, con la pandemia, se abrió una especie de tregua por necesidad mayor; la magnitud de la pandemia hizo que todo el mundo en la sociedad pusiera de su parte mucho más de lo que podía para sacar adelante el bienestar y la seguridad de todas y todos; sin embargo, tras la pandemia algo se ha roto en los servicios de salud.

"He renunciado a mi trabajo. La sensación de no poder más está ahí desde hace meses", decía Clara, entonces médica de familia en un Centro de Salud de Parla. "Oficialmente dejo el hospital [...] No nos conformemos con el maltrato institucional]", publicaba en redes sociales Víctor, enfermero madrileño. La Gran Renuncia sanitaria parece que avanza hundiendo sus raíces en cierta desafección previa a la pandemia, y precipitada por una pandemia que ha terminado de quemar a quienes ya mostraban signos de agotamiento. La Gran Renuncia sanitaria no es algo exclusivo de nuestro entorno; la revista Forbes ya hacía referencia a ella hace unos meses, y en diversos textos se han señalado sus particularidades e, igualmente, las singularidades que deberían caracterizar su abordaje.

España no se puede permitir una Gran Renuncia de profesionales sanitarios, porque nunca como ahora ha sido tan necesario un sistema con capacidad para cuidar de la gente que lo necesita. Ante esto, nos solemos encontrar con respuestas de dos tipos: por un lado, una batalla entre diferentes niveles institucionales sobre quién es responsable de que haya escasez de profesionales sanitarios, lo cual suele acabar en fiarlo todo a un incremento de las plazas universitarias y del número de plazas MIR, EIR, PIR, FIR,... (Especialistas Internos Residentes); por otro lado, afirmar que toda renuncia desaparecería si las condiciones laborales fueran mejores, los salarios más elevados y la carga de trabajo menor.

Sobre lo primero, la falta de médicos y las-culpas-del-otro, es necesario partir de una realidad: en España nunca se habían graduado tantas personas en las facultades de medicina y en las de enfermería. Jamás con anterioridad habíamos llegado a estas cifras. Lo que existe es un fenómeno triple: I) aumento de médicos que piden el certificado para irse a trabajar al extranjero, II) oferta escasa de plazas de especialista en formación en ciertas especialidades y procedimientos que facilitan que se queden plazas libres, y III) mala distribución de los profesionales existentes. Las actuaciones en este ámbito no van a lograr solucionar el problema en el corto plazo, pero son imprescindibles si queremos que la situación no empeore y podamos aspirar, al menos, a que mejore un poco.

En relación con la precariedad como causa única de las renuncias, es necesario señalar que no cabe duda de que es un problema central, pero sin una solución inmediata. Qué se consideran condiciones de trabajo que justifican dejarlo es algo que ha ido variando; la temporalidad cada vez es menor, y ahora tal vez sea la sobrecarga y la sensación de ausencia de un horizonte mejor lo que hace que, en muchas ocasiones, un contrato indefinido en la sanidad pueda ser visto más como una cárcel que como algo deseable, en determinados puestos y circunstancias. Controlar la carga de trabajo, dar seguridad laboral y facilitar la flexibilidad de los trabajadores en el ámbito horario parecen tres patas que pueden ser de utilidad, más allá de las condiciones salariales, para hacer que trabajar en los servicios sanitarios sea algo deseable, lo cual es la condición sin la cual no es posible pensar la sostenibilidad de nuestra sanidad.

El sistema sanitario suele caracterizarse porque quien trabaja en él suele hacerlo por voluntad propia. Ser parte de lo que mejora la vida de la gente es una características de la sanidad pública; no poder más y renunciar a la actividad asistencial porque tu trabajo te genera más malestar que el bienestar que puedes dar a otras personas es algo que las administraciones no pueden permitir; por respeto a las personas que cuidan de otras en la sanidad pública, y por la necesidad de ser cuidada de toda una sociedad que no puede permitirse una Gran Renuncia de los profesionales sanitarios.

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